Se puede perder, y de eso el Mallorca sabe un rato largo, pero no de la manera que lo hizo el equipo de Olaizola ante el Tenerife. El equipo jugó dos partidos en uno, la primera parte aceptable y la segunda para el olvido. Del equipo que supo competir antes del descanso se pasó a otro que bajó lamentablemente los brazos al primer contratiempo, en forma de autogol. El equipo encajó cuatro goles en menos de media hora, tres en quince minutos, o, lo que es lo mismo, los jugadores estaban en el terreno de juego como la afición en la grada: de meros espectadores.
El del sábado es el repaso más humillante que cualquier equipo ha dado a otro en este campeonato. En una categoría tan igualada, en la que ni el Levante, a un partido, parece nada del otro mundo, perder de la manera que lo hizo el Mallorca es el peor de los síntomas, de que algo grave sucede y nadie da con la tecla, empezando por Maheta y Recio y acabando en Olaizola y jugadores.
