Dicen quienes han trabajado a su lado en los últimos cinco meses que recibió ayer la noticia de su destitución decepcionado, pero a la vez aliviado porque se ha quitado de encima un peso muy grande. Son varias las ruedas de prensa en las que Javier Olaizola invitaba a quien quisiera escucharle que vería con buenos ojos su salida de la entidad, al menos de responsable del banquillo de la primera plantilla. "Si el club decide un cambio yo no supondré ningún problema", dijo el pasado viernes tras caer en Alcorcón y dejar al equipo en una situación crítica, a cinco puntos de las plazas de salvación.

Olaizola se va aliviado pero impotente por no haber sabido sacar el mejor rendimiento de sus futbolistas. El equipo ha dado más o menos la cara en casa, pero en los desplazamientos ha sido un auténtico chollo para los rivales. En prácticamente ningún partido ha tenido opción de llevarse los tres puntos. Posiblemente en Reus donde, con ventaja en el marcador, solo aguantó un minuto su superioridad numérica al ser expulsado Saúl en una acción absurda. Estuvo muy cerca de arañar un punto en Girona, pero en un saque de esquina, una de las muchas asignaturas pendientes del equipo, encajó el gol de la derrota a tres minutos del final. O en Huesca, donde no supo aguantar un empate logrado en el minuto 87. Síntomas de un equipo roto, con la moral por los suelos y con una fragilidad que le convierte en blanco fácil para cualquier rival.

Los gritos de Olaizola en el descanso del partido ante el Alcorcón se podían escuchar desde lejos. Pero la exhibición de autoridad mostrada en el vestuario de Santo Domingo ha sido una excepción. Los futbolistas que se han visto en el terreno de juego bajo sus órdenes han estado en las antípodas de lo que él fue como jugador, limitado técnicamente pero con un amor propio que ya quisieran del primero al último de la actual plantilla. Olaizola ha sido víctima de la falta de un líder en el campo. Lo ha buscado en Ansotegi, en Yuste y Culio, pero ninguno le ha respondido. Toda la fuerza se le ha ido por la boca, sobre todo en las ruedas de prensa previa a los partidos. Las continuas apelaciones al escudo y a la sangre, en definitiva, el uso de la adrenalina como arma, solo sirven si van acompañadas de resultados. Pero estos no han llegado. Entre otros motivos porque, como dijo en Alcorcón, "hay cosas que no se entrenan"