Tres días enteros metidos en una cueva laberíntica, la más grande de Europa, han dado para un jugoso botín: un Myotragus entero de hace dos millones de años que pertenece a un estadio evolutivo situado entre dos especies perfectamente clasificadas. Un eslabón perdido en la evolución de este animal que vivió de manera exclusiva en la prehistoria de la isla.

Un grupo de paleontólogos del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA) ha sacado de una pieza el esqueleto de un ejemplar de la cabra-rata extinta hace 5.000 años en Mallorca y Menorca. El refugio que ha mantenido casi intacto este tesoro: la Cova des Pas de Vallgornera (Llucmajor), una rareza geológica en todo el mundo comparable a la cueva Lechuguilla, en Nuevo México. El estado de conservación de los fósiles extraídos es tan óptimo que los científicos aún se hacen cruces.

La expedición partió rumbo a esta gruta de 65 kilómetros topografiados el pasado 28 de mayo con la finalidad de extraer los huesos de fauna que se encontraran en una aislada y remota galería de la cueva bautizada como Tragus. Los investigadores tomaron la decisión de bajar a la gruta una vez analizadas las fotografías de la galería que hace varios años les hizo llegar un grupo de espeleólogos de la Federación Balear habituales en Vallgornera.

El material extraído es cuantioso: quince bidones de huesos de siete litros cada uno. Visto lo cual, queda mucho trabajo por delante. De momento, sólo se ha limpiado y catalogado una caja que el paleontólogo del IMEDEA Pere Bover muestra a DIARIO de MALLORCA. Un cráneo con cuernos, dos mandíbulas, huesos de patas y otros más pequeños, probablemente de pájaros, están en bolsitas de plástico. El Myotragus que ahora examina el científico bajo el microscopio pertenece a una especie que se encuentra a medio camino entre el Myotragus antiquus y el Myotragus kopperi. Un eslabón perdido en la cadena evolutiva de la cabra-rata. De momento es lo que se conoce con cierta exactitud sobre el animal, pues el proyecto alcanza ahora la fase de laboratorio. "Es el ejemplar más antiguo conservado que tenemos. Hay restos de especies anteriores [Myotragus palomboi y Myotragus pepgonellae], pero algo tan entero y completo como el de Vallgornera, no. Es importante porque podrá darnos más pistas sobre el patrón evolutivo y la anatomía de este animal que convivió con el hombre pero que desapareció poco después", expone el científico, director de la excavación. Hace justo 1,8 millones de años –el mismo tiempo que tiene el ejemplar de Myotragus hallado– que esta cabra-rata se extendió a la isla de Menorca coincidiendo con la glaciación del Cuaternario. "El nivel del mar bajó muchísimo y se formó un enorme puente de tierra entre las dos islas que debió ser atravesado por la especie mallorquina, que finalmente arraigó en Menorca", observa Bover.

Bajo el microscopio, el especialista detecta una mancha pardusca en la mandíbula de la pequeña bestia. A pesar de tener dos millones de años, las huellas de una fuerte infección en la dentición no se han borrado. Por esta misma lupa pasarán otros fósiles extraídos de la gruta: restos de pájaros, de ratas cellardas, de murciélagos, de musarañas, de sargantanas y otros reptiles o anfibios. "Son restos muy antiguos que igual pueden dar lugar a descubrimientos de animales que no conocemos", añade Bover. De momento, los fósiles se quedarán en depósito en el IMEDEA y estarán a disposición de la comunidad científica y para posibles exposiciones públicas cuando se hayan terminado los estudios pertinentes.

La galería Tragus, riquísima en material, es como una "instantánea" de la historia de Mallorca de hace dos millones de años. Sólo un milagro de la naturaleza podría explicar que una galería cavernosa de entre 250 y 300 metros lineales quedara atrapada en el tiempo. "Creemos que la otra entrada a la cueva, la más cercana a esta galería, quedó sellada hace millones de años por un desprendimiento de tierra", conjetura el científico. Un cementerio de fósiles donde aún queda otro Myotragus entero, cubierto por una capa de colada, y cientos de restos enterrados bajo otra manto de sedimentos que podrían dar para investigaciones posteriores. "Los dejamos allí porque no teníamos con nosotros la tecnología adecuada para extraerlos sin que se rompieran. No se puede bajar hasta ese lugar con un martillo compresor, no se puede tirar un cable de electricidad porque hay agua en la cueva", justifica Bover.

