Cuando aterrizó en el club el que a partir del 30 de junio pasará a la historia como uno de los presidentes más intrascendentes en los cien años de vida del Mallorca, y tras sus movimientos -muchos reprobables- para hacerse el máximo accionista de la entidad, que finalmente consiguió, parecía que iba a comerse el mundo. Su ilusión, sus ganas por dar un giro de 180 grados al club y porque parecía tener las ideas muy claras -el tiempo ha demostrado que no era así-, le convirtieron de cara a la afición en un personaje capaz de dar un golpe de timón definitivo. No ha sido así. Cuando se ha visto al mando del barco, este le ha venido grande. Parecía un potentado y no lo ha sido; daba la impresión de que entendía de fútbol y no tiene ni idea; su boca se llenaba de profesionalizar el club hasta el último rincón, y ni ha hecho ni ha dejado hacer; calificaba de dictador a Serra y ha aplicado la táctica del ordeno y mando.
Cuenta Claassen, para quien quiera creerle, que ha perdido entre 3 y 5 millones, pero no dice lo que se ha embolsado con la venta de sus acciones a Sarver. El tiempo dirá si la operación con el norteamericano ha sido buena para el club. La realidad de su paso por el Mallorca es que cierra el ejercicio en números rojos, que el equipo casi ha bajado y que puede que tenga que explicarse ante la Justicia. Del infinito al cero.
