—Empecemos fuerte: ¿para usted quién es el mejor cronista-novelista?

—[Se queda pensando un momento] Todo novelista es un cronista. Hace crónicas incluso aquel novelista que pertenece a un género más fantástico, como Kafka, que redactó crónicas de lo que pasaba en su mente. Creo que la novela debe inspirarse en la historia, en los diarios y en las confesiones. El novelista es un rumiante que asimila todo esto y lo transforma en otra cosa.

—Como veo que no me lo dice, hablemos de Montaigne, que tanto le gusta. ¿Por qué decidió escribir una novela sobre él?

—Mi novela es la de alguien que lee a Montaigne, lo asimila y lo convierte en un personaje. Decidí escribir una novela sobre su persona cuando leí una frase suya: "Soy güelfo para los gibelinos y gibelino para los güelfos".

—Y se sintió identificado, supongo, porque a usted le sucedió precisamente eso.

—Sí. Cuando escribí Persona non grata a raíz de mi estancia en Cuba y publiqué el libro, pasé a ser de derechas para los de izquierdas y de izquierdas para los de derechas, como lo de los güelfos y gibelinos. Ya se sabe, si no sigues el pensamiento político correcto luego caes en las penas del infierno. A partir de ese momento, viví una experiencia de gran soledad que fue muy positiva. Pinochet me relevó como diplomático en París. Y viví una especie de exilio. Entonces me hice amigo de Octavio Paz, Carlos Barral, Vargas Llosa... Aquella me pareció una situación ideal para escribir. Me acuerdo de las grandes copas que me tomé en Calafell con Juan Marsé.

—Volviendo a Montaigne: ¿por qué defiende usted que es un escritor actual?

—Porque es el escritor más libre que existe en el mundo de la literatura. Todo el tema de la libertad de expresión ya se da en Montaigne. En el siglo XVI, cuando los franceses se estaban matando por la religión, él se acercó a la corte para intentar solucionar las cosas. Fue el primer político. Montaigne aconsejó redactar el edicto de Nantes para autorizar la libertad de culto a los protestantes calvinistas.

—Cuando se enfrenta a un hecho real que no conoce y tiene que escribir sobre él en una novela, ¿cómo procede?

—Siempre hay cosas que no se pueden saber. Por ejemplo, años después de publicar Montaigne sus ensayos completos, recibió una carta de una chica de 22 años que le decía que a los 18 años había leído su obra y que se había quedado traspuesta. "Quiero que me adopte como hija de elección", le pedía. Y le invitó a visitarla al campo. Él fue para allá por tres días pero se quedó seis meses. ¿Qué sucedió durante ese tiempo? No lo sabemos.

—Él estaba casado, ¿verdad?

—Sí. Para Montaigne el matrimonio es una institución muy conveniente y necesaria, pero decía que no había que confundir el matrimonio y el erotismo. El caso, inventé mi novela, escrita en un estilo conjetural, a partir de esos meses en los que Montaigne estuvo con la chica. Me imaginé entonces una novela de amor en mi vejez: yo, que soy más viejo que Montaigne cuando murió.

—Edwards, ¿un escritor de izquierdas que apoya una candidatura de derechas (Sebastián Piñera) en Chile o ahora es al revés?

—Declaré que iba a votar por él, de acuerdo. Pero lo dije porque creo que es necesaria una alternancia en los gobiernos. La izquierda llevaba mucho tiempo en el poder. Cuando apoyé a Piñera me tiraron tomates podridos, me pusieron verde en blogs, por internet, cosa que me convenció aún más.

—¿Cuál es el secreto de la diplomacia?

—Stendhal, que fue un diplomático con pequeños cargos, afirmó que el gran secreto de la diplomacia es que no tiene ningún secreto. Y a veces pienso que tiene razón. Ahora mismo no sé cuánto tiempo voy a durar en París [es el embajador de Chile en Francia]. Quiero terminar mi vida leyendo, escribiendo, gozando de la naturaleza, de los pájaros... Y si encuentro una señora agradable, pues mejor. No quiero terminar mi vida de burócrata.

