Simoneta Gómez-Acebo recibe a DIARIO de MALLORCA junto al director de Cartier España en la Boutique Cartier de Jaime III, tras la presentación en el hotel Mardavall de las nuevas creaciones de la firma joyera francesa por excelencia. Cartier ha estado vinculada de siempre a su familia, la Familia Real española y también los Gómez-Acebo, a través de piezas históricas que hoy lucen la reina, doña Letizia y las infantas españolas, entre ellas su madre doña Pilar de Borbón. Veintiún años ya en la Maison, la sobrina mayor del rey admite haber aprendido y madurado mucho como profesional y como persona. Se le nota, está relajada, comunica bien, habla de su vida con absoluta normalidad y con mucho sentido del humor. Simoneta está más guapa que nunca.

—Me pide que comencemos hablando de Mallorca. ¿Por qué? ¿Tan importante ha sido en su vida?

—Ha sido muy importante en mi vida, mucho. Es una isla muy querida y, tanto personalmente como en el trabajo, he vivido grandes éxitos aquí. Me siento en casa. He pasado aquí casi todos los veranos de mi vida. Desde la niña que fui, de jovencita soltera, de mujer casada, de separada. Esta isla está ligada a mí desde siempre, y así seguirá. Sin ella seguramente ni yo ni mi familia seríamos los mismos.

—Su boda en la Catedral fue un gran momento histórico en la isla. Es la única vez que la he visto lucir una joya de verdad importante. ¿Qué recuerda de ese día?

—Es una diadema que era de mi abuela y que la llevó mi madre en su boda. Mi abuela, muy amablemente, me la prestó y yo feliz sobre todo porque era de ella y por lo que significaba, pero era un préstamo. Hoy pertenece a la reina, nunca la consideré mía. Mi boda fue un día tan mágico que te acuerdas poco de la joya que llevabas. Lo que si recuerdo es el calor que hacía ese día en Palma y de lo feliz que estaba. No lo viví como un momento histórico, era mi boda y la viví como cualquier novia.

—Se casaba la sobrina del rey, la primera que lo hacía tras la restauración de la monarquía, y se casaba en Palma. No se habían casado todavía ni las infantas ni el príncipe…

—Qué va, la de cosas importantes que han pasado en esta isla. Mi boda es una gota de agua en el océano. Eso es cosa del destino y del azar. El otro día la revista Vogue nos dio un premio, a Cartier, y tuve que ir a recogerlo. Por azar del destino pude llevar un collar maravilloso. No estaba donde tenía que estar y tuve la suerte de poder lucirlo. A veces no hay la ocasión para ponerse piezas importantes pero si tienes joyas de familia pienso que hay que usarlas, es una pena que vivan en la caja de un banco. Supongo que la crisis de hoy hace que no queramos ser tan ostentosos, más por respeto a los demás que por otra cosa. Hay que pensar que la joyería es una industria y, sí, vivimos de grandes clientes que gastan muchísimo dinero en nuestras piezas, pero de eso comemos muchísima gente. Para cada pieza de Cartier se necesita a mucha gente trabajando, y aunque parezca una frivolidad porque son muy caras, el trabajo de todos los diseñadores, artesanos y comunicadores, vendedores, etc.. no se ve, pero estamos trabajando para que las piezas sean etéreas, un sueño. Al final, lo que nosotros vendemos son sueños. Nada que conlleve un esfuerzo tan grande puede ser frívolo.

—No es poca cosa vender sueños. ¿Usted sueña mucho?

—Sueño mucho, sí. Es lo más bonito. Yo creo que es un poco de lo que vive el hombre. Soñar con algo, ansiar algo y que nos cueste conseguirlo. Si todo nos es regalado no apreciamos su valor. Volviendo a la diadema que me ofreció la condesa de Barcelona para mi boda, supongo que cuando se case mi hija le pediré a mi madre sus joyas, si tiene a bien prestármelas. Cada joya tiene un significado, refleja un momento, un sueño. Para mi abuela debió ser bonito ver cómo aceptaba su ofrecimiento. Esas cosas que nos tocan el corazón alimentan los sueños. Hacen que la vida sea mucho más agradable.

—Han pasado veintiún años desde entonces. ¿Qué ha pasado en todo este tiempo, que además coincide con su entrada en Cartier?

—Entré a trabajar en Cartier y me casé el mismo año. Han sido veinte años maravillosos, tanto personales como profesionales. Me he sentido en familia. Evolucionando. No sabía hacer nada cuando entré, era muy joven pero tenía ganas de trabajar. He aprendido a comunicar, a que la gente nos perciba como lo que somos y he aprendido sobre los valores humanos, de todo tipo, porque trabajo con gente de muchos países diferentes que piensan diferente. Eso es lo bonito de nuestro trabajo, ser diferentes con un objetivo común. Es el concepto de trabajar mientras te diviertes. Lo que le gusta transmitir a Olivier Gay [director de Cartier España] es el trabajo relajado, el buen ambiente, pasarlo bien. Es un privilegio estar rodeados de un equipo tan bueno y tan humano, mientras se trabaja, a veces muy duramente. Hay gente que lleva 35 años trabajando en la casa porque fideliza mucho, al cliente y al empleado. Eso hoy es un gran lujo. Olivier tiene un carácter y un trato facilísimo, muy enriquecedor.

—De niña debía disfrutar con las joyas de su madre doña Pilar. ¿No le impresionaba ver las fotos de su bisabuela la reina Victoria Eugenia con esas joyas maravillosas cubriéndola a la antigua usanza? Muchas de Cartier…

—Como todas las niñas, probándonos las joyas de mamá. Además creo que cuando somos pequeños nos gusta más todo lo que brilla. Mi madre es muy cuidadosa con lo que deja al alcance de los niños porque somos muy destructivos, así que las piezas buenas las veíamos en foto. Cuando creces con algo que ha estado ahí siempre, una foto de la reina Victoria, por ejemplo, no te sorprende, es algo que forma parte de tu vida, de la normalidad. Sin embargo, Cartier tiene una colección de joyas históricas que se mostrará si Dios quiere el año que viene en el museo Thyssen, y eso sí que impresionará a todos. Novecientas piezas maravillosas en un entorno especialmente creado para ellas. En esta casa el peso de la historia importa muchísimo.

—La veo más feliz que nunca…

—Estoy en un momento muy bueno. Toco madera porque no hay que tentar a la suerte. ¡Que dure!

—¿Cuál es su joya para siempre?

—Mi pulsera de pedida, preciosa, no me la quito nunca. Que José Miguel Fernández-Sastrón y yo nos hayamos separado no quiere decir nada. Hemos tenido un muy buen matrimonio, nos seguimos llevando muy bien y aunque no pudo ser para toda la vida el tiempo que duró fue muy bueno y, sobre todo, mantenemos una magnífica relación y tres hijos en común. Y veinte años conviviendo en los que nos hemos querido mucho.

—¿No tiene la impresión de haberse casado muy joven? Si su hija le viene a los veintiún años queriéndose casar…

—Sí, pero mi hija ha tenido una vida muy distinta a la que yo tuve. Yo ya había viajado mucho, me había movido mucho, había vivido sola en el extranjero. Sigo pensando que era muy joven para el matrimonio, pero tenía unos veintiún años un pelín más crecidos que los que seguramente tendrá mi hija cuando llegue a esa edad. ¡Falta mucho todavía! Son otros tiempos.

—¿No se casó para ser más independiente?

—Para nada. Mi padre todavía vivía y le adoraba. Mi madre es una magnífica ama de casa y con ellos se vivía muy bien, fenomenal, con cuatro hermanos muy divertidos. Era, es una casa en la que siempre pasaba algo. Me fui con pena pero decidí que mi vida estaba con José Miguel.

—¿Por qué piensa que su padre sigue siendo tan querido entre los que le conocieron?

—Pienso que la ausencia magnifica el recuerdo. De los que se nos van solo recordamos lo maravilloso y eso, lo bonito. Nosotros hablamos mucho de él, intentamos no olvidar nada del tiempo que pasamos juntos porque solo cuando olvidas es cuando de verdad esa persona muere. Era un hombre maravilloso. Le echamos mucho de menos, sobre todo mi madre.

—¿Usted qué es, más Gómez-Acebo o más Borbón?

—De físico me parezco más a mi padre, en la voz a mi madre. Quizás deberían decirlo mis hermanos. Lo que es seguro es que tengo peor carácter que mis padres. Mi madre es una mujer de mucho carácter y bien que lo tenga porque le ha hecho falta. Su vida ha sido dura, de mucha lucha.

—Muchos creen que es menos dura la vida estando en una posición social privilegiada.

—No tiene nada que ver. Cada uno tiene unos problemas que le afectan y no son solo de posición social o de dinero. Cuando una tiene problemas con un hijo y ha de sacarlo adelante sola, el dinero o la posición no sirven para nada. Ahí está el ser humano, solo, la categoría humana, y ante tus hijos tienes que dar lo mejor de ti, estés en la posición que estés. Tus hijos son tuyos siempre. Tengas dinero o no son tu legado más preciado. El cariño no se paga con nada y es lo más importante. El resto, qué quiere que le diga… Para eso Dios nos ha dado dos manos para trabajar y salir adelante.

—¿Usted podría trabajar en lo que hiciera falta? ¿O podría vivir sin trabajar?

—Podría trabajar en lo que hiciera falta, vendería lavadoras, coches o joyas, lo que hiciera falta. Y eso que soy muy mala vendedora, la peor. En esta vida el tener un trabajo es fundamental, da igual cual sea, mientras se haga con la mejor de las voluntades. No hay trabajo indigno y si traes el pan a casa más todavía.

—¿Volverá este verano? La vemos mucho por el sur de España últimamente, nos sentimos abandonados.

—Mentira, no se me echa en falta, qué va. Todavía no lo sé, quizás venga unos días. En todo caso está aquí el resto de mi familia, empezando por mi madre y mis cuatro hermanos que nunca fallan.

—¿Siguen recordando mucho su antigua casa de Portopi? ¿Qué siente cuando pasa frente al nuevo edificio que la sustituyó? Se le ha ensombrecido la mirada…

—No voy a entrar en ese tema porque es muy triste para todos nosotros y ya está pasado. Prefiero olvidarlo. Fue un momento muy doloroso, prefiero no hablar del tema.

—Me decía que a su hija le pasaría todas sus joyas, ¿Y sus hijos qué, se quedan sin corona?

—No pienso ni en heredar las de mi madre, imagínense mis hijos. Son temas tan escabrosos. Hay que matar al personal para heredar y no tengo ninguna gana de que nadie se muera para heredar. Que las disfrute el propietario en vida. ¡Qué horror, mi pobre madre asesinada por mí, solo para heredar!

—¿Qué le parecen las joyas de la nueva princesa de Mónaco?

—Me pareció precioso el collar que llevó tras la ceremonia civil. A la princesa Charlene la conocimos en Durban y me pareció bellísima, encantadora.