A día de hoy puede afirmarse que la mayor parte de ejemplares de Myotragus que se conservan pertenecen a la especie balearicus, que cronológicamente es la más reciente. Sus fósiles están repartidos por distintos lugares del mundo: el Museu Balear de Ciències Naturals (Sóller), Maó, Ciutadella, Sabadell, Nueva York e incluso Washington. Las razones las revela Bover: "El investigador neoyorquino William Waldren, que excavó mucho por la isla, dispersó mucho material de Myotragus en los años sesenta, cuando no existían normativas sobre los materiales arqueológicos hallados en yacimientos".

La bajada a ´Tragus´

Más complicado que Waldren, que escarbó en terreno accesible, lo tuvo la aventura científica a Tragus. Cuatro científicos enfundados en trajes de neopreno se citaron el pasado día 28 en la entrada de Vallgornera. Eran los paleontólogos del IMEDEA Josep Antoni Alcover, Àlex Valenzuela y Pere Bover. Carl Mehling, director de colecciones de fósiles del Museo de Historia Natural de Nueva York, se unió a una expedición que iba a durar tres días con sus dos pernoctaciones en el interior de la cueva. El apoyo iba a venir de la mano de Guiem Mulet, presidente de la Federación Balear de Espeleología, que puso capital humano a disposición de los investigadores. Toni Merino, Anders Kristoferson, Toni Mulet y Manolo Luque, que se conocen la gruta como la palma de la mano, fueron quienes guiaron a la troupe.

Cargados de provisiones, ropa seca, agua y algunas herramientas, el primer reto fue nadar durante cuarenta y cinco minutos seguidos hasta una explanada, donde iba a instalarse un campamento. Cinco horas por delante hasta alcanzar el ´cementerio´ de los restos. Obstáculos por el camino, muchos: grandes piedras, estalactitas, estalagmitas, un suelo de cristal de calcita (protegido con una pasarela de PVC que tuvieron que instalar) y huecos muy estrechos, agobiantes, que llegaron a provocar fatiga y claustrofobia en un miembro de la correría: el americano Mehling. "Creo que se comió excesivamente el coco con que tenía que salir de aquel espacio", relata Mulet, quien apunta que además de ostentar una buena forma física es necesario cierto entreno psicológico para embarcarse en aventuras de este tipo. Dos médicos de la empresa SSG que también bajaron hasta el fondo de la gruta atendieron a Mehling. La recogida de materiales fue a mano, con pinzas, un pequeño punzón y un escalpelo muy fino para arrancar algunos restos incrustados en la roca. Un trabajo de orfebrería con el que fueron llenando quinces bidones que iban siendo extraídos por un grupo de voluntarios que ordenadamente entraban y salían de la cueva. Retirar todos los fósiles les llevó tres días (28, 29 y 30 de mayo) con sus respectivas noches. "Dormíamos en sacos de dormir, procurábamos tener siempre ropa seca, porque hacía mucha humedad allí dentro", recuerda Bover. Hubo tiempo para que toda la expedición se sentara a manteles y gozara del momento único que estaban viviendo. Pese a "pasarlas canutas" en algún momento, ninguno de ellos sucumbió al cansancio ni a la histeria de saberse aislado y sin cobertura.

Un reto así podría servir de inspiración a los realities televisivos sobre supervivencia, con la única diferencia de que éste era totalmente gratis: nadie de la expedición Tragus cobró por jugarse la vida y apenas se recibió maná por parte de las instituciones públicas, a pesar de conocerse a la perfección los objetivos científicos que había detrás de todo el operativo.

Todos los implicados repetirían. Que lo hagan o no es una cuestión que ahora depende de los resultados que arrojen las muestras obtenidas durante tres días claustrofóbicos en un decorado natural de formas hipnóticas.