Lluís Llach (Girona, 1948) se bajó del escenario "porque no quería morir encima de él". Ni hablar, pues, de una despedida punk, bromea al respecto y a sus sesenta y pocos. "Sustituir los conciertos y la comunicación que se establece con el público es difícil", ya ha podido comprobar el catalán. Y en eso anda, intentando remplazar lo que tenía y apreciaba a base de pequeñas y grandes cositas. Como la escritura, que antes practicaba y ahora ya es "costumbre". Como la observación y la reflexión calma del mundo, una "necesidad" vital. O como el vino, una "aventura" que le convirtió en propietario del Celler Vall Llach a principios de los 90. Y también en un "empresario agobiado al borde la ruina", confiesa entre el chascarrillo y el insomnio.

Sí, Lluís Llach está "hasta los cojones de que canciones que escribí hace 30 años aún estén vigentes". Lo disparó por primera vez en julio, el día en que Cataluña se manifestó en contra del Tribunal Constitucional y su sentencia sobre el Estatut. Y lo repitió ayer en Palma, imposible que los medios de comunicación no terminen hablando con él sobre España y sus països catalans. "Honestamente, nunca fui un independentista de bandera, más bien un autodeterminista radical. Al independentismo radical me parece que he llegado ahora", asume, impulsado "por la gente". Por el cansancio que provoca el ver que todo sigue igual. Por el "cretinismo de Zapatero". O por la "perversión que la democracia, lo más delicado que tenemos, viene sufriendo desde la Transición". "Durante muchos años hemos sido muchos los que hemos intentado hacer pedagogía... y ya no tenemos más tiempo para ello", apremia un veterano que se confirma "antisistema". Aunque sólo sea para molestar.

"En los últimos cinco o seis años España nos ha dejado sobre el mapa de carreteras una sola vía para funcionar como país, que es la de la soberanía, la de la independencia", suma Lluís Llach. "El camino no es España. El camino de nuestra soberanía es Europa. Nuestras instituciones, en vez de pelearse tanto, deberían ponerse a trabajar y preparar los caminos europeos", sigue agregando, al tiempo que la sangre le comienza a "hervir". "A estas alturas de la película, España ya se las arreglará", deriva, convencido de que la emancipación que reivindica es fruto de una "necesidad social y cultural". Y por supuesto "económica", remarca.

"A este señor no lo conocía de nada. No había escuchado nunca una buena idea suya, o una propuesta política interesante". Habla Lluís Llach sobre José Ramón Bauzá, presidente del Partido Popular en Balears. "La manera que ha tenido de hacerse famoso es con una imbecilidad cultural", entiende, refiriéndose al reciente anuncio del popular –después rectificado– sobre su intención de eliminar la Ley de Normalización Lingüística. "Menos mal que se ha dado a conocer tal y como es", respira entre aliviado e indignado.

"Nos hemos acostumbrado a que la mitad de la clase política esté acusada de corrupción. ¡Y ganarán las elecciones!; con licencia para matar, culturalmente", lamenta Llach. "La política es un refugio para mucho impresentable", se enfada, señalando a los dirigentes como los culpables de la "amargura profunda" y el "desencanto" que todo lo contamina. "Se nos ha cerrado la posibilidad de mejorar las posibilidades colectivas de una buena vida. Nos hemos vuelto individualistas", se apena, convencido de que ir a "contracorriente" aún es posible. Como hace él, que ha recuperado parte de la alegría gracias al vino. Y no porque se lo beba, pues es abstemio. Y sí porque mimarlo desde su celler le ha permitido embarcarse en una "aventura humana" extraordinaria y recuperarle a su Priorat un lugar en el mundo.