Pecaría de frivolidad quien despachara a Michael Douglas como un simple veraneante en Mallorca. Se estableció en la isla durante los años ochenta por deseo de una esposa –Diandra Douglas, nacida Luker–, y en la década siguiente se declaró en su mansión mallorquina a su siguiente mujer, Catherine Zeta-Jones. Quedó subyugado por la actriz tras contemplarla en El Zorro, fue el único espectador que experimentó esa revelación y la consiguió plasmar en una boda. Antes la persiguió durante un año por todo el planeta. La resistencia de la galesa sólo se quebró en la casa mediterránea del actor en s´Estaca, mientras el helicóptero de un paparazzi los inmortalizaba acaramelados en la piscina.

La difusión de los arrumacos, que cambiarían el rumbo de una dinastía hollywoodiense, sintetiza los enfrentamientos de Douglas con la prensa en Mallorca porque, según reconocía él mismo en s´Estaca "los fotógrafos empiezan a atacarme desde el momento en que piso la isla. He vivido 19 años en Santa Barbara sin encontrarme jamás con una cámara en mi camino particular, así que tuve que acostumbrarme a esto". Sus reacciones al escrutinio gráfico no han sido siempre pacíficas. "Hay una porción de indignación y de enfado en mi carácter. Convivo con ella, porque es una emoción sincera y una fuente adicional de energía".

El sí de Zeta-Jones no coincidió con su primera visita a Mallorca. En su adolescencia había veraneado con sus padres en la isla, pero en un hotel de tres estrellas de la saturada costa de Magaluf, perteneciente al imperio de Gabriel Escarrer y donde ganó un premio de misses que fue su primer galardón. Este verano, Douglas y su esposa han celebrado en la isla el décimo aniversario de su matrimonio, respetando el contrato de divorcio con Diandra Douglas que reserva s´Estaca durante seis meses al año para cada uno de los cónyuges. Al actor le corresponde el semestre comprendido entre el uno de enero y el primero de julio. Aunque la magnífica finca volcada sobre la costa norte se identifica con el municipio de la Deià de Robert Graves, pertenece en realidad al término de la Valldemossa de Chopin.

Poco después de abandonar Mallorca, el actor recibió el diagnóstico de un cáncer de garganta. En la encrucijada de la enfermedad, cabe recordar que en la isla ha interpretado uno de sus papeles más conseguidos. El norteamericano que ha ganado un Oscar como actor –Wall Street– y otro como productor –Alguien voló sobre el nido del cuco– se ha convertido en la reencarnación voluntaria y voluntariosa del archiduque austriaco Luis Salvador de Habsburgo-Lorena y de Borbón, el familiar de la emperatriz Sissí que está considerado el prototurista mallorquín y el responsable de la preservación del litoral septentrional de la isla. Conocido popularmente como s´Arxiduc, la emulación de Douglas arranca de que el aristócrata centroeuropeo cedió la finca de s´Estaca a Catalina Homar, la joven campesina de la que se enamoró profundamente. El protagonista de Instinto básico compró la propiedad a sus descendientes.

Un siglo después, un actor de Hollywood que relativiza su trabajo – "actuar no es una profesión muy seria para un adulto"– rescataba los blasones de un aristócrata austriaco considerado un precursor del ecologismo. Por contra, la primera actuación del actual archiduque de Mallorca consistió en cometer las infracciones urbanísticas de rigor, en una ampliación desmesurada de las viviendas iniciales. Según es habitual en la isla, no tuvo que derribar ni un solo muro, el conflicto se resolvió con una multa. Douglas asumió su penitencia levantando en Valldemossa un centro cultural llamado Costa Nord y consagrado, cómo no, a la figura de s´Arxiduc.

Y así se llega a un encuentro histórico para el planeta, por usar la prosopopeya de Leire Pajín. En su regreso al Govern de Balears en 2003, el ex ministro aznarista Jaume Matas cruza su camino con Michael Douglas. El político piensa que puede aprovecharse de la imagen del actor, un lince para los negocios que ve expedito el camino para liberarse de la onerosa experiencia de Costa Nord. Surge así uno de los contratos de promoción más desorbitados de la historia. Durante cuatro años, una comunidad autónoma ha pagado a diario el equivalente de cuatro mil euros a uno de los hombres más ricos e influyentes de la industria cinematográfica. "Soy una de las cincuenta personas más poderosas de Hollywood, seguro, pero me maravilla saber cómo averiguan si de un año a otro pasas del puesto 26 al 27".

La contraprestación al despilfarro de cinco millones de euros se limitaba a apariciones de la celebridad en ferias turísticas, cumplimentadas sumariamente y en cantidad nunca demasiado aclarada. A cambio de "las veces que promociono a Mallorca en todo el mundo, en entrevistas a revistas o televisiones", Douglas sólo demandaba "recibir un trato que respete mi privacidad". Consiguió mucho más, a cambio de haberse convertido en la imagen de un político que no está en la cárcel porque reunió tres millones de euros en un solo día para eludirla.

Al margen de las relaciones entre el norteamericano que se instaló en Mallorca y el mallorquín que huyó a Estados Unidos, las peripecias de Douglas en la isla se rodean de mitos comparables a su legendario antecesor austriaco. Se cuenta que el autor se retira a sus aposentos tras una fiesta en s´Estaca, y se encuentra en la cama a una dama de la alta sociedad mallorquina, desnuda y dispuesta a inmolarse al concepto de celebridad como enfermedad de contagio sexual. Así comentaba la escena el propio Douglas. "Es una buena historia, me gusta, seguro que era el fantasma de Catalina Homar. Voy a confesarle algo. Eso ocurrió en otro lugar, pero no aquí, cuando yo era muy joven".

Entre las promociones no tan desinteresadas de Douglas figura la sobrassada, el embutido mallorquín por antonomasia. La devoraba untada en galletas también autóctonas y comentaba en tono burlón, al preguntarle por sus presuntos problemas sexuales, "¿adicción al sexo? Cuando no soy cuidadoso, enfermo de adicción a la sobrassada". La remunerada promoción de Mallorca fue compatibilizada por los Douglas con una labor publicitaria de islas caribeñas que compiten directamente con su lugar de residencia. Para Catherine Zeta-Jones nunca ha sido fácil encajar en la casa levantada y decorada por su predecesora. El síndrome de Rebeca se saldó con la compra de un castillo en Gales, pero el actor ha rechazado ofertas suculentas. Una de las más recientes procede de un familiar de Alain Delon.

Michael Douglas vive en Mallorca para contemplar los atardeceres espectaculares, un ceremonial que interrumpe a diario su rutina. Mirando al sol caído, confiesa que "odiaba actuar, tenía miedo escénico". Lo ha demostrado en la isla, donde las fotografías han sido su tortura. Como anfitrión, ha acogido en sus posesiones insulares a Pat Riley, Goldie Hawn, Jack Nicholson, Danny de Vito y a un tal Kirk Douglas, uno de los últimos en llegar. Sería pretencioso afirmar que Mallorca reconcilió a los dos monstruos de Hollywood, después de que el hijo le birlara a su padre los derechos de Alguien voló sobre el nido del cuco y le privara del papel protagonista. La paz se selló junto al Mediterráneo, y Michael Douglas quedaba liberado para admitir que "probablemente he heredado la energía de mi padre, su stamina". Deberá administrarla con sabiduría para sortear los dos mazazos que ha recibido este año, la enfermedad y la prisión para su hijo Cameron, el adolescente que paseaba por Mallorca en ciclomotor al grito de "la isla entera pertenece a mi padre". Y quién se atrevería a contradecirle.