Otra geometría era posible en aquellos años cincuenta saturados de neocubismo y receptivos a la abstracción. Pablo Palazuelo (Madrid, 1916-2007) lo intuía y cogió el hatillo rumbo a París. Fueron veinte años de búsqueda sin descanso en los que maduró un estilo abstracto, con Paul Klee y Kandinsky como hojas de ruta. Un periodo ensombrecido por las etapas más fulgentes del pintor y también escultor. Cuatro lustros de cuadros, dibujos y escritos que la Fundación Juan March ha recuperado y que mostrará hasta el próximo 30 de octubre en el museo de Palma.

Amén de ser la Ciudad de la Luz, ¿por qué escogió Palazuelo París? "Partió en 1948 hacia Francia sólo para conocer la pintura de Paul Klee, una obra que probablemente vio en fotografías en la galería Bujold de Madrid. Klee había sido degenerado por los nazis y en aquellos años de posguerra era un deber ético rescatarle", responde Alfonso de la Torre, comisario de la exposición. Un tierno e incorruptible Palazuelo, un pincel más de la Joven Escuela Madrileña, estaba dispuesto a terminar de un plumazo con la pintura cubista. En España no podía hacerlo: se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de París y allí se encontró con los grandes pintores de Europa. Fue entonces cuando la abstracción "despojada" hizo su entrada en la obra de Palazuelo. El primer cuadro de esta nueva etapa es un torrente rojo, Ardor (1949), ordenado en una cuadrícula de formas geométricas, muy Klee. En la misma sala del museo, comparten espacio en algunas vitrinas varios libros de su biblioteca personal, cedidos por la Fundación Pablo Palazuelo, y un cuaderno con poesías. Una de ellas dialoga con cuadros fechados entre 1949 y 1950. "Después de la noche / al alba, se modificaron / los ángulos. / Entonces, avancé por la / penumbra", reza el texto. En la estancia hay tres pinturas de la colección Maeght que son inéditas. Y muchas geometrías, geometrías aprendidas con Klee, mucho más cercanas a la naturaleza, menos rígidas, más naturales, más vitales. Pero sobrevino un giro a raíz de la inspiración kandinskiana, que le arrolló en las piezas fechadas en 1953, con composiciones que residen en la combinatoria de la línea y el círculo.

De la Torre advierte que detrás de la obra de Palazuelo hay toda una mística: llegar con los colores y las líneas a lo espiritual. Su paso a la madurez pictórica se produjo en un estudio que los Maeght le prestaron. Se trataba de un pisito (13, Rue Saint-Jacques) muy modesto frente a la iglesia Saint-Séverin, a un paso de Nôttre-Dame. Las piezas que se observan en el museo dan fe de ese abandono de la geometría ortodoxa para abrazar un mundo de germinaciones y floraciones de base y linaje común que anhelan otra realidad a través de los colores. De nuevo, los cuadros vienen apoyados por fotografías de su estudio y por la revista Derrière le Miroir, con varios números dedicados al artista madrileño que expuso en la galería Maeght en 1955, 1958 y 1963. Los grandes formatos de esta época comparten la última sala de la muestra. Pinturas de aspecto ocular que simulan un diafragma en movimiento. Uno de ellos, el más oscuro, pertenece al Museu de la Fundación, dos a la Fundación Maeght y otro es del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, adonde viajará esta exposición proyectada por la Fundación Juan March y en coproducción con la Fundación Museo Jorge Oteiza.

A finales de los sesenta, Sant Jacques se convirtió en el epicentro del caos, con Mayo del 68 a la vuelta de la esquina. Y España había aflojado la soga a artistas e intelectuales. Una coyuntura que facilitó el retorno de Palazuelo a España, hito en el que aterriza esta exposición, que también exhibe la primera escultura del artista, Ascendente (1954), una pieza de 60 centímetros, "una flor extraña", en palabras del pintor. "Aparcó la faceta de escultor porque en la Maeght le dijeron que no querían pintores que hicieran esculturas", apunta De la Torre. Pero la indagación, el ir más allá era impostergable para el madrileño a tenor de los dibujos preparatorios y las pruebas que también se muestran en la Fundación. Porque Palazuelo era un hombre que incluso pintaba en los manteles de los cafés de París.