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La libreta

¡Ay pena, penita, pena!

Albert Ferrer anima a sus jugadores.

En fútbol, como en cualquier otro deporte, la suerte juega sus bazas, pero no todo es siempre casual o fortuito. Si empatas a cero en casa y el mejor de los tuyos ha sido tu portero, se impone una reflexión. Si a ello sumas el hecho de que, en cuatro de los cinco partidos, incluido uno de Copa, sólo has rematado una vez entre los tres palos y de penalti, tienes que empezar a preocuparte doblemente. El pobre balance arroja unos guarismos de cuatro puntos de doce disputados y estás fuera del torneo por eliminatorias. Pero si, lejos de hallar remedios, alineas en casa una formación defensiva, con un doble pivote que no pasa de medio campo, sin delantero centro y fiado a una acción puntual o genial, el empate a cero es lo mejor que te puede pasar.

Entre dar pena y causarla hay matices. Compadeces a quienes se esfuerzan sin éxito o fracasan por circunstancias ajenas o incontrolables, pero no inspiran compasión aquellos que se empeñan en el error, que venden humo y tratan de confundir tanto a quienes no comulgan con su proceder como al resto de los mortales. Ferrer, que debería saber y conocer muy bien los recursos humanos que han puesto a su disposición, ejerce contra su propia plantilla al participar de la idea de un ascenso que no se corresponde con el potencial del equipo y redunda en una presión inadecuada e infringida desde dentro como una exigencia para la que ninguno de los actores está preparado. El notorio abandono del estado del terreno de juego contribuye al penoso espectáculo y es un síntoma de dejadez.

Desde la pretemporada la falta de gol era tan evidente como la fragilidad defensiva. El guardameta siempre es una pieza fundamental, pero hablar de solidez cuando él y sólo él ha salvado los muebles, parece exagerado. Excepción hecha de la Ponferradina, siempre deficiente fuera de casa, los equipos que hasta ahora se han enfrentado al Mallorca se han visto mejor estructurados. Se fichó al sexto central como producto de las dudas generadas por los cinco restantes, se incorporó a un delantero centro con tintes de goleador lastrado por la ausencia de balones que se pongan en el área enemiga en determinadas condiciones, pero reclamábamos la llegada de un director de orquesta, de un futbolista capaz de mover los hilos que continúan sin hilvanar. Alguien no ha hecho sus deberes.

El fin de semana no ha dado mucho de sí, como si quisiera sumarse al epílogo del verano y anticipar el desembarco del otoño. Unos, como el Mallorca, no salen de su realidad; otros, como el Llosetense, la sufren y aquellos que la visualizaron en sueños, como el Atlético Baleares, vuelven a pisar la tierra. Y en este circo quien más quien menos practica juegos malabares, pero dibujar un triple salto mortal desde el trapecio ya es más difícil. No es que ninguno de los tres equipos de referencia haya protagonizado el último número de la función, ni mucho menos. La reflexión aconseja simplemente bajar de cualquier nube ficticia y crecer únicamente desde la humildad. No hay paz, ni pena, para quienes no lo comprendan.

A lorenzo se le complicó el mundial. Nos temimos lo peor cuando comenzó a descargar la lluvia sobre Misano. Vimos con preocupación la maniobra de Márquez, superado por Rossi en detrimento del mallorquín y el repetido cambio de neumáticos nos causó inquietud. No esperábamos que los elementos no hubieran acabado con su demoledora insistencia. Reducida la carrera a un duelo entre el palmesano e Il Dottore, la caída del primero finiquitaba la lucha. Habría que analizar la influencia de los equipos, cuyas decisiones no fueron ajenas al desarrollo de la prueba. ¡Qué pena!

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