Estaba feliz y radiante la duquesa. Como cualquier novia el día de su boda, Cayetana Fitz-James Stuart se sentía ayer la mujer más afortunada del mundo. Y no era para menos. Había cumplido un sueño tras tres años de lucha, de desencuentros y reconciliaciones con sus hijos, incluso de llamadas y ruegos en busca del beneplácito de la Casa Real. Cayetana de Alba se había vuelto enamorar, siete años después de perder al que había sido "el gran amor" de su vida, Jesús Aguirre. Pero no iba a ser fácil. Alfonso Díez, un funcionario del ministerio de Trabajo, 25 años más joven que la aristócrata, no era bien recibido en su entorno. Por eso ayer, tras el sí quiero en el palacio de Dueñas, la duquesa rompía a bailar, que no a llorar, aunque bien podía haberlo hecho. El camino no había sido, precisamente, de color rosa, el tono de su vestido, diseño goyesco de Victorio & Lucchino.

A sus 85 años, la duquesa de Alba contraía matrimonio por tercera vez. Y lo hizo en una ceremonia sencilla y familiar por deseo expreso de la pareja que, sin embargo, no pudo evitar la enorme expectación que se levantó en torno al escenario del enlace, en pleno centro de Sevilla, colapsado, no solo por la multitud de medios acreditados -había reporteros del New York Times, Paris Match y Daily Mail- sino por los curiosos y admiradores de Cayetana, que vitorearon a la veinte veces grande de España.

Si en las calles aledañas se respiraba alegría, se escuchaban palmas y olés y se bailaban ritmos flamencos, en la capilla del palacio, decorada también por los diseñadores andaluces con flores en rosa y blanco de Marta Pastega, propietaria de la floristería Búcaro, y ante el altar presidido por un cuadro de la Virgen de Neri di Bici, el ambiente se intuía al principio algo más tenso, un poco triste. Entre la treintena de familiares y amigos íntimos invitados se echó de menos a Eugenia Martínez de Irujo, hija menor de la novia que, debido a una varicela tuvo que ser ingresada en un hospital madrileño y, sobre todo, a Jacobo, conde de Siruela, y su mujer, Inka Martín, a la que la propia duquesa había pedido disculpas días atrás tras haberla llamado "mala y envidiosa". El matrimonio prefirió ignorar el enlace y viajar hasta Francia, lejos de la polémica y de los comentarios.

Sí estuvieron, aunque con entusiasmo distinto, los otros cuatro hijos de Cayetana: Carlos -que, por curioso que parezca, llevaba al altar a su madre por segunda vez, Alfonso, Fernando y Cayetano Martínez de Irujo. Todos "felices" por mamá, aunque "no de acuerdo" con la decisión.

Novio discreto y elegante

La calurosa mañana arrancaba de manera diferente para los protagonistas. Mientras la duquesa de Alba desayunaba churros con algunos invitados que habían pernoctado en palacio, Alfonso Díez trataba de calmar los nervios en el hotel Eme de Sevilla, de donde salía veinte minutos después de las doce del mediodía ya preparado para dar el sí quiero a la mujer de la que se había enamorado años atrás, cuando ésta aún estaba casada en segunda nupcias.

Con semblante inquieto, quería el funcionario evitar a la prensa, e, incluso, se había pensado en que dejara el establecimiento por la puerta de atrás, pero no hubiera estado bien visto. Así que, con una ligera cojera, hizo el paseíllo hasta el coche, segundos en los que se pudo juzgar el chaqué gris que lucía, con chaleco a juego, camisa blanca y corbata con lunares en blanco ligeramente torcida. Unas calles más arriba esperaba paciente la madrina, Carmen Tello, íntima amiga de Cayetana y, por ende, de su futuro esposo. "Ella es una persona muy luchadora, muy tenaz. Lo que quiere lo consigue", dijo a los medios en referencia a la noble y su deseo de pasar por el altar por tercera vez.

Vestida con un impresionante vestido rojo de crepe firmado por V&L, zapatos de Pilar Burgos y mantilla blanca (guiño a la duquesa), la mujer de Curro Romero, ya en el palacio, subía al coche del novio, no sin dificultades, rumbo a Dueñas, donde llegaron quince minutos antes de las hora prevista del enlace, la una de la tarde. Allí saludaron afectuosamente al resto de invitados, entre ellos, a las exnueras de Cayetana -María de Hohenlohe, Genoveva Casanova y María Eugenia Fernández de Castro-, a los diestros Francisco, -sin su actual novia Lourdes- y Cayetano Rivera Ordóñez -que sí acudió con la modelo Eva González-y al doctor Trujillo, artífice de la milagrosa recuperación de la duquesa, a la que operó de hidrocefalia en el año 2009.

En la lista de convidados por parte de Alfonso solo se contó a dos de sus ocho hermanos, una tía abuela y una sobrina que acudió al enlace junto a su esposo, Felipe Zuleta, que fuera profesor de equitación de la infanta Elena y con quién se le relacionó durante una época.

Como toda novia, Cayetana de Alba se hizo esperar diez minutos, momento en el que se desveló el vestido, secreto de Estado hasta entonces. Del brazo del duque de Huéscar y futuro heredero de la Casa de Alba, la duquesa sorprendió con un modelo corto en tono rosa pálido con lazo verde en la cintura y zapatos a juego de Pilar Burgos. La emoción entonces se hizo más evidente.

El sacerdote Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp convirtió en marido y mujer a la pareja minutos antes de las 13.30 horas. Y con ese sí quiero, llegó el jolgorio. Porque la duquesa no pudo o no quiso reprimirse al escuchar unas sevillanas interpretadas por el grupo Siempre Así, que ya habían cantado en la ceremonia la salve rociera, provocando las lágrimas de algunos de los presentes.

Poco importó el protocolo, si es que lo había, a la ya señora de Díez, liberada, al fin feliz. Tras el intercambio de anillos y las bendiciones, tocó zapateado y manos al aire. Bailó Cayetana con su marido, más pendiente de que su reciente esposa no tropezara que de seguir el ritmo, con su hijo Cayetano y con unos animados Fran y Cayetano Rivera. Jaleos y besos para celebrar un momento que pocos, tiempo atrás, hubiesen pensado que se produjera.

Eran más de las dos de la tarde cuando los recién casados se asomaron a las puertas del palacio de Dueñas entre aplausos y gritos de enhorabuena. Agradecían así a los presentes haber soportado temperaturas superiores a los treinta grados. Hubo tiempo para más sevillanas, zapatos en mano.

Más calmados, y tras las felicitaciones, Cayetana y Alfonso agasajaron a sus invitados con un bufet realizado por el servicio de la propia casa. El menú estuvo compuesto por gazpacho, rebujito con hierbabuena, tortilla española y ensalada de nueces con angulas y caviar como entradas frías; arroz a la provenzal acompañado con gambas blancas de Huelva y langosta en salsa americana; tournedó de ternera con salsa bearnesal; ave al limón en su jugo y varios postres, como tocino de coco.

Con el eco aún de los brindis en el interior de Dueñas, los invitados abandonaron poco a poco el palacio. Eran las cinco de la tarde y la duquesa ya tenía nuevo duque d e Alba. Lo celebrarán en Tailandia.