De China, Gao Xingjian (Jiangxi, 1940) sólo mantiene la fisonomía y el uso de la tinta. Su país natal le borró del mapa, le obvió y le prohibió tras la publicación de La huida, obra de teatro donde recrea la revuelta de los estudiantes de 1989 en Tiananmen. Cuando en 2000 ganó el Nobel de Literatura, Pekín puso en marcha su maquinaria de desinformación y ningún medio dio la noticia. Para entonces, Gao ya llevaba trece años exiliado en París y había engendrado su obra más conocida, La montaña del alma, con la que purgó toda la nostalgia que pudo llegar a sentir por el gigante asiático. De China, dice, sólo le interesan las técnicas tradicionales de la tinta negra y el xieyi (pintura del sentimiento). Bajo el título genérico Al fons del món, Xingjian inaugurará hoy en el Casal Solleric una retrospectiva de sus telas y papeles tintados patrocinada por la CAM. Antes, a las 19 horas, mantendrá un encuentro con el público.

–¿Le basta el color negro para expresarse?

–La vida es en color. Así que una representación en blanco y negro es irreal, es una expresión que no está pegada a la realidad. Creo que el blanco y el negro tienen posibilidades infinitas de hacer volar el espíritu. Cualquier espacio que te imagines es posible en blanco y negro. El negro tiene matices, sombras, es algo muy rico. Y tiene ritmo. Creo que es todo un lenguaje. Cuando era joven pintaba en color, con acuarela y óleo. Hace 35 años que sólo lo hago con tinta.

–¿Por qué?

–Tras la muerte de Mao Tse-Tung, a finales de los años setenta, partí hacia Europa. En Italia pude conocer las obras principales de la pintura occidental. Y me di cuenta de que la pintura en color es un patrimonio occidental y que en China no existe, es algo relativamente nuevo. El color lo introdujo en China un italiano que hacía retratos para la corte.

–Durante la Gran Revolución Cultural de Mao, los escritores percibían un sueldo.

–Así es. Nos pagaban para escribir propaganda. Y yo no podía publicar lo que pensaba por la censura. Hacerlo podía ser realmente peligroso. Ante esta situación, se instauró la autocensura. La cuestión es que nos pagaban para que nos autocensuráramos. Pero cuando uno comprende que la literatura es una necesidad individual, de expresión del yo, sabe que tiene que pasar de la censura.

–Y usted huyó de China a través de las montañas [de ahí nació La montaña del alma], abandonó un campo de trabajo y a su mujer y sus hijos.

–La huida fue la única manera de sobrevivir.

–¿Qué prefiere: escritor chino, escritor europeo o escritor chino exiliado en Europa?

–Me siento ciudadano del mundo. La frontera de una nacionalidad no tiene sentido para un artista. Lo único que importa es que tu obra despierte la sensibilidad del mundo.

–¿A qué actividad está más entregado últimamente?

–Por mi salud [ha sido operado en tres ocasiones del corazón] me dedico más a la pintura. La pintura es muy buena para la salud porque te mueves un poco, con la escritura no.

–Algo estará escribiendo.

–Sí, he terminado un ensayo sobre teatro. Soy un teórico sobre el trabajo actoral. Estamos dando demasiada importancia a los directores de las obras y el verdadero peso de una pieza son los actores. Hay que centrarse en ellos.

–La crítica europea le ensalzó como un autor comprometido políticamente tras ganar el Nobel, ¿está de acuerdo con ello?

–No. En absoluto. No me considero un artista comprometido. Es importante que el arte vaya más lejos que la política. El artista ha de ser siempre libre. El problema de todo esto es definir qué es la política. Cuando hablo de política, me refiero a unos intereses muy concretos. Para hacer política hay que saber equilibrar los diferentes intereses de la sociedad. Si esos equilibrios no se encuentran, el resultado puede ser un desastre. Es el caso de China, un país cuyos problemas se conocen perfectamente en todo el mundo, pero donde ningún país extranjero actúa porque prevalecen los grandes intereses económicos. China es un gran mercado.

–¿Ni siquiera se considera un autor disidente?

–No. Serlo supone una limitación para el artista. Un artista ha de poder enfrentarse a toda la realidad humana. En mi última película, Después del Diluvio [que se podrá ver durante la exposicion], hablo de la angustia de la humanidad por el calentamiento global y por la crisis mundial. Es una angustia que todo el mundo comparte, no solamente los chinos.

–¿Tiene ahora libertad para expresarse?

–Sí. Ahora no acepto obstáculos políticos de ningún tipo.

–¿Piensa aún en China?

–Hace 23 años que me fui de allí. China está lejos de mí ahora. China es grande, pero el mundo es más grande. Allí siempre he estado censurado y aún lo estoy. Mi nombre no aparece por ningún sitio si algún chino lo busca por internet. Y la verdad es que ahora me da igual. La nostalgia por China ya la he superado a través de los libros que he escrito. Lo de China ya pasó.

–¿Volverá algún día?

–¿Cómo voy a volver a un país donde toda mi obra está prohibida, donde no existo? Mi realidad es occidental y europea, así como mi historia, mi arte y mi futuro.

–¿Cómo ve usted el futuro de esa Europa?

–Es una gran preocupación y una angustia. Los intelectuales tienen que reflexionar mucho acerca de ello. La verdad es que Europa necesita un renacimiento intelectual. En estos momentos se necesita una nueva corriente de pensamiento para encontrarle salida a la crisis. Sin reflexión no puede haber acción social y, si la hay, ésta puede ser ciega.

–¿Qué papel cree que deben jugar esos intelectuales?

–Los artistas tienen que tener voz, pero no se han de comprometer con las políticas generalistas. El artista no necesita poder, sólo libertad para poderse expresar. Y cuando tiene las condiciones adecuadas, puede expresarse de modo independiente.

–Usted también es dramaturgo. ¿Le gusta la ópera?

–Sí, mucho. He escritor el libreto de una, La nieve en agosto, que se estrenó hace poco en Marsella. También hice la escenografía. En ella hay cantantes chinos emitiendo tonos occidentales. El dramaturgo y director de escena norteamericano Robert Wilson la quiere dirigir ahora. Se trata de la historia del fundador del Budismo Zen, me centro tanto en su vida como en su pensamiento.

–¿Es budista?

–No, no soy de ninguna religión, pero siento una enorme pasión por todas ellas. Como artista, me he inspirado mucho en la Biblia. Es un libro con una gran riqueza literaria.

–¿Ha leído a algún autor español?

–A Lorca. Leí sus poemas, que están traducidos al chino. También me gustó Bodas de sangre. Conozco personalmente a Fernando Arrabal, que también vive en París, y su Cementerio de automóviles. De pequeño leí El Quijote. De aquella lectura salieron varios dibujos sobre el viejo caballero castellano.