El ingenio y la creatividad son dos aliados recomendables y muchas veces eficaces para captar la atención y el bolsillo del consumidor. Por eso la publicidad se renueva y reinventa cada día. Es un mundo sin fin en el que sin embargo no vale todo, aunque muchas veces no lo parezca. Los límites y las barreras del respeto y la dignidad no pueden sobrepasarse porque entonces todo se desvirtúa, pierde su sentido y hasta su buen fin.
Una inmobiliaria de Manacor ha tenido la ocurrencia de instalar la imagen a tamaño considerable de una señora en bikini como reclamo de su oferta de viviendas y terrenos. La mujer objeto que tanto sirve para promocionar un coche o un brandy, ahora también pisos, no está superada ni desterrada. El ansía de vender gana al respeto a la persona.
Colectivos de consumidores y vinculados a la igualdad de género y a la defensa de la mujer han hecho públicas sus quejas por el cartel sexista.
Al ayuntamiento de Manacor se le ha pillado otra vez en fuera de juego. Mirará qué puede hacer. Dice que no es costumbre que los negocios pidan permiso para instalar letreros. A fuerza de presiones y quejas ha alcanzado a recordar que no se pueden permitir actuaciones contrarias al buen gusto o que desmerezcan el lugar y el entorno. La inmobiliaria del bikini ha dado en la diana de todas estas carencias. Ha conseguido que hablen de ella, ha captado la atención de consumidores y agentes sociales pero no lo ha hecho por la condición del negocio propio. La publicidad se le vuelve en contra.
