­Uno de los grandes, Harvey Keitel (Nueva York, 1939), dio una lección ayer en Palma, de humildad, sinceridad, introspección y autenticidad, lejos de la prepotencia y la cerrazón que define a muchas estrellas de Hollywood. Su público, que llenó la sala de conferencias del CaixaFòrum, disfrutó y agradeció su atención, al igual que el protagonista: "Esto es divertido, me está gustando", le confesó en alto a Matías Vallés, periodista de DIARIO de MALLORCA que se encargó de conducir el coloquio y también de interrogarle.

El concurrido acto, organizado por la Mallorca Film Commission, empezó con unas breves palabras de su presidente, Pedro Barbadillo, y la proyección de un audiovisual con algunas de las mejores escenas de un actor con más de un centenar de títulos en su filmografía. "No empecemos chupándonos las pollas", le advirtió Vallés en alusión a una de sus frases más famosas, la que pronuncia en Pulp Fiction. "Me gustas, pero no de esa forma", le soltó el Señor Lobo.

"Yo no trabajo pensando en cómo reaccionará el público, no busco su empatía, hago las películas de acuerdo a mi conciencia, tratando de conectar conmigo mismo y con la gente que trabaja a mi alrededor", fue una de sus primeras confesiones. Más tarde llegarían los consejos: "Un actor no ha de vivir el papel, no ha de interpretar un rol, sino ser el rol", o "si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes".

"Afortunado" al haber podido trabajar con Martin Scorsese y Quentin Tarantino, ambos con un "talento extraordinario", recordó que, para Taxi Driver, consiguió el papel que quería: "Scorsese me daba otro, pero yo quería hacer de chulo. Al final lo conseguí". Otras veces, en cambio, fracasó en su batalla con el director, como en su primera película en Hollywood (La pareja chiflada, de Herbert Ross), en la que fue despedido. "No pude hablar en una semana, fue una experiencia horrorosa", recordó.

Reacio a ponerse a las órdenes del cine comercial, se estrenó en este campo con Los Duelistas, de Ridley Scott –"de él aprendí una buena lección"–, y se codeó con Jack Nicholson en The Two Jakes, "un desastre total que superé con un par de copas". En Smoke engañó a los espectadores, "los cigarrillos eran vegetales", y a los fans de Reservoir Dogs les advirtió que "un ángel como yo nunca ha deseado matar a nadie". Ni siquiera a los terroristas que atentaron en su ciudad, Nueva York, cuyas gentes "nunca superarán" aquel ataque. "Nueva York tiene una energía que nada puede destruir, pero el 11-M nos hirió. Aquel día me sentí ser humano, todos sufrimos ante la pérdida de aquellos hombres". Después de cincuenta años entregado al oficio, el de Brooklyn, el lugar que considera "el centro del mundo", señaló que "el cuerpo se hace mayor, pero el corazón no envejece".

"Has hecho los deberes, no me dejas tiempo para pensar las respuestas", le dijo a Matías Vallés en el intermedio del coloquio. "Ni la policía, cuando me arresta, me pregunta tan rápido como tú", añadió entre risas.

El público le preguntó por un sinfín de cuestiones, desde su papel al frente de Actors Studio –"cada uno tiene su propio método, pero todos seguimos el Stanislavski"–, a si podían estrecharle la mano, petición que aceptó levantándose de su silla. En una sala en cuya primera fila se sentaron directores como Marcos Cabotá, Antoni Aloy (que trabajó con Keitel en El celo) y Toni Bestard, no fueron éstos quienes se dirigieron a él. "Yo soy actor, pero menos conocido que usted, y quería saber cómo puedo avanzar en mi profesión", le pidió un joven que guardó su anonimato. "De la mejor manera que puedas. No te rindas y cuando estés en tus momentos más bajos, hazte dueño de ese material y levántate", le aconsejó.

Si alguien tuviera que interpretar su vida, "ése sería mi hijo, aunque solo tiene siete años". Del cine español, poca cosa. "Solo conozco a Aloy". Y de los ausentes, como Stanley Kubrick, ni una palabra. "Lo más respetuoso es no hablar de alguien que ya no está". El silencio por respuesta también llegó con Bad Lieutenant, la cinta de Abel Ferrara en la que se masturba.

"Como actor solo he ganado, nunca he perdido. Veo mi trabajo como una lucha, algo emocionante y miserable a la vez. La sensación de triunfo solo la tengo cuando hago una película que significa algo para mí, y también para el público", expresó.

A los futuros directores les recomendó que no miren a Hollywood, ya que "el éxito puede estar en la misma aula, lo real es conocer tu mente, tu corazón, tus experiencias, lo mejor que puedas, hasta lo más profundo del alma. Ahí está el éxito, y no en la pantalla o el dinero".

Admirador de Elia Kazan, John Cassavetes y Bertrand Tavernier, con quien hizo La muerte en directo, se despidió contando una divertida anécdota con Marlon Brando en el papel estelar: "Hacía de extra en Reflexiones en un ojo dorado y en una escena, por azar, estaba junto a Marlon Brando. Fui con toda mi familia a ver el estreno, pero el plano de John Huston era tan ajustadito que no salí".