Se cumplen 50 años del envío al espacio del primer hombre: el cosmonauta ruso Yuri Gagarin. Con su hazaña infligió a los estadounidenses, en aquel contexto de odio y lucha por el dominio del mundo, una humillación sin precedentes. Convertido en icono de la propaganda soviética, su Gobierno le prohibió volver a subir a una cápsula espacial por el riesgo que entrañaba. Batalló hasta conseguir que le permitieran volar como piloto de caza. El 27 de marzo de 1968 se mató en un entrenamiento en un Mig 15. Tenía 34 años. Imposible para un héroe acceder a la eternidad con una muerte más romántica y en consonancia con su vida.

En un principio, el proyecto de colocar en órbita un satélite artificial tenía por finalidad observar si la forma del planeta Tierra -el geoide- era la prevista teóricamente con cálculos geodésicos. Los norteamericanos lanzaron el desafío en 1955. Nadie prestó atención a la URSS, considerada tecnológicamente muy atrasada.

Inesperadamente, el 4 octubre de 1957, la Unión Soviética, con Rusia a la cabeza, logró colocar en órbita, antes que ningún otro país, el satélite «Sputnik 1», éxito que redondearon los soviéticos al orbitar poco después una cápsula con un ser vivo: la perra «Laika». Como queriendo pitorrearse de sus rivales estadounidenses -y por entonces, en «plena guerra fría», acerbos enemigos- el «Sputnik 1» emitió señales radiales -el famoso «bip-bip»- que se captaron en todo el planeta. Si los soviéticos les hubiesen tocado vuvuzelas, a los norteamericanos no les hubiese sentado peor.

Los logros espectaculares de la ciencia y la tecnología de la URSS desencadenaron una psicosis colectiva en Estados Unidos cuya población se sintió amenazada. La amenaza se materializó en bofetón cuando, el 6 diciembre de 1957, los norteamericanos lanzaron su primer satélite, el «Vanguard TV3», que explotó ante las cámaras del mundo entero. Finalmente, con el «Explorer 1» el, 1 febrero de 1958, colocaron en órbita un modesto artefacto de 18 kilogramos. Jrushchov, despectivo, se guasó de los norteamericanos declarando que en lugar de enviar satélites orbitaban naranjas.

En este contexto de guerra fría y carrera espacial entre la URSS y EE UU se produjo un hecho mayor de la historia de la Humanidad: el 12 abril de 1961, la Unión Soviética colocó en órbita la cápsula «Vostok» (Oriente, en ruso) tripulada por el cosmonauta Yuri Gagarin. Esa hazaña cenital tuvo dos protagonistas, uno de ellos completamente desconocido incluso para los servicios de información occidentales: Yuri Gagarin y su mentor, Sergei Korolev.

Gagarin (1934-1968) devino en héroe internacional, admirado por doquier, incluida la España franquista. Su gesta, en general, fue vista como un triunfo de la Humanidad. Ahora bien, como es natural, los soviéticos se sintieron henchidos de alegría y orgullo y, por el contrario, los norteamericanos quedaron estupefactos de abatimiento. Por haber sido el primer hombre en sustraerse a la atracción terrestre, la gesta de Gagarin infligió a los estadounidenses, en aquel contexto de odio y lucha por el dominio del mundo, una humillación sin precedentes.

Padre de dos niñas, Yuri Gagarin tenía 27 años. Su suerte se decidió sólo cuatro días antes, al ser escogido frente a Titov, que quedó como su suplente.

En el trayecto hasta el vector, a Gagarin le entraron ganas de orinar; mandó detener el autobús y se alivió contra una rueda. Desde entonces, todos los cosmonautas que parten del cosmódromo de Baikonur repiten el ritual de lo que llaman «el gesto de la suerte». Gagarin se instaló con relativa facilidad en la minúscula cápsula espacial «Vostok» -1,6 metros cúbicos- gracias a su corta talla, 1,59 metros. Todos los testigos coinciden en que Gagarin no mostró el mínimo temor. A las 09.25 horas, «Cedro» (su nombre de código) estaba en órbita. Por primera vez en la Historia un hombre veía la Tierra, a 28.000 kilómetros por hora, desde el espacio.

La misión de Gagarin, esto es, la primera incursión en el espacio, duró 108 minutos. Después de una vuelta completa a la Tierra, la nave entró en la atmósfera. Y ahí empezaron los problemas, frente a los cuales Gagarin demostró un temple de acero. La separación de la cápsula del módulo de servicio se produjo con diez minutos de retraso, en circunstancias espantosas. Sin embargo, Gagarin no comunicó nada a tierra, para no perjudicar a su valedor Sergei Korolev, padre del programa espacial soviético. Finalmente, a una altitud de 7.000 metros, Gagarin fue eyectado de la cápsula y descendió en paracaídas.

La trayectoria profesional de Gagarin fue canónica dentro del espíritu de recompensa, emulación y meritocracia del régimen soviético. Obrero metalúrgico, hijo de obreros, adquirió después, por propia decisión, formación de paracaidista y, posteriormente, obtuvo el título de piloto. Seleccionado con otros pilotos para recibir entrenamiento de cosmonauta, lo eligen in fine para la misión del 12 de abril. Al convertirse en un icono fundamental de la propaganda soviética le prohibieron volver a subir a una cápsula espacial por el riesgo que entrañaba. Gagarin batalló hasta conseguir que le permitieran volar como piloto de caza; el 27 marzo de 1968, en el curso de un entrenamiento de reconversión, se mató con su instructor en un Mig 15. Tenía 34 años. Imposible para un héroe acceder a la eternidad con una muerte más romántica y en consonancia con su vida.

Alan Shepard, el primer astronauta norteamericano enviado precipitadamente para contrarrestar el «efecto Gagarin», hizo lastimosamente el ridículo. Su cohete alcanzó la altitud de 186 kilómetros -la frontera entre la atmósfera y el espacio se sitúa aproximadamente a una altitud de 100 kilómetros- pero sin completar ni una vuelta a la Tierra; descendió siguiendo una trayectoria balística suborbital.

En la carrera espacial entre EE UU y la URSS los soviéticos se pusieron en un principio en cabeza y conservaron la delantera hasta que, gracias al programa «Apollo», dotado de ingentes medios, los norteamericanos pisaron la Luna el 20 julio de 1969. Esta hazaña marcaría el principio del fin de la URSS al obligarla a asignar y mantener un gran porcentaje del presupuesto a fines alejados del bienestar cotidiano de la gente; la ayuda militar suministrada por los norteamericanos a los talibanes en Afganistán -vía Pakistán- y el ansia de libertad de los ciudadanos de países comunistas harían el resto.