El próximo 5 de octubre, la duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart -en su partida de nacimiento figuran 17 nombres propios junto a sus regios apellidos, casi tantos como títulos posee-, volverá a ponerse el mundo por montera, como describió una vez su hija y heredera espiritual, Eugenia. Su enlace con el funcionario del Ministerio de Trabajo Alfonso Díez seguramente no será "la boda más cara del mundo" -como se consideró la ceremonia de 1947 en que Cayetana se casó con su primer marido y padre de todos sus hijos, el ingeniero Pedro Luis Martínez de Irujo-, pero sí una de las más controvertidas. Supondrá el enésimo aldabonazo contra las convenciones de esa altísima sociedad contra la que siempre se ha rebelado a golpe de taconazo flamenco, la nueva hazaña de la viuda de un exsacerdote y la penúltima aventura de una coleccionista de honores de lo más singular: dicen que cuando se recuperó de la intervención que la devolvió a la vida en 2007 sólo podía pensar en comerse una pizza; su médico personal, gran amigo, le aconsejó, no podía ser de otra manera: "Haga usted lo que le venga en gana". La cita del miércoles culminará la resurrección social de Cayetana, que, gracias al quirófano, pasó de vivir unos años como viuda postrada en una silla de ruedas a correrse medio mundo junto a su prometido 30 años menor que ella.

Relatan los expertos en el cuore que la duquesa vivió un momento de lo más duro cuando, en plena debacle física, se empeñó en almorzar en un restaurante y, debido a sus dificultades para coger los cubiertos y llevarse la comida a la boca, el resto de comensales del local decidieron no contemplar la escena, como muestra de respeto. Porque Andalucía, y la sociedad sevillana en particular, siempre ha profesado una tremenda adoración a la noble que ha creado rastrillos benéficos, financiado iglesias -la de los gitanos, en la capital hispalense- y firmado autógrafos en plena calle, derribando la cuarta pared entre la sangre azul y la roja.

La duquesa encontró en Andalucía la libertad y la distancia con las clases más estiradas; los andaluces encontraron en Cayetana a la encarnación de ese supuesto espíritu barroco y libre, exagerado y singular, festivo y despreocupado, por no hablar de su defensa a ultranza de dos de los puntales de la cultura sureña, los toros y el flamenco, pasiones confesas de la Fitz-James. Pero también bastantes otros habitantes de la comunidad la repudian como personificación del revés de tal moneda, lo cortijero: aún resuenan las protestas de casi 500 jornaleros cuando la duquesa fue nombrada Hija Predilecta de Andalucía -dolorosamente para ellos junto a Pepe Suero, un cantautor que dedicó toda su vida a defender la dignidad de los jornaleros-. Manifestaciones que han rebrotado estos días, a escasas jornadas del enlace, con una denuncia del Sindicato Andaluz de Trabajadores, que acusa a la Casa de Alba de contratar irregularmente a inmigrantes y de invertir de forma heterodoxa las subvenciones europeas. Quién sabe si se podría repetir lo que ocurrió con algunos de los terrenos extremeños de Fitz-James Stuart, que le fueron expropiados a principios de los noventa gracias a una iniciativa política muy personal del entonces presidente autonómico, Rodríguez Ibarra -las fincas fueron finalmente ocupadas por comuneros y la duquesa percibió como compensación 400 millones de pesetas-.

Y es que las más o menos simpáticas campechanerías de Cayetana, su afición por la ropa de mercadillo y su aire de a quién le importa lo que yo haga no debe hacernos olvidar que hablamos de la mayor terrateniente de España, una mujer que, durante su infancia londinense, tenía de compañeros a numerosos hijos de diplomáticos, entre ellos uno de Tolstoi, y que por las tardes visitaba a Winston Churchill -cuyas hijas, amigas, le tenían que hacer la reverencia antes de ponerse a jugar con sus muñecas-; sí, siempre ha preferido el bullicio popular y las bulerías a las recepciones y los valses, pero no es tan simple: aún se recuerda una breve noticia publicada en la sección de Sociedad del diario ABC en el año 2006: "Parte del equipaje de 100 pasajeros procedentes de Eivissa fue retirado de un avión para introducir las cuarenta maletas con la que viajaba la duquesa de Alba". Demasiado sencillo denominarla ´la duquesa del pueblo´.

