Los milagros no existen en el fútbol. Este Mallorca juega a muy poca cosa, a ráfagas. Y si le quitas a su figura, al único que es capaz de hacer algo diferente, ni eso. Eso es lo que le pasó ayer al Mallorca, que sin Marco sobre el terreno de juego se encontró como desnudo, sin el faro que les guía hacia la victoria. Si a esto le añadimos que delante tenía a un Alcorcón duro, en ocasiones violento, y que se deja la piel en cada centímetro del campo, está todo dicho. El conjunto rojillo puede darse por satisfecho con un punto. No mereció menos, pero tampoco más.

El partido no pudo ponerse más de cara para los locales porque a los dos minutos el árbitro, pésimo toda la tarde, señaló un penalti sobre Pereira que se lo podría haber ahorrado. Arana fue el encargado de lanzarlo y poner en ventaja a su equipo. A partir de ese momento fue un querer y no poder del Mallorca, que cometió el tremendo error de defender la mínima ventaja cuando quedaba todo el partido por delante. El Alcorcón de Bordalás tomó el mando del encuentro aunque bien es verdad que no llegaba a la portería de Cabrero. Un error de Kasim al cuarto de hora no fue aprovechado por David Rodríguez. Eso fue todo. Hasta que llegó el gol visitante. Fue de una falta al borde del área provocada por Bustos, el mejor ayer del Mallorca. Héctor Verdés demostró que es un consumado especialista y alojó el balón fuera del alcance de Cabrero, que ni se inmutó ante la perfección del lanzamiento. El gol llegó en el peor momento, al borde del descanso y sin poder de reacción.

El encuentro se vistió de correcalles en el segundo tiempo, en el que los dos equipos le dieron la espalda al centro del campo. El Mallorca porque no tenía tiempo que perder. El Alcorcón porque parecía no saber qué hacer con el balón. La cuestión es que los dos guardametas apenas entraron en juego. Por momentos se vio al Mallorca que tantos disgustos ha dado en las últimas temporadas, el mismo equipo inhibido, sin respuesta ante la propuesta del rival. O sí, caer en su trampa y contribuir a que el partido se disputara más en un cuadrilátero que en un campo de fútbol. Nadie estaba para corregir, para prever cualquier emergencia.

En ausencia de Marco, debía ser ayer el partido de Pereira, que tiene por pie una teja. Es verdad que fue protagonista en la acción del penalti nada más empezar el partido, pero al francés se le debe exigir mucho más. Ni es pasador ni rematador. Lo intenta y lo intenta cada partido, nunca con éxito.

Expulsiones

Estaba cantado que el partido no acabaría con 22 futbolistas sobre el terreno de juego. Se daban estopa cada dos por tres. Y al árbitro se le fue el partido de las manos, superado por los acontecimientos. En el minuto 64, como dos niños en el patio del colegio, Joao y Escassi se agredieron en el suelo con el balón en la otra punta del campo. El árbitro no vio nada pero sí uno de sus asistentes, que tomó la decisión más fácil: los dos a la calle. Quedaba media hora, y quien más resistiera físicamente tenía todas las de ganar.

Con diez, el Mallorca dio un paso atrás. O seguía sin darlo adelante, el que le tenía que permitir su sexta victoria. Abdón había entrado por un inoperante Fofo, al que le vino demasiado grande la responsabilidad de hacer olvidar a Marco, y Martí ocupó la plaza del expulsado Joao por Scepovic, el típico jugador que si no marca es como si no hubiera estado. Toca tan pocas pelotas que se debe aburrir soberanamente. Ayer no tuvo quien le pusiera balones en condiciones y fue una sombra de sí mismo en Son Moix.

Desde el minuto 84 los de Karpin jugaron contra nueve por la expulsión de Ruben Sanz, que vio dos tarjetas en siete minutos. El ruso quemó todas sus naves y ordenó que colgaran balones a Kasim, que como a la vieja usanza, se colocó de delantero centro. Ni por esas. El Mallorca ya sabe lo que le espera cuando no esté Marco, que se irá antes o después. El desierto.