El Real Mallorca ha alcanzado el siglo de existencia felicitándose por haber sido bendecido con un manantial de dólares americanos. Robert Sarver, un multimillonario hecho a sí mismo, es la figura más reconocible de un grupo de inversores estadounidenses que de la noche a la mañana inyectaron más de veinte millones de euros en la tesorería y relevaron a Utz Claassen en el timón de la entidad. El cambio de propiedad se oficializó el pasado 5 de enero, día en el que Maheta Molango ascendió a lo más alto del organigrama de la institución en calidad de consejero delegado. Este abogado nacido en Suiza hace 33 años ficha, gestiona y rinde cuentas al banquero de Arizona.

Sarver y Molango se han subido a un tren en marcha y su objetivo de aquí a final de temporada es que no descarrile. La nueva propiedad empezó a exhibir músculo económico el pasado mercado de invierno, cuando firmó seis refuerzos y pagó dos cláusulas de rescisión, algo muy infrecuente en una Segunda División escasa de liquidez. El consejero delegado se puso al frente de todas las operaciones, relegando por completo a Miquel Àngel Nadal, y fichó pensando en esta campaña y en la siguiente.

De hecho, la verdadera dimensión del proyecto no se verá hasta el próximo curso, cuando Molango se haya liberado de hipotecas y disponga de tiempo y libertad para construir un Mallorca que aspire a regresar a Primera División. Hasta la fecha no ha habido una verdadera revolución en la entidad. Claassen sigue siendo el presidente y Nadal el director deportivo; la única decisión trascendente que ha tomado Molango fue el relevo de Pepe Gálvez por Fernando Vázquez.

La nueva propiedad ha levantado la moral de un mallorquinismo derrotado y ha programado otro rumbo para un club que se había metido en un camino sin salida. La nueva hoja de ruta contempla regresar a la máxima categoría, modernas instalaciones y una estructura deportiva más profesional. En definitiva, el proyecto del dueño de los Phoenix Suns debería devolver al Mallorca el esplendor perdido.