"El límite de mis palabras es el límite de mi mundo", confesó Carme Riera, la escritora mallorquina que abrió ayer los actos conmemorativos de los 500 ejemplares del suplemento cultural de DIARIO de MALLORCA, Bellver. Acompañada por su director, Francesc M. Rotger, y por el crítico literario del mismo, Carles Cabrera, la mallorquina contó, narró, confesó, compartió retazos de su vida como escritora y sabrosas anécdotas de su docencia en la Universitat Autónoma de Barcelona, desde donde hoy se "oye hablar más en castellano que en catalán en los pasillos".

Casi entre amigos, Carme Riera se encontró con sus colegas Biel Mesquida y Gabriel Janer Manila en Can Domenge, lugar donde se celebró y continuarán algunos de los encuentros culturales convocados por los 500 de Bellver. Entre el público, un muy atento Matias Garcías, director insular de Cultura. Debió tomar nota cuando una escéptica Carme Riera sostuvo que "de aquí a cien años, el catalán habrá desaparecido". Refrendada en su propia experiencia docente, concluyó frente a un más optimista Biel Mesquida que "las lenguas pequeñas, como la nuestra, van a desaparecer. Una cosa es la identidad, y otra la necesidad del uso. ¡Me conformaría con que sobreviviesen las Rondalles! ¿Quién se acuerda hoy de Miquel Àngel Riera, quién lo ha leído? Son preguntas que les hago a mis alumnos".

Mucho antes de que periclitase el encuentro con los lectores, a los que reiteró su agradecimiento "porque gracias a ellos, me siguen editando", la autora de Dins el darrer blau compartió escenarios de memoria. Como cuando siendo una joven estudiante en Barcelona, aceptó la invitación de "un señor, director de una revista", que la condujo al Tibidabo después de la cena. "Muy asustada pensé que se iba a cobrar la cena, cuando me puso el poema Pandémica y Celeste, de Jaime Gil de Biedma. ¡Me fascinó de tal manera -no lo conocía-, que decidí hacer una tesis sobre escritores vivos a pesar de que las universidades son traficantes de cadáveres!".

Riera, educada en un ambiente en que la voz y el verbo sonaba en mallorquín y se leía en la misma lengua, aseguró no padecer dicotomía alguna al escribir en catalán, "mi lengua", y dar clases de Literatura Hispánica, aunque sí quiso honrar la memoria de Aina Moll, ya que "gracias a ella, en aquella época, acabé escribiendo en catalán, porque si no, lo común era hacerlo en castellano".

El uso de la lengua en sus narraciones -ya sean cuentos o novelas- es trabajado por la escritora con paciencia y esmero de abeja. Reiteró que "la literatura es un ejercicio lingüístico", más allá de florilegios, más o menos logrados. Y vertió una anécdota divertida, ocurrida en el aula. "Invité a José María Álvarez a clase, y él que es tan pasional habló de su poesía desde la emoción. Una de las alumnas -a todos ellos siempre les repito lo del ejercicio lingüístico-, le espetó: ¿Y qué pasa con la Lingüística? A lo que él contestó: "Señorita, yo tengo mucho cuidado con quien hago mis ejercicios lingüísticos".

Entre chanzas y veras, la autora de Epitelis tendríssims no quiso hablar de su próxima obra porque "no va bien". El atasco le arruga el ceño, que compone con una sonrisa instantes después. "Lo más importante es el tono con que transcribes", apuntó. Carme Riera ofreció ayer el más cercano, el más intimista, sin faltar a la sinceridad ni a los recuerdos. A la memoria.