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Análisis

Las verdades relativas

Aun hombre de la experiencia de Ferrer no le debería sorprender ni extrañar que, con siete días de diferencia, una derrota desate el pesimismo y una victoria dispare la euforia. Incoherencia en ambos casos, pero ligada al fútbol y a otros deportes y ámbitos de la vida desde la memoria de los tiempos.

Si negamos por principio las verdades absolutas, en el intrincado sector futbolístico todas son relativas. En la magnífica entrevista que mis compañeros Cabot y Bauzá realizaban el martes a Utz Claassen, el presidente hacía gala de una gestión transparente con el frágil argumento de que sus consejeros lo sabían todo. ¡Faltaría más! Si la práctica totalidad de las acciones son suyas y de su esposa. Eso sí, del presupuesto ni prenda. Pero no me refería precisamente a esta especie de oxímoron, sino a los finos hilos que separan, tras un partido, el optimismo de la desmoralización.

El Eibar, ejemplo ya manido e incluso tópico, nunca vendió la idea del ascenso, ni el Girona. En cambio lo vendieron Las Palmas, hace dos años, o el Valladolid el pasado y el perjuicio fue mayor que el efecto de la campaña. Cuando un partido genera expectativas que después no se corresponden con el resultado, el perdedor no suele salir indemne. Ya no digamos toda una competición. Por eso los entrenadores procuran no asumir nunca el papel de favoritos, lo sean o no. Naturalmente una clasificación forjada a través de cuarenta y dos jornadas es más justa que una eliminatoria de Copa. La suerte, un factor a veces determinante, resulta más irregular en un período de diez meses. Conviene no precipitarse y de ahí que, insistentemente, aconsejemos evitar valoraciones en tanto en cuanto no transcurran las semanas necesarias.

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