Aguirre, el sacerdote intelectual

La boda con Díez se celebrará en el décimo aniversario de la muerte de Jesús Aguirre, el intelectual que dejó el sacerdocio jesuita y terminó apurando la pulpa de las noches marbellíes con la jet set del momento; en la Costa del Sol le conoció precisamente Cayetana, un encuentro, dicen los que lo presenciaron, digno de un slapstick, de una escena de dardos envenenados lanzados entre sí por Cary Grant y Katherine Hepburn; se cayeron fatal. También en Marbella, en su residencia de Las Cañas, se refugió la duquesa tras enviudar; allí, en el lugar donde vivió buena parte de su esplendor social, con esas aún recordadas fiestas de Nochevieja en que ella y su hija, Eugenia, terminaban bailando flamenco entre distinguidos jetseteros de la época dorada , la de los saraos interminables. Allí vivió su luto en soledad, sin contar con la compañía de sus hijos, a los que recriminó por ello. Allí también se enteró en 2009 de que la residencia incumplía la Ley de Costas andaluza -"por ocupar la playa sin autorización"-. Pero, finalmente, allí también ha vuelto a la vida amorosa con Alfonso Díez, con quien ha sido vista disfrutando de días de descanso marbelleros en los últimos años. La sombra de Aguirre, por cierto, se alarga más allá de la coincidencia del enlace con la década transcurrida de su fallecimiento: Díez es hermano de un amigo íntimo del excura.

Las Cañas es uno de los grandes valores inmobiliarios del legado de Fitz-James Stuart. Pero no es más que una de las patas de una mesa infinita, con Sevilla como gran centro neurálgico: en la capital andaluza posee siete cortijos, con casi 3.000 hectáreas totales; también tiene en Córdoba un tremendo bastión: 3.200 hectáreas en terrenos.

Pero la joya andaluza, el refugio de Cayetana es el Palacio de las Dueñas. La espectacular residencia, completada el siglo XVI y escaparate de influencias góticas, mudéjares y renacentistas, será el escenario de la boda del miércoles. No siempre fue el epítome del esplendor de la casa de Alba. A finales del XIX, en los tiempos en que lo administraba Demófilo Machado -el padre de los insignes escritores Manuel y Antonio, que, por cierto, nació en seno palaciego-, las finanzas al amparo del escudo no pasaban por su mejor momento: los cronistas de la época, de hecho, aseguraban que los Alba admitían a inquilinos, nos imaginamos que no a un módico precio. Más de un siglo después, Las Dueñas es un impresionante museo arquitectónico y artístico, con casi 1.500 piezas catalogadas e innumerables anécdotas entre sus muros. Muchos aún recuerdan la visita al palacio de Jackie Kennedy y la coincidencia, en un baile de debutantes celebrado en la Casa de Pilatos en abril de 1966, de la viuda de JFK y Grace Kelly, enemigas íntimas de la época -supuestamente porque la exactriz no interrumpió una fiesta la noche del atentado del presidente de EEUU-; al parecer, volaron cuchillos silenciosos, y eso que Cayetana intentó suavizar el ambiente, cómo no, con la actuación de un combo flamenco.

Precisamente en el Palacio de las Dueñas se celebró el banquete de la primera boda de la duquesa -el enlace tuvo lugar en la catedral de Sevilla-. Las cifras son mareantes: la comida fue cocinada por 20 jefes, 6 jefes de panadería y 50 cocineros que prepararon 600 pollos, 700 kilos de pescado y mariscos, 400 kilos de jamón, 450 kilos de cordero y 500 litros de helado; se consumieron 5.000 botellas de vino -ojo, a dos por invitado-, 1.500 botellas de Jerez y 2.000 botellas de champán; además, la luna de miel duró cerca de seis meses. Números que distan mucho del enlace íntimo previsto para el miércoles. Aún así todo lo que hace Cayetana, la grande, la más grande, siempre es directamente proporcional a su estatura nobiliaria y social. Aunque el miércoles sirviera sandwiches mixtos, bebida de brik o sus amadas porciones de pizza.