—¿Se siente cerca de las ideas de Vargas Llosa?

—A veces, pero no siempre. Mario es muy inteligente y ha desarrollado una gran cultura política. Siempre sabe más que uno.

—¿Y le parece un gran escritor?

—Me parece un gran escritor realista. Mario es un gran escritor del siglo XIX en el siglo XX.

—Chávez dice que Fidel Castro está más vivo que nunca. ¿Usted qué cree?

—Yo conozco a Fidel y le veo una cara fija, no tiene la agilidad de antes. No sé qué sabrá Chávez de medicina.

—Gonzalo Rojas, recientemente fallecido, dijo que Pablo Neruda era una mala persona. ¿Debería importarnos eso?

—He visto muchas veces a Gonzalo hacer la pelota a Neruda. Me da risa que diga eso. Neruda tenía una visión más amplia de la poesía que Rojas. Éste estaba muy aferrado al Siglo de Oro español. La poesía de Neruda es irregular, pero cuando es buena es muy buena. El gran Neruda es el de Residencia y Alturas de Macchu Picchu. Por otra parte, Pablo era más divertido y sorprendente que sus apologías. Hay un Neruda petrificado que es el que se ha mostrado en las películas que no es del todo real. Por eso me gustaría reescribir Adiós, poeta [la biografía nerudiana de Edwards]. Neruda se aburría y se sentía incómodo en las conversaciones muy intelectuales.

—¿Quién le parecía antipático?

—Bueno, a ver... Recuerdo que un poeta nos invitó a cenar.

—¿Qué poeta?

—Louis Aragon. Como le decía, nos invitó a cenar a su casa y Neruda me dijo: "Jorge, estamos fritos [fastidiados], vamos a tener que ser inteligentes toda la noche". Cuando salimos de casa de Aragon, Neruda dio un saltito y dijo: "Ahora nos vamos a comer una cazuelita tranquilos". Él se sentía agobiado porque todo el mundo quería que dijera frases célebres todo el tiempo.

—Otra de Rojas: "Chile es un país miedoso y mierdoso con mentalidad de perro apaleado".

—Mira, eso no está mal. Chile es un país surrealista que parece tranquilo pero no lo es. Allí hay muchos terremotos: geográficos y políticos.

—¿Es usted un político frustrado?

—Puede que sí [se ríe]. Pero estoy contento de no ser político. Siendo sincero, debo decir que me habría gustado hacer una campaña electoral para ser alcalde de algún pueblo. Algo que no excluyo.

—¿Para qué es un buen método la novela y para qué un ensayo?

—La novela y el ensayo se parecen en que ni una novela ni un ensayo deben tener una moraleja determinada. Yo creo mucho en lo que dijo Montaigne: "Yo escribo ensayos, no escribo resultados".

—¿Qué ha sido incapaz de leer?

—Me gustan las cosas breves de Bolaño, pero con 2666 llegué a la página 200. No pude más, es un poco repetitivo. En cambio, los siete tomos de Marcel Proust me los leí como una novela policiaca. Es un analista del ser humano maravilloso.

—¿Comulga con el canon recién publicado por Carlos Fuentes?

—La idea de un canon no me gusta. Es una idea inventada por Harold Bloom. Eso del canon es típico de Fuentes, quien siente una gran admiración por los teóricos universitarios de EE UU. Pero bueno, Fuentes es inteligente y muy bueno.

—Volpi mencionó el sábado una estadística publicada por Science donde se decía que dedicamos cinco horas diarias a la ficción y cinco minutos a la cópula. ¿Vamos por buen camino?

—[Risas] Sí, yo creo que sí. Sería horrible que uno pudiera pasar cinco horas copulando. Lo bueno del sexo, precisamente, es toda la imaginación que ponemos en él.