En el preámbulo de la entrevista, Alberto García-Alix (León, 1956) lleva la conversación a su terreno con la voz áspera del humo de los cigarros que le han prohibido fumar. Cuenta las historias del poeta pendenciero Pedro Luis de Gálvez y del anarquista Lucio, al que conoció durante su etapa en París. Divaga. Juguetea con su cámara Hasselblad. Sonríe a la camarera que se acerca a decirle que admira su trabajo... Está contento en Formentera, donde acaba de exponer por primera vez, donde ha llegado a lomos de su Harley. En septiembre, día 10, será el Museu Es Baluard quien cuelgue su obra.

­–¿Todas las imágenes son autorretratos?

–Como concepto de autoría un poco, claro, aunque no existe esa intencionalidad. Tienen de autorretrato lo que tienen de expresión personal.

–Pero siempre ha fotografiado paisajes y personas que formaban parte de su vida.

–Me reconozco más en el paisaje, es algo que me pertenece. Siempre hay algo de autobiográfico. Existe. Existen esos espacios autobiográficos, ese latido. Pero ahora lo veo de otro modo.

–¿Qué siente cuando se habla de usted como el fotógrafo del exceso, del lado salvaje?

–Son gilipolleces. Pero yo no leo sobre mí, para leer tonterías... Es todo un pastiche, mentiras que se quedan. Como lo de ´fotógrafo de la Movida´. Yo no fotografié la Movida, no tuve esa intención. Quien sí lo hizo fue Miguel Trillo. Yo no retraté a la Movida. No tenía tiempo.

–¿Tenía suficiente con vivir ese momento?

–Exactamente. Nunca tuve la idea de hacer ese trabajo, era muy parcial. En lo del exceso hay algo de verdad. Existió. Pero ese ya no soy yo.

–¿Cómo recuerda esa época?

–Fue mi juventud y eso siempre deja una nostalgia, pero no me preocupa. Me preocupa el presente. A través de la fotografía a veces me veo obligado a volver a ello, a dialogar con mi trabajo pasado. Es mi trabajo y está ahí.

–Ha admitido haber pagado el precio por esos excesos. ¿Se arrepiente de algo?

–No me arrepiento de nada, de qué vale.

Al contrario. Fuimos unos privilegiados en muchas cosas. Los años 70 y 80 en España se caracterizan por la trasgresión, la agitación, estar contra el sistema... eran valores en alza para la juventud. Al final de los 90 llega lo políticamente correcto. Tenemos suerte de hasta vivir una libertad. Todo se paga. Todos pagamos.

–¿Se ha perdido esa efervescencia?

–Hemos perdido todos. Nos hemos hecho todos más nihilistas, ya no hay ideologías. Es todo más vacuo. Todo ha cambiado.

–¿Qué queda del García-Alix de los 80?

–A todos nos queda algo (ríe). Queda la personalidad, aunque con un aprendizaje. Los años te dan experiencia. Te marcan.

–Muchos otros en esa época se quedaron por el camino... Eso le habrá marcado.

–Dios los tenga en su gloria a todos. Yo estoy vivo y me voy a comer una paella.

–Madrid y Formentera, donde ha vivido y ha fotografiado. ¿Qué le han aportado?

–Tengo una relación sentimental con Formentera. Llegué en el 88 y todas las vacaciones primero me iba un mes a recorrer el mundo con la moto y luego venía aquí a recargar energía.

–Dice que la isla acabó expulsándole.

–Todas las islas te expulsan. La vida a veces te echa de un sitio. Pero hemos hecho las paces.

–¿Y Madrid?

–Sigue siendo mi centro. Es donde tengo mis amigos. Me encanta la idiosincrasia de la ciudad... Me paso mucho tiempo de viaje pero siempre vuelvo: A Madrid, con mis motos, a Formentera, a la paella... Volver.

–¿Cuando compone una imagen qué es lo que busca, emoción, provocación, estética?

–Provocación jamás.

–Pero mucha gente le llama provocador.

–No lo entiendo así. La mirada cambia y no es lo mismo ver con veinte años que con cuarenta. En principio miras más hacia fuera, la imagen... Ahora la imagen te da dentro y provoca un monólogo interior, una reflexión.

–Y busca ese equilibrio entre la emoción y el sentido estético...

–El sentido estético lo hay en todo. Viene de la composición. Buscas que las cosas te hagan hablar de lo que quieres hablar. Estas cámaras de medio formato (coge su Hasselblad) te dan más tiempo de parada. Me veo obligado a parar, a decidir, a entender lo que estoy viendo y hablar con ello... y al final si hablo con ello también hablo conmigo.

–Ha hecho muchos retratos, es algo que ya define su trabajo.

–Sí, pero no sólo el retrato de seres humanos, para mí el retrato es todo. Es la intención de ponerme enfrente, la intencionalidad de retratar... los objetos, las personas, el paisaje... es una manera de entenderlo, a través de una frontalidad.

–¿Retrata el alma de las personas?

–El alma existe, pero no sale nunca. En la fotografía siempre hay algo que quiere salir y algo que no. No sale el alma y tampoco salen los pecados. Si se pudieran retratar los pecados ya sería la hostia... (ríe).

–Siempre ha fotografiado cuerpos desnudos, tatuados, el sexo de forma explícita...

–El sexo por el sexo no. Hice una serie de actores porno pero no por el sexo. Eran gente que conocí en un momento dado y me interesaban como personas. Me despertaban mucha curiosidad. Hice desnudos con ellos porque el cuerpo es su trabajo. Para fotografiar actores porno hace falta ser muy exhibicionista...

–Entonces, es un exhibicionista.

–Claro, como fotógrafo soy muy exhibicionista. La fotografía me ha convertido en un exhibicionista, de mi cuerpo y de mis emociones. Todo artista es un exhibicionista. La obra está hecha para existir, que lo demás lo vean está muy bien, pero primero tiene que existir.

–¿Cómo ha vivido el cambio de la fotografía digital? ¿La utiliza?

–Para vídeo, pero no para la fotografía. Sigo haciendo las fotos en analógico porque tengo fe. Hago la foto y después rezo: ´a ver cómo ha quedado... imagínate que feo...´. Qué misterio tiene la imagen digital: ´no me gusta, lo voy a corregir...´. Yo sigo teniendo fe.

–¿Se ha perdido el momento irrepetible del único disparo?

–Es algo imparable, yo debo ser de los últimos dinosaurios... porque me lo puedo permitir, porque las condiciones han cambiado mucho para los fotógrafos. No soy un fotógrafo, soy un diletante con una cámara. Puedo jugar con ello, con ese material que se va acabando. El hiper foco, el hiper retoque, el hiper hiper... sí, está muy bien, pero no veo más poesía. ¿La fotografía ha ganado en poesía con este cambio? No. La plata sigue teniendo más poesía.

–También hizo fotos en color y luego lo dejó.

–Porque empecé a hacer color sin saber hacerlo y cuando empecé a saber vi que me expresaba mejor en blanco y negro. Es una asignatura un poco pendiente. Hay que aprender a ver el color. El blanco y negro se queda en una alegoría de un sueño, en un mundo onírico. Antes crecíamos viendo televisión y los periódicos en blanco y negro. Ahora todo es color, para los niños el blanco y negro sólo existe en los sueños.

–Viene buscando otras formas de expresión.

–Te pones a jugar y buscas otros caminos para expresarte. Unes imagen y palabra, haces montajes, le das ritmo, vas creando emociones...

–Hace poco se recopilaron todos sus textos en el libro ´Moriremos mirando´.

–Me daba vergüenza, pero me gustó el resultado. Pero yo no soy escritor, es un divertimento.

–Pero emplea mucha energía en ello.

–Toda. Mira cuántas canas tengo (ríe).

–¿Cómo es su relación con la música?.

–Me gusta la música pero no tengo oído, tengo orejas. He hecho fotos para muchos músicos porque eran amigos. Pero escucho mucha, y tengo un espectro musical muy amplio. Me gusta la música que me lleva a una cadencia, a un trance. Me gusta el tango, el rock clásico... que nadie me toque a Elvis y a Johnny Cash.