Diario de Mallorca

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De páramo a vergel

El petróleo blanco de Sa Pobla

Generaciones de 'poblers' se han volcado en la intrépida aventura de la conquista del agua con diferentes sistemas

Imagen retrospectiva de un molino extractor que deposita el agua en el ´safareig´ anexo. arxiu llabrés

La reciente determinación adoptada por la conselleria de Medio Ambiente del Govern balear de prohibir la construcción de nuevos pozos "por la sobreexplotación de los acuíferos", que afecta a treinta masas de distintos municipios de la isla, entre ellos sa Pobla, ha puesto en pie de guerra a los quince empresarios de Balears que se dedican a la actividad de perforaciones para el alumbramiento de aguas subterráneas.

Para los 'poblers' que en la primera década del pasado siglo se empecinaron, con entregado esfuerzo y sacrificio, en convertir unas tierras áridas y un villorrio inhóspito, en unas fincas fértiles y productivas, haciendo de la villa norteña un pueblo próspero, el agua fue y sigue siendo el elemento más preciado, por indispensable en el logro de aquella, casi milagrosa, transformación. Una transformación solo atribuible al trabajo titánico de una generación -la de 1910- que derramó sus sudores y sus desvelos en sacarle a la tierra el agua que corría por sus profundas venas.

La mano del hombre

Precisamente, la riqueza de esta comarca que abarca los municipios de sa Pobla, Muro y Alcúdia, no se puede atribuir a las condiciones de fertilidad natural de sus tierras. Fue la mano del hombre la que convirtió en privilegiado y admirado vergel, unos terrenos que albergaban un extenso e improductivo páramo. De todo ello dan fe los comentarios, o definiciones, de dos prestigiosos historiadores refiriéndose a sa Pobla, separados tales comentarios en el tiempo por la friolera de 350 años.

Allá por el año 1600, el historiador Binimelis, en su 'Historia de Mallorca', describe sa Pobla como "la villa más pobre de aguas de cuantas hay en la isla, en todo su término apenas encontramos diez pozos..." Nada que ver, ni de lejos, con el comentario del publicista Joan Pla, en 1950, en su 'Guía de Mallorca': "País de regadío con un número considerable de molinos en su término y numerosísimos motores eléctricos y de gasolina que extraen el agua subterránea, centro de alimentación de la isla".

Nos cuenta la historia que hasta finales del siglo XVIII, sa Pobla fue un pequeño caserío que apenas superaba el millar de habitantes. Era gente que vivía míseramente del producto de su rudimentaria agricultura, que se limitaba al cultivo del cáñamo y el trigo, calabazas, sandías y melones en las marjales, y algunas cabezas de ganado lanar que alimentaban sus prados. El resto de la comarca estaba poblado por viñas, higueras y monte bajo, todo envuelto de lagunas y pantanos.

Fue a lo largo de la mencionada centuria cuando aflora, en el espíritu emprendedor de los 'poblers', la iniciativa de aprovechar las tierras bajas de s'Albufera. Cavan la tierra, la elevan de su nivel, abren acequias alrededor de las heredades, a las que dan forma de rectángulos (las populares veles). Se amontona sobre las parcelas la tierra que se saca de las acequias, hasta que se alcanza una altura de unos seis palmos sobre el nivel del agua. Así empezaba el cultivo de regadío. Esparciendo el agua de las acequias, procedente de los ullals, sobre la tierra sembrada, con cántaros o cubos, con los tradicionales buidadors.

A aquel duro sistema, que se realizaba desde dentro de las acequias, a pies descalzos, pantalón arremangado, y con el agua sobrepasando las rodillas, siguió el de treure aigua amb lates. Consistía en la instalación de un trípode construido con largos palos de madera, de cuyo vértice colgaba una polea (corriola) por la que discurría una soga, a cuyos dos extremos iban atadas dos grandes latas de zinc, que sacaban el agua del pozo o de la acequia, que el mismo campesino iba vertiendo en un cajón de madera en forma de embudo en posición inclinada para que el agua se esparciera a través de los surcos de la tierra que se quería regar. El proceso era duro y se precisaba de buena musculatura en ambas extremidades para aguantar horas de pie encima de una madera colocada sobre las dos paredes del pozo y sacar, a brazas, las latas llenas de agua.

Desecación de s'Albufera

En 1886, con la llegada de los ingenieros ingleses Batemann y Waring para emprender la gigantesca obra de desecación y canalización de s'Albufera, empezaron a abrirse nuevos horizontes para los habitantes de sa Pobla. En menos de medio siglo se triplicaba la población. En 1900, el censo superaba los seis mil habitantes. La Albufera, se había transformado en un prado con sus aguas canalizadas, caminos para recorrer su vasta extensión con comodidad, puentes para atravesar sus grandes canales. Y se había acabado con el mosquito Anopheles, transmisor del paludismo endémico o malaria. Se había convertido en saludable una zona antes inhóspita.

Pero los 'poblers' no se conformaron con cultivar lo que les permitían las tierras bajas y húmedas de s'Albufera y avanzaron hacia la conquista de terrenos áridos. Roturaron los sedientos eriales recogiendo toneladas de piedras y arrancando hectáreas de rocas. Y perforaron aquellas tierras, construyendo los pozos en busca del agua que corría por sus entrañas, para el riego de sus cosechas. Hasta convertir aquellas pobres tierras en ubérrimos y productivos vergeles. Los artífices de aquella gran transformación del suelo fueron los hombres y mujeres de sa Pobla, pertenecientes a la generación de 1910.

Sistemas de riego

Volviendo a los sistemas de riego, las norias sustituyeron a los buidadors y a las latas. En 1917 se contabilizaban unas dos mil norias instaladas en las tierras bajas de s'Albufera. Llegaba el primer molino, instalado en el año 1885, y a partir de 1911 ya se levantaban de forma cuantiosa a lo largo y ancho de la geografía rural de los términos de sa Pobla y Muro. En 1917 se habían instalado 340 molinos que activaban las bombas de pistón, extractoras de agua... Y fueron desmoronándose las norias abandonadas.

La pasión desenfrenada para sacarle a la tierra el máximo rendimiento, no ceja en la mentalidad ni en el espíritu del agricultor 'pobler'. Y siempre el agua se erige en el elemento más apreciado, por imprescindible, en la conquista de este reto. Y sigue la evolución, el progreso hacia nuevas tecnologías que agilicen la expansión del agua sobre las cosechas con nuevos sistemas de regadío. En 1914 se instala el primer motor de gasolina en la finca de Son Tut. Pocos años después, en 1916 se instalan los primeros motores eléctricos que accionan las bombas centrífugas. Los sembrados son regados con el agua que transcurre entre los surcos, en un itinerario que va marcando el agricultor con el cavaguet, tapando y abriendo con la misma tierra los surcos conductores del líquido.

El campo, ya mecanizado en gran parte con la presencia de motocultores, tractores, máquinas sembradoras y cosechadoras, trilladoras y demás, se va electrificando. Y con la electrificación se experimenta la gran presencia de las modernas tecnologías, tales como la bomba vertical, la sumergida y el riego por aspersión y por goteo... Y van cayendo los molinos.

Al tiempo que la agricultura, los fértiles campos de sa Pobla, gracias al agua extraída de sus pozos, genera riqueza y bienestar al sector agrícola que la explota, estos beneficios redundan en todo el tejido industrial y comercial de la villa de manera ostensible. Talleres mecánicos, de carpintería, electricistas, empresas constructoras y concesionarias de maquinaria agrícola, de automóviles y motocicletas. Y, en consecuencia, también todo el sector comercial.

Perforadoras

En este último proceso de electrificación e instalación de las bombas verticales y sumergidas, a principios de la década de los años sesenta, aparecen las primeras máquinas perforadoras ( màquines de foradar) que libran a los poceros de su sacrificado y peligroso trabajo. Las máquinas perforadoras jugaron un papel importantísimo en el alumbramiento de las aguas subterráneas, no solo para el sector agrícola, sino también para el industrial: mecánicos, electricistas e instaladores de bombas extractoras de agua. Al tiempo, se crearon nuevas empresas dedicadas a esta actividad de perforaciones y sondeos que vivieron sus buenos años de esplendor y crearon empleo. Pronto fueron varios los mecánicos de diferentes talleres de la localidad que se especializaron tanto en la reparación como en la construcción de máquinas perforadoras y en dotarlas de constantes avances técnicos.

Los zahoríes

En la que podríamos llamar intrépida aventura hacia la búsqueda y extracción de agua de las entrañas de la tierra, desde hace tiempo, jugaban y siguen jugando un papel importante los zahorís, cercadors d'aigua en el argot agrícola mallorquín. Estos hombres, dotados de una sensibilidad especial y todavía no descubierta o definida científicamente, mediante una rama (verga) de granado o de acebuche, o bien de un péndulo metálico, localizan, casi con absoluto acierto, el lugar exacto donde perforar para el alumbramiento del agua subterránea, y hasta la profundidad a que esta discurre.

Hidrología

Está suficientemente estudiado y debidamente documentado que la cuenca hidrológica de sa Pobla es la zