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Análisis

Desde la frialdad

Frecuentemente el fútbol puede pillarle a uno con el pie cambiado. El cronista no tiene tiempo de repensar el partido en frío, que sería lo ideal, e incluso verlo por segunda vez. Sin obviar la disparidad de criterios que hace que este deporte, a veces negocio y casi nunca espectáculo, esté permanentemente en boca de aficionados y hasta de quienes no lo son.

Tienen que pasar al menos cinco jornadas más para empezar a sacar conclusiones aproximadas de las virtudes y defectos del equipo de Albert Ferrer o, en definitiva, de su potencial en la categoría. Siempre en base al objetivo que se ha marcado tal vez con precipitación y poca capacidad analítica.

De momento los jugadores que deberían de marcar diferencias no lo hacen. Cuando lamentamos la falta de gol hemos de considerar forzosamente que el fichaje de Rolando Bianchi responde a esa necesidad y la diferencia de su contrato con los de la mayoría de sus compañeros se debe plasmar sobre el terreno de juego.

Es cierto que no recibe asistencias maravillosas y que muestra un espíritu de lucha encomiable, pero un delantero de sus características debe rematar alguna vez a portería y el domingo abandonó Tarragona inédito en este sentido. Al contrario que Acuña quien, con peor técnica, al menos lo intentó.

Pero ni los problemas defensivos atañen exclusivamente a la zaga, ni los ofensivos a los puntas. Tanto en un sentido como en otro, muchos encuentros se cuecen en el centro del campo y ya venimos observando las carencias del equipo en esta zona, paliadas en términos de ataque por Brandon. Sin salir del ejemplo más reciente, fueron los laterales, Campabadal y Oriol, los canalizadores o encargados de subir el balón, tarea vedada a los centrales y negada en los pivotes.

Ocho ojos, que son los que tiene el Chapi a su servicio con Pepe Gálvez, Alfonso Pérez y Sánchez Jara, no solamente han de verlo, cosa que seguro hacen, sino arbitrar soluciones que en este comienzo de Liga no se han puesto en práctica.

No, aún no hay o no debería haber ninguna luz roja encendida. Ya habrá tiempo para alarmas y alarmismos. Pero tampoco es cuestión de cerrar los ojos a tanta evidencia y buscar aviesas justificaciones en errores arbitrales o circunstancias inherentes al ojo propio y no a la viga del ajeno. Así que, ¡manos a la obra!

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