La Cartoixa sobrevive agónica, malherida. Su estado de conservación actual no casa con el hecho de ser el segundo monumento que genera más visitas después de la Catedral, con una media de mil turistas al día. Las dependencias de la iglesia que ha inspeccionado este periódico son muy vetustas, y los efectos climáticos y medioambientales han hecho mella en interiores y exteriores de la construcción.

De momento, tal y como adelantó a DIARIO de MALLORCA el aparejador diocesano Bartomeu Bennàssar, el obispado, propietario de la iglesia, capillas y campanarios de La Cartoixa -un espacio de más de mil metros cuadrados-, ha encargado un presupuesto para reparar las cubiertas y tejados del edificio, "pues la prioridad es arreglar el problema de filtraciones de agua". Una vez conozcan la cantidad a la que asciende esta rehabilitación de urgencia, la diócesis se encontrará con el dilema de sus últimos tiempos: encontrar la financiación necesaria que les ayude a acometer la reforma de una iglesia que se comenzó a construir en 1751 sobre la construcción primitiva erigida en 1446.

La primera inspección del edificio comienza por el envoltorio, de puertas para afuera; es decir, sus fachadas. Grietas, fisuras y hendiduras se hacen evidentes por su cantidad y gravedad. Bennàssar recuerda que en 1994 se redactó un proyecto de reforma de las mismas que jamás llegó a ejecutarse.

Ya en el interior, el pavimento, de baldosa cerámica pintada, se presenta descolorido y deformado por la pérdida de material a causa de la erosión provocada por el paso de turistas. Hendiduras y heridas profundas marcan desniveles en el suelo que pisamos. A la escalera de mármol para acceder al altar le faltan pedazos de piedra; el peligro de caídas está al acecho.

Revisando con atención la iglesia, la verdad es que cuesta encontrar algún elemento que esté bien conservado. En el techo, las pinturas murales del amigo personal y hermano del cuñado de Goya, Manuel Bayeu, presentan manchas oscuras. Son de las filtraciones de agua que está levantando la pintura de los frescos, que fueron por primera vez rehabilitados hace 25 años. La restauración de estas pinturas murales en el techo es compleja, pues se tienen que colocar elevadas torres y andamios en el interior para alcanzarlas.

Las paredes son atravesadas por largas grietas que ponen en alerta sobre la estructura y el armazón del edificio. La comprobación de que está maltrecha la tenemos durante el ascenso hacia el campanario: subiendo las escaleras se advierten varias vigas apuntaladas de la zona que da a la sacristía.

En la escalada hasta la cúspide de La Cartoixa la humedad cala los huesos. Las paredes están agrietadas y salpicadas de manchas oscuras, tienen hongos por la saturación de agua, y algunas ventanas están mal selladas. Los muros pierden así consistencia, pues "en algunos lugares, cuando llovía, el agua hacía correntías", explica Bennàssar.

La torre del campanario no presenta un aspecto deplorable, se aguanta digna, pues fue rehabilitada hace tres o cuatro años.

En contraposición, el otro baluarte de la edificación, el del reloj, es un colador de agua. El mecanismo eléctrico se mojó y se estropeó unos días antes de Nochevieja. Si las inclemencias del tiempo, caprichosas, hubieran aguardado dos días más, en el pueblo se hubieran quedado probablemente sin campanadas. En la zona de las bóvedas, en un estrato inferior a las torres, se han colocado tejas para que el agua pueda circular y no se quede estancada. La humedad vuelve a pastar a sus anchas. En un recodo, algunas vigas de madera están podridas.

Lo más dañado de La Cartoixa es la cubierta, que ya no conforma una cuadrícula perfecta de líneas rectas en color bermellón. Algunas tejas están corridas y dejan huecos pasmosos por los que pasa el agua en días de lluvia.

Apuntando los desperfectos en una libreta, varios folios recogen las obras que la iglesia necesitaría. Bennàssar calcula apurado: "Costaría a partir de dos millones de euros". La Cartoixa pide a gritos una reforma y una subvención.