Es imposible saber con exactitud los kilómetros por hora, pero lo que es seguro es que Maheta Molango pisó el acelerador de su coche justo cuando abandonaba Son Moix. Más de un centenar de aficionados le abucheaban como si no hubiera mañana y, a pesar de estar escoltado por una decena de policías y otra más de miembros de la seguridad privada del club, el consejero delegado se marchó a la carrera.

Fue el único caso, a pesar de que la práctica totalidad de jugadores y miembros de la planta noble de Son Moix fueron abroncados ayer, en la que algunos aficionados rompieron el cordón que había para acercarse al vehículo y tratar de mostrar su repulsa hacia el suizo. Quizá ese fue el motivo de que se embalara para salir de un estadio en el que hace unos meses era aplaudido a rabiar.

"Fuera de Son Moix", "Maheta es un cobarde", cantaron los hinchas que se agolpaban. Y no todos eran los más jóvenes o los ruidosos, los ´Supporters´, sino que también había mallorquinistas que peinaban canas que mostraban su ira. Molango se marchó con el rostro muy serio, visiblemente afectado por el enésimo empate que no sirve para nada y, también, por la soberana pitada que también se ha llevado nada más acabar el encuentro.

El hombre fuerte del propietario Robert Sarver se sentó en el palco por primera vez esta temporada y ha sido el centro de las críticas de los hinchas, a pesar de que el suizo bajó entre el presidente Monti Galmés y el director deportivo Javi Recio. Quizá quiso demostrar que no se escondía en un momento tan delicado a todos los niveles.

Precisamente Galmés fue el primero en abandonar el recinto apenas cinco minutos después de finalizar el encuentro. A excepción de Pleguezuelo, la mayoría de futbolistas también fueron el blanco de la ira. Incluso los que no juegan, como es el caso de Óscar Díaz, que tuvo que soportar el enfado de los seguidores bermellones. Brandon, que hace quince días incluso llegó a acercarse a charlar con algunos aficionados, también fue silbado a pesar de que Sergi le dejó en el banquillo los noventa minutos. El embajador Iván Campo también se llevó lo suyo, pero nada comparable a la animadversión que despierta Molango. Es la consecuencia de una gestión deportiva que lleva al Mallorca a estar con un pie y tres cuartos en Segunda B.