­Al final del partido se desconocía si los jugadores del Mallorca dieron el empate por bueno o como una maldición. Difícil de saber en un partido en el que fueron superados por el Lugo durante 80 minutos y, en los últimos diez, tras el gol de Lekic, se pusieron al fin las pilas y hasta pudieron ganar si el remate de Dalmau no se estrella en el poste y se pasea de lado a lado de la portería de un sorprendido Roberto.

Con el Mallorca con el agua al cuello, el empate sirve de muy poco. Lo venderán desde el club como quieran, pero en la dramática situación del equipo, con la línea de meta cada vez más cerca, ha de contar los partidos por victorias si quiere llegar con opciones a la recta final. Hoy ha dejado escapar otra oportunidad. Porque el Lugo, como otros tantos equipos que han pasado por Son Moix, no es nada del otro mundo. Marcó su golito y se dedicó a dejar que pasara el tiempo y que su rival se pusiera como un flan, si no lo estaba ya desde el vestuario. Faltó juego y mucha intensidad, la que se esperaba en una nueva final para los rojillos. Toda la adrenalina que exhibe Olaizola no se ve reflejada en los jugadores, que parece que ya no le creen, si es que le han creído alguna vez.

Ha sido un partido mil veces visto esta temporada. Un querer y no poder del Mallorca ante un rival que confirmó desde el primer momento la fama con la que venía precedido, la de ser el equipo más pelotero de la categoría. Los gallegos tocaban y tocaban convencidos de que su oportunidad iba a llegar. Entre otras cosas porque ante el Mallorca siempre llega. Y lo hizo muy pronto, al cuarto de hora, en otra caraja de la defensa mallorquinista. Un saque de esquina fue a parar al otro lado del terreno de juego. Allí, por supuesto, había un jugador del Lugo, Calavera, que sin oposición centró a la olla. Y remató el más listo, Caballero, para batir a un Cabrero que demasiado hizo con despejar un primer disparo de otro punta lucense. Esta pájara inicial le martirizó el resto del partido. El Lugo trató a su rival con un juego directo, sin rodeos y siempre en busca de la mandíbula rojilla.

El drama, que ya se palpaba antes del encuentro por su trascendencia, se hizo patente en el terreno de juego y en la grada. El equipo quedó durante un buen rato en estado de shock, perdido, como si hubiera recibido un puñetazo en todo el rostro.

Olaizola, que insistió con los tres centrales pese a que afrontaba un duelo en el que debía ir sin complejos a por los tres puntos, no tocó nada, esperando no se sabe qué. Porque las llegadas claras del Mallorca a la portería de un nervioso Roberto fueron escasas: un disparo de falta de Culio y un remate al larguero de Lago, el único que, con más o menos fortuna, lo intentaba.

Olaizola reaccionó tras el descanso. Sacrificó a Juan Domínguez, uno de los pocos que la tocan con sentido, y dio entrada a Lekic, que acabaría dando la razón a su entrenador. A los siete minutos desmontó el centro del campo inicial con la salida de Sasa por Pol Roigé. La defensa de tres era ya historia porque Yuste pasó al centro del campo.

Hasta el cuarto de hora no acosó el Mallorca a su rival, que empezaba a pasar un mal rato ante el empuje de los locales. La movilidad de Pol empezó a dar sus frutos. El Lugo hacía un largo rato que se había olvidado de Cabrero y se dedicaba a defender su exigua ventaja con uñas y dientes. Y tanto se dedicó a defender que pasó lo que suele ocurrir en estos casos: que el gol acaba llegando. Fue en el minuto 84, en el enésimo centro de Pol desde la derecha que remató de cabeza Lekic. El milagro todavía era posible. Y pudo llegar un minuto después si Dalmau, que había entrado por el lesionado Juanjo Nieto, llega a marcar en un remate que se estrelló en el poste y se paseó sobre la línea de gol. Se vio más intensidad en estos diez minutos finales que en el resto del partido, algo incomprensible jugándose lo que se jugaban los futbolistas.

Este empate alargará casi con toda seguridad la agonía de Olaizola al menos una semana más. Con sus números -11 de 36 posibles-, cualquier otro entrenador sería despedido. Aquí, por lo que parece, no está ni cuestionado. Desde la cúpula se está a la espera de una reacción que nunca acaba de llegar. Al equipo no le alcanza con lo que da, hoy muy poco, y ni tan siquiera puede recurrir al árbitro. El Mallorca logró empatar, pero la sensación es de derrota.