Jaume I era un "latin lover", un varón al que las mujeres no se le debían resistir. Hasta el final de sus días, mantuvo la posición de un afortunado rompecorazones que jamás sintió el alarido de los celos.

Al parecer, el monarca engalanaba su apariencia con seguridad de sí mismo y atildamiento. Mujeres y batallas, jamás faltaron en su vida. "El rey era un faldero consumado. Todas sus amadas y amantes le influyeron de manera importante en su vida política", explica la autora del libro Les dones de Jaume I, Maria Carme Roca. La escritora explica en los primeros capítulos de la nueva publicación de la editorial L´esfera dels llibres que su ascendencia le predispuso genéticamente a andar detrás de las melenas rubias de las damas. El padre de Jaume I, Pere II, era ya un afamado mujeriego que hizo sufrir profundamente a su mujer, la reina Maria de Montpeller, que descansó finalmente en paz cuando el Papa denegó la disolución de su matrimonio con el rey.

La primera mujer que entró a formar parte de su vida es la princesa Leonor de Castilla, que fue elegida por los consejeros del joven rey, que tan sólo contaba con 13 años. Sus asesores encontraban apropiado que el monarca se casase presto para asegurar la sucesión. Es en esta época cuando los flirteos arrancan y se le conoce la que podría ser su primera manceba, "aunque en este caso se trata más bien de aventurarse a lo que hay documentado", advierte Roca. Elo Álvarez, así se llamaría esta primera amante, era una dama de la reina. Lo más común era que el monarca topara con estas féminas en la corte, ya que todas ellas eran de alta alcurnia y formaban parte del séquito real. "Probablemente, Jaume I les echaba el ojo también durante la celebración de alguna ceremonia o festividades especiales del año".

Ante la falta de testimonios escritos que hablen directamente de sus queridas, Roca explica que muchas veces se conoce su condición por la existencia de hijos y donaciones. A lo largo del seguimiento documental realizado por esta autora, se ha dado cuenta también de que los vacíos contienen valiosa información: "En algunos momentos, el rey desaparece y te preguntas dónde puede estar. Entonces, compruebas que todo ello coincidía con una época en la que había nacido alguno de sus retoños ilegítimos".

Enamoradizo, no es menos cierto afirmar que Jaume I era un gran manipulador con las mujeres. Engañó, por ejemplo, a Teresa Gil de Vidaure, porque le prometió un matrimonio que jamás llegó a consumarse. El Papa se puso de parte de ella en este caso. Consideró que esta concubina era su tercera mujer por la previa existencia de un compromiso. En este sentido, la Iglesia apoyaba y protegía a las princesas, todo para poner orden en la conducta de los reyes. Por otro lado, las utilizó como instrumento político. Por ejemplo, en el asedio de Valencia se llevó a Violant con sus hijos al campamento de soldados para mostrar al enemigo sus intenciones de no moverse de ahí y para amilanarlo. No es casual tampoco que tuviera una relación con Berenguera Alfonso, parienta del rey Alfonso de Castilla. Estaba claro que era de su conveniencia mantener una alianza con el reino castellano.

Maria Carme Roca siente estupor al escuchar las visiones edulcoradas sobre Jaume I. Algunas le tildan de demócrata y feminista. "Es posible que fuera más amable en el trato con las mujeres que otros hombres de la época. Era generoso, puesto que cuando abandonaba a una mujer procuraba dejarla ´colocada´. Pero de ahí a llamarle feminista, hay un abismo".

A la hora de decidirse por una mujer en edad casadera, siempre dirigía su atención hacia la cúspide de la pirámide social: las princesas. Buscaba mujeres "con pedigrí": "No se casó con la condesa Arambiaix porque después de haber estado unido con la princesa Leonor no podía bajar de escalafón social". Esa obsesión clasista se fue reduciendo con los años: "De mayor ya no tenía fuerzas para perseguir princesas".

Pese a su promiscuidad, el sentimiento de culpabilidad arreció en múltiples ocasiones al rey Jaume I. "No sabemos si les pedía perdón a ellas. Lo que hacía era disculparse ante el Papa cuando le amonestaba por su comportamiento ". Doble moral. "Su gran pecado era que le gustaban demasiado las mujeres".