Antonio Pizá apreciaría la ironía de que su corazón se detuviera en vísperas del debate entre Antich y Bauzá. Su olfato finísimo se hubiera solazado con el apocamiento presidencial y el castellanísimo aspirante del PP. Sus dardos hubieran asaeteado sin complejos al dúo – "he sido malo a conciencia en mis artículos"–. A falta de sus folios mecanografiados, el enfrentamiento al que no pudo sobrevivir hubiera revalidado su mapa de los contornos. "Mallorca es una abstracción en la que un provincianismo de viva Cartagena se reviste, gracias a su permeabilidad, de un cosmopolitismo hortera". Incluso para un redomado combatiente contra la chabacanería, la situación de su isla universal se hizo irreversible. Así que se ha marchado como su rey Lear, a encontrar un mejor dónde.

Un adolescente de los años setenta que leyera las enjundiosas crónicas del cocodrilo Pizá en Baleares, el eterno diario del Movimiento, no podía dejar de preguntarse "¿cómo se atreve?" Bajo aquella atmósfera rancia y aquella cabecera uncida al yugo, el periodista disfrazaba la dinamita de costumbrismo, se erigía en quintacolumnista, encendía su propia pira. El joven fascinado por su vitriólica capacidad de síntesis quedaba envenenado para siempre como periodista o, más importante, como lector de periódicos.

Twitter es una imitación decorosa del ingenio furioso de Pizá. Es imposible exagerar el papel que jugó en la sociedad mallorquina, incluso el ascenso fulgurante de este periódico se logró disputándole la supremacía personal, cuajada en el famoso pleito que lo enfrentó a Antonio Alemany. Los ajustadores de cuentas profesionales sospecharán que tardamos demasiado en mencionar a Franco. Equivale a reducir a Montanelli a su peripecia mussoliniana, y el propio periodista corregía raudo que "fui poco franquista y muy joseantoniano".

Antonio Pizá veía más hondo que nadie, y extraía la verdad al ácido. Su "evolución no oportunista" a la democracia reforzó su nacionalismo, porque sentía amenazados los mimbres esbeltos que sostenían su isla. Por eso lamentaba que "de los que vienen aquí a pacer, me molesta que se muestren despectivos con nuestro carácter. No por forasteros, sino por cretinos". Fue el primero en auscultar las miserias cleptómanas de UM, en denunciar una corrupción del PP que le molestaba más por hortera que por delictiva. Siempre animó a combatirla, frente a la dejadez de los tontos útiles de la izquierda local.

Se emborrachaba de música clásica en sus interminables paseos solitarios por el dique del Oeste. Conocía a sus clásicos, pero no necesitaba exteriorizar su cultura ni abrumar a sus lectores con ella. Hasta su malhumor era más humor que mal. Atrapaba las ideas al vuelo, siempre le reclamé el rango de alumno sin ánimo de ofenderle.

No cabe confundir a Pizá con los cronistas villalonguianos que han descubierto su Mallorca falsificada bajo los pliegues de la mesa camilla, con el evidente riesgo de sufrir una hernia. Su carrera se cimentó en miles de kilómetros al pescante de la moto de un fotógrafo, entrevistando a las mayores celebridades del planeta. Pocos periodistas en todo el mundo pueden presumir de haber atrapado a tantos mitos en el apogeo de su gloria. Por supuesto, no necesitaba a un famoso para plasmar sus inigualables diálogos. Su entrevista a la madre del Nobel Cela, felizmente rescatada en un libro sobre el escritor, es una delicia digna de Jardiel Poncela.

Obligado por la enfermedad a reaprender el idioma entero, desarrolló en este periódico una mordacidad más discursiva pero no menos eficaz, mezcla de Wodehouse y de Auberon Waugh. Se ingresaba disciplinadamente en el hospital cuando su condición lo exigía, reaparecía vibrante y protector de su única realidad en la convalecencia.

Siempre juvenil, admiraba con generosidad a los nuevos talentos. Agudiza sus neuronas cuando descubre por ejemplo a las veinteañeras Pilar Garcés y Marisa Goñi, y se ve obligado a combatir dialécticamente con ellas. Vivía en un discreto apartamento de Portopí, zafándose de sus recuerdos y sin ninguna necesidad de escribir un libro "porque hay demasiados". Por fortuna, nunca fue condecorado por el cobarde Govern progresista que se esfuerza por encontrar un hueco donde pincharle una condecoración semanal a Pedro Serra. Tampoco figura en el exclusivo canon del periodismo confeccionado por alumnos de Montesión, que desprecia el humor como una excrecencia a exterminar.

La ausencia de Pizá de estas listas contaminadas permite afirmar que ha muerto un grande del periodismo, porque dispuso del arma más peligrosa y envidiada de la profesión. Lectores, miles de ellos, ganados a pulso. El periodismo mallorquín se ha hecho un poco más triste y la isla sigue hortera, Antonio, con perspectivas de empeoramiento. No importa, nunca nos tomamos la victoria demasiado en serio.