­Cavafis, Durrell, el siroco, un puerto de pescadores, Alejandría, Beirut, Formentera... El Mediterráneo atraviesa las páginas de Cuando acaba septiembre, el último poemario de José Carlos Llop (Palma, 1956). El escritor, con más de veinte libros publicados de narrativa, poesía y diarios, profundiza en estos poemas en su universo poético y en su personal manera de decir. Una pieza maestra y emotiva sobre la muerte de su madre cierra el volumen, ya a la venta en librerías.

–A pesar de escribir novelas y diarios, ¿usted es poeta a tiempo completo?

–Nadie lo es y quien diga que sí es un farsante o se quiere llevar a la chica a la cama. Sólo se es poeta de verdad mientras se escribe un poema. Lo demás es una forma de vida.

–Eduardo Jordá declaró en estas mismas páginas que a la poesía española, en general, le falta pensamiento a excepción de la suya, la de Joan Margarit o la de José Mateos. ¿Usted qué opina?

–Que le agradezco a Jordá el comentario, por supuesto. Yo me acojo a una tradición intelectual, la de la lírica anglosajona, donde el pensamiento vertebra el poema. Cuando la poesía carece de pensamiento se queda en juego verbal, expansión sentimental o quincallería. No me interesa.

–Alejandría, Palma, Troya, Beirut... El Mediterráneo (tanto occidental como oriental) transita su poesía. Y como contrapunto, París, en cuyas librerías tiene "la sensación de que Europa es una casa y es verdad". ¿Pierde Europa consistencia fuera de los libros?

–Europa es la que es a través de su literatura. El pensamiento griego, la cultura de los judíos, el cristianismo y los mercados son el humus de Europa, pero la literatura, la novela europea, de Cervantes a Proust, de Balzac a Tolstoi, también inventa Europa, la vertebra y es, además, su memoria.

–¿Por qué su Europa, como su Mediterráneo, son sobre todo literarios?

–No son literarios; son cultos, que es una cosa distinta. El Mediterráneo es cultura y pensamiento y fatalismo y sensualidad y espiritualidad y estoicismo. El Mediterráneo sin cultura se queda en mercadeo fenicio y brutalidad larvada.

–El escritor Menéndez Salmón sostuvo en una de las Converses de Formentor que Occidente está viviendo un momento de decadencia como lo viviera en el pasado el Imperio Romano. ¿Está de acuerdo con él?

–Cuando los gladiadores, perdón, los futbolistas, se convierten en mitos sociales y el becerro de oro se instala en la plaza pública, se llega a donde estamos.

–El poemario está dividido en tres partes: una primera más meditativa, centrada en el paso del tiempo; una segunda donde se trata la naturaleza y la belleza femenina y de las ciudades, y la última, un único poema sobre la muerte de su madre. ¿Cómo ha conseguido darle unidad a todo el conjunto?

–Es el propio libro, el tono de los poemas, quien se da unidad a sí mismo. Ya sabe aquello que decía Gil de Biedma: ser poema. Y está el tiempo, que también escribe e ilumina. Y la voz del poeta: tener una voz propia. En el fondo es la voz lo que estructura un libro de poemas.

–El poemario está salpicado de homenajes a algunos de sus poetas favoritos: Eliot, Auden o Yeats. Cavafis también está ahí. Muchos poetas, Gil de Biedma o Leonard Cohen, se inspiraron en uno de sus poemas más célebres, El dios abandona a Antonio. ¿Utiliza usted también la anécdota histórica a la manera de Cavafis, es decir, como metáfora de la actuación moral del hombre? Me refiero por ejemplo al poema Marcial regresa a Hispania.

–Están los poetas que configuraron mi formación poética, mi primer deslumbramiento ante la poesía, mi educación en el arte y el oficio. Cavafis fue de los primeros y su poesía ha teñido gran parte del discurso poético contemporáneo. Pero si en el poema que usted señala está Cavafis detrás, que yo no lo sé, es por la misma razón que estoy yo: porque ambos hemos sido grandes lectores de los epigramistas latinos.

–Magnífico aforismo en el poema Mediterránea: "La lectura de los clásicos, que siempre son modernos y enseñan lo que no sabes, hablándote de lo que sí". ¿Usted va revisando su canon de los clásicos o son éstos siempre los mismos?

–Gracias. A estas alturas lo que hago es ingresar alguna novedad en ese canon, que no deja de ser una especie literaria de árbol genealógico o fotografía de grupo familiar. Si alguno dejó de interesarme cayó como fruta madura. Siempre nos queda algún clásico por descubrir.

–¿Existe una fórmula para el hecho poético?

–No hay más fórmula que la voz por un lado y el don del poema por otro. Cada poema es eso, un don, un regalo, un estado de gracia en ocasiones. Como la vida: en la vida no hay fórmulas y no entiendo la poesía sin la vida y al revés. No hay más secreto.

–En sus libros fluctúan dos universos paralelos: el mundo de las ensoñaciones literarias y la propia experiencia vivida. ¿Por qué a veces elige unir esos dos mundos mediante la poesía y otras veces mediante la prosa? ¿A qué se debe esa elección?

–Sí, eso vendría a ser una especie de correspondencia benjaminiana –de Walter Benjamin– que yo busco en lo que permanece. La vida y la cultura son, para mí, inseparables y se interpretan la una a la otra constantemente. En cuanto a la poesía y la prosa, es fácil: la prosa, además de una necesidad, es un acto de voluntad. El poema, no. El poema es revelación: uno no elige la poesía, es la poesía la que te elige.

–¿Sigue atrayendo el Mediterráneo, este Mediterráneo de nuestros días, a los escritores?

–No puedo responder por otros. A mí sigue reconfortándome y no sé quien soy sin él.

–¿La luz de septiembre es la luz "mental", "esa luz amable, pero que carece de vigor", con la que ha escrito el poemario?

–Es una luz que ha perdido el fulgor del verano –aunque no es, todavía, la luz del otoño– y posee la inteligencia que concede la experiencia. Es una luz digamos que más civilizada. Y a puestas de sol, por cierto, no le gana ningún otro mes del año.

–En La avenida de la luz, su anterior poemario, usted escribió un poema sobre la muerte de su padre y en Cuando acaba septiembre, otro sobre el fallecimiento de su madre: dos piezas maestras. ¿Hasta qué punto se distancia el poeta para escribir sobre un hecho tan doloroso? ¿Por qué uno lo tituló Elegía y el otro con la fecha?

–La poesía, créame, es un misterio y un misterio lo es porque es inexplicable. En cambio la muerte, aunque pueda explicarse, continúa siendo el gran misterio que rige nuestras vidas. La relación entre poesía y muerte existe desde el origen mismo de la poesía. Piense que los poetas somos quienes hemos puesto nombre a las cosas: desde las estrellas a las plantas... Pero el poeta no se distancia –y eso le da carácter de verdad al poema– y sí lo hace porque sabe observarse a sí mismo en sus emociones y modula su expresión desde la inteligencia. Es una voz más profunda que la personal la que le acompaña en esa experiencia. El resto está en esos poemas que usted cita, que son, pienso, lo mejor que he escrito y escribiré en mi vida.

–Usted maneja muy bien el contrapunto en sus poemas: cuando hay un momento duro o triste y otro feliz, los matiza ("si es pot dir felicitat –parlam d´adults– a l´anestèsia de tot mal"). ¿Cree que su poesía enriquece más al lector con esas experiencias matizadas y poco maniqueas?

–Sin matices no hay buena literatura, ni pensamiento que sea enriquecedor. Los poetas escribimos desde dos fronteras distintas: la herida y el júbilo. Contemplar la vida de modo inaugural salva de muchas cosas y celebrar es agradecer...

–Acabemos pues con algo celebratorio. La mujer llopiana aparece en el poemario en todo su esplendor en el poema El vestido de flores. ¿Por qué los grandes poetas siempre que hablan de la mujer designan a una entidad mítica?

–Supongo que porque detrás de una mujer están al mismo tiempo todas las mujeres y una mujer única e irrepetible, así que acudir al mito clásico es casi una obligación. El hombre hace, la mujer es... dice un verso de Graves. En cuanto a la mujer del poema le puedo asegurar que era real e inolvidable.

–Por último, ¿qué es la experimentación para Llop?

–Un divertimento; después de Joyce quien se tome en serio la experimentación en literatura va dado, sospecho.