Primero una de libros. No sólo la literatura sirve para ajustar cuentas con el pasado. La edición también puede. A España le hacía falta un grupo de jóvenes editores independientes por una cuestión histórica. Y por una necesidad de conocimiento. Editores de sellos artesanales como Periférica, Nórdica, Impedimenta, Libros del Asteroide y otros, reconocidos con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial, se han dedicado en los últimos años a recuperar clásicos modernos del siglo XX (guillotinados por Mondadori y otros) que no estaban en nuestras librerías. Narrativas que empezaron a recuperarse a finales de los setenta, cuando el franquismo también puso fin a la hegemonía del ensayo político. "La gente estaba harta, quería leer historias literarias. Fue la fuerte demanda lo que provocó una avalancha de traducciones malas y rápidas de la mejor novelística europea", justificaba el viernes en Palma Julián Rodríguez, escritor y director de Periférica, también hermano de Javier Rodríguez Marcos de El País. Muchos de nuestros padres decoraron su casa con colecciones de tapa dura ahora mismo ilegibles. ¿Quién no recuerda esos tomos verdes o marrones contenedores de un canon occidental mal deglutido? Pocos de esos textos bebían del manuscrito original. Un desaguisado que estos jóvenes editores han resarcido pagando bien a traductores "también jóvenes", recalcan. Porque la juventud –bien preparada- es una característica fundamental dentro del curioso fenómeno editorial que estamos viviendo: "Mientras crecen ken folletts que van hacia el libro digital, aumenta el número de sellos artesanos y de librerías literarias; sólo en Nueva York han abierto 17 nuevas", detalla Rodríguez. Todo esto está muy bien. Pero hay que pasar la prueba de fuego: estas editoriales pequeñas deben también apostar por autores vivos y mantenerlos. Algunas lo hacen. Periférica o Alpha Decay por ejemplo. Pero luego viene la poderosa y comodona Alfaguara y te roba a la pedantona Pola Oloixarac –eso dicen-, la porteña de la que todo el mundo habla en los mentideros. Ya sea por sus libros o por otras historias. Al menos tiene más talento –maticemos, literario- que Espido Freire.

Me llega por correo electrónico la novela del músico mallorquín Octavio Cortés (Palma, 1973), editada por Atlantis, otro sello que publica nuevas voces. Sweet Sixteen (guiño a un tópico del blues y a un tema de B. B. King) será presentada el próximo día 31 en el Centre Cultural Pelaires. Este guitarrista y pianista palmesano, que fue telonero de Otis Rush, John Hammond o Corey Harris, ambienta la trama en la bohemia palmesana de mediados de los años noventa. Sin nombrar los locales, son reconocibles el ahora mediático y malparado Bluesville, el Barcelona, el Café Lisboa o La finestra. "Palma estaba por entonces entre las dos o tres ciudades de referencia del blues en España. Una escena musical que institucionalmente ha sido masacrada", apunta. A pesar de estas palabras, promete que el libro no es un ajuste de cuentas a esa política cultural "corta de miras que sólo apoyó a los que tocaban en catalán sin importarles la calidad", asegura. La novela es un reflejo de aquella época cultural –"no sin cierta nostalgia por aquellas bandas locales"- y de lo que podría haber sido la isla.

Pocos altavoces tiene el archipiélago para sus propias formaciones musicales. Cortés, que fue pianista de Concha Buika, lo suscribe. Para conquistar Mallorca antes hay que conquistar Madrid o Barcelona. O El Corte Inglés. Es el caso de la banda Lonely Drifter Karen, comandada por Tanya Frinta y el mallorquín Marc Melià, ex El Diablo en el Ojo y mitad del dúo El Piano Ardiendo. Su canción This World is Crazy es la banda sonora de la campaña publicitaria de primavera de los grandes almacenes.