En su exquisita autobiografía, Benjamin Franklin cuenta cómo en 1731 fundó en Filadelfia la primera biblioteca pública de los Estados Unidos. La biblioteca abría los sábados por la tarde, de cuatro a ocho, y en su catálogo se encontraban, además de novelas, títulos de geografía e historia, filosofía, teología y poesía. El lema que adoptaron los socios era simple y revelador: "Apoyar el bien común –decía– es una labor de los dioses." El préstamo era libre y pronto pudo comprobar, anota Franklin en sus memorias, de qué modo, gracias al servicio que prestaban, la conversación general de los americanos había mejorado "hasta el punto de que los tenderos y los agricultores razonan al mismo nivel que cualquier caballero de Francia o de Inglaterra". No es algo que deba extrañarnos. La inteligencia es una herramienta fundamentalmente lingüística. Pensamos por medio de palabras y dentro del marco de nuestra capacidad gramatical y sintáctica. Al hilvanar nuestras emociones vamos tejiendo el hilo de la identidad. La neurociencia sostiene que pensamos en red –de las sinapsis neuronales al razonamiento ético– y uno de los indicadores más fiables para calibrar el futuro coeficiente intelectual de un niño es la riqueza de su vocabulario. "Mi cultura es exactamente el fruto de la imprenta –escribe Ramón González Férriz en Letras Libres–. La Ilustración, la libertad de pensamiento, el laicismo y la democracia –nuestra civilización– son inventos del papel impreso". Sin el lenguaje, sencillamente, el hombre no existiría.

El pasado lunes, M. Elena Vallés destapaba la noticia de que el Consell de Mallorca lleva más de un año sin servir novedades editoriales a la red de bibliotecas municipales de la isla. La excusa, como no puede ser de otro modo, son los problemas burocráticos, aunque no importe ni se sepa muy bien cuáles. Kafka fue el primero en captar con lucidez profética el rostro amoral y fantasmagórico de la burocracia, como recuerda, irónico, Antoni Ferrer, bibliotecario de Manacor. "Que pase un año y no se arreglen los problemas burocráticos significa que somos anónimos, como fantasmas que no existimos. Si los transportistas se quedaran sin gasolina –remacha Ferrer–, en tres días habrían solucionado el problema". No deja de ser paradójico que la realidad confirme sus sospechas.

Mallorca goza del triste honor de ser una de las regiones españolas con mayor tasa de fracaso escolar. Uno de cada dos alumnos, aseguran las estadísticas, no obtendrá la titulación mínima obligatoria. La demagogia invita a culpabilizar a la izquierda que gobierna en el Consell de la parálisis bibliotecaria, pero más bien nos encontramos ante un problema transversal. Las decisiones –o indecisiones– políticas reflejan valores culturales compartidos de un modo inconsciente por la mayoría de la sociedad. Mientras que la retórica oficial habla de la "Economía del Conocimiento y de la Innovación", los gestos del poder subrayan los estereotipos funcionales del pasado. Una línea sutil conduce de las estanterías vacías en las bibliotecas al fracaso escolar y a la ausencia de I+D. De hecho, creo que nadie sabría decir si el problema de nuestra sociedad reside aquí o allí, porque probablemente esté en todos sitios, como la sepsis que invade un organismo debilitado. Pero, en una época tumultuosa y de cambio como la nuestra, no me cabe duda de que Benjamin Franklin habría sabido deducir cuáles son las consecuencias de la actual irrelevancia de las bibliotecas.