Viendo la Capella del Santíssim uno entiende muchas cosas. Ante ella nadie queda impasible. Gusta o no gusta. El tiempo ha querido cerrar la herida de los que se opusieron al trabajo de Miquel Barceló en la Seu. Cuando se cumplen cuatro años de su bendición, la catedral "ha absorbido" su obra incorporando la cultura y la liturgia en un espacio que es hoy "el lugar donde se celebran más misas de la Catedral", explica Joan Bauçà, deán del cabildo de la Seu, con motivo de la jornada de puertas abiertas celebrada ayer en el marco de su aniversario y la reciente restauración de la Capella Reial.

El encargo del obispo Teodor Úbeda supuso un antes y un después, como hiciera su homólogo Campins en los primeros compases del siglo XX , encomendando a Antoni Gaudí y a su discípulo Josep Maria Jujol la decoración de la Capella Reial. Su obra no fue ni mucho menos tan controvertida como la de Gaudí, recuerda Bauçà.

Sus transgresoras aportaciones han dejado una huella imborrable del arte contemporáneo, aquel que ha demostrado que puede convivir con la religión y que ha hecho de la Seu un lugar de peregrinación de historiadores, amantes de la plástica, y seguidores de la fe cristiana. En su primer año la obra de Barceló incrementó notablemente las visitas a la Catedral.

Para muchos era sin embargo una asignatura pendiente y ayer tuvieron la oportunidad de saldar esa deuda. Ambos trabajos son "incomparables", opinaba Vicky Pieniazeck, que regresaba a la Catedral para contemplar de nuevo las cerámicas y de paso el trabajo del maestro catalán. "Es absurdo equipararlos cada uno está marcado por una época". Las vio por primera vez por puro azar, cuando ejerció de traductora en la visita que los tenistas Rafel Nadal y Roger Federer realizaron a la Catedral con motivo del duelo deportivo que protagonizaron sobre la hierba en el Palma Arena. Y ambos quedaron "impactados", recuerda. Junto a ella, decenas de personas observan cada detalle, los panes, los peces, la imagen de Cristo... Murmuran y recuerdan la polémica que supuso el lienzo cerámico que está frente a ellos, y que muchos, como Catalina Bonnín, no consideran "tan irreverente".