El Auditòrium le vio la última vez junto a Lola Herrera en la aplaudida Seis clases de baile en seis semanas. Un año después, Juanjo Artero vuelve a la misma sala convertido en loser, "un tipo abandonado por su mujer que termina en una tienda de campaña". Su personaje, "un obsesivo-compulsivo", aguanta toda la tarde con una botella de agua en el Karaoke, la comedia de Juan Luis Iborra y Antoni Albert que se estrena mañana en el Auditòrium con doblete: habrá función a las 19 y a las 22 horas. Diez años haciendo de Charlie en El Comisario han moldeado al actor madrileño para bordar con primor a un policía "de los que van con traje" en No habrá pan para los malvados, una película que coprotagoniza junto a José Coronado y que se estrenará en 2011.

–¿Cómo se ve en la piel de un perdedor?

–Bien, bien. No es la primera vez que hago un papel así. En Nina o en Por Amor al Arte era otro perdedor.

–¿Qué le aporta a un actor contemporáneo don Juan Tenorio?

–Todo. Es un personaje de un peso tremendo. Que pasa por muchas fases, desde la diversión hasta la muerte. Hacer el Tenorio te pone mucho las pilas. Se lo recomiendo a todos los actores. Yo ya llevo un par a las espaldas. Y en verso. Porque empecé a hacer teatro en verso: mucho Lope, algo de Tirso de Molina y Shakespeare. Monté una compañía, y al principio hacíamos teatro clásico.

–¿Con quién no se iría nunca a un karaoke?

–Con Bush.

–Mójese un poco más.

–No me gusta meterme en según qué jardines. Prefiero no contestar.

–¿Y con González-Sinde?

–Creo que hay que hacer algo con el tema de la piratería. Porque los que viven de su arte han notado un bajón muy grande. Hay que proteger a los autores. Es cierto que igual no hay que cobrar tanto por los contenidos, pero habrá que llegar a algún tipo de acuerdo.

–El teatro si de algo se salva es de la piratería.

–Uf, sí. Y si la llega a sufrir algún día es porque habría pasado a la pantalla, y, seamos francos, ya no sería lo mismo.

–Está rodando El Barco con Mario Casas. ¿Cómo ve a la nueva camada?

–Tiene un potencial muy bestia. He disfrutado de trabajar con Mario. Lo tiene todo para llegar lejos.

–¿Es caro el teatro?

–Depende. Pero creo que no. Mira, tomarse en un bar dos cervezas es lo que te cuesta una obra de hora u hora y media. Caro es el fútbol. Y nadie dice nada. Todo el mundo está a tope con él.

–¿Cómo cree que debería ser la programación de un teatro público?

–Pues más o menos como la que hace Mario Gas en el Teatro Español. Trae muchas compañías de fuera, una obra potente de producción propia y dos salas para los distintos formatos. A mí me gustan mucho las salas pequeñas.

–Usted es para muchos Charlie, el policía de El comisario. ¿Se os quejó algún poli del guión?

–No, todo lo contrario. A los polis les encantaba la serie, porque se trataba el lado humano. Pero me acuerdo que nos decían: "Jo, llevo 30 años en el cuerpo y no he pegado un tiro en mi vida". También me decían que siempre solucionábamos todos los casos. Una serie tiene que ser mentira, si no, el público se aburriría.

–¿Vivís los actores de las series pendientes de las audiencias?

–Yo no soy un actor de series. He hecho mucho teatro, algo que no ve todo el mundo. Y sí, claro que estamos pendientes de las audiencias. Nos mandamos SMS entre nosotros. Es algo hasta divertido.

–¿Qué siente cuando escucha la melodía de Verano azul?

–Depende del momento. No sé. La serie me sirvió para saber cuál era mi profesión.

–¿Qué le empujó a ser actor?

–De pequeño ya lo tenía muy claro. Un profesor del colegio ya me dijo que tenía que dedicarme a esto. Y un día me fui a la piscina, y Antonio Mercero me dijo que si quería hacer un casting. Lo hice y me cogió.

–¿Por qué cree que le escogió a usted y no a otro?

–Tengo los ojos azules, era muy monín con catorce años. Supongo que por eso. No era un niño prodigio. Me ha costado mucho ser actor. Esta profesión es una carrera de fondo.

–¿Qué personaje es el que más le ha costado?

–No hay ninguno en concreto. Si el personaje se te parece, siempre es más fácil trabajar. En mi caso, me gustan los caracteres que son muy diferentes a mí. Aunque está claro que todos tenemos una parte de todo. Todos hemos sido héroes y villanos alguna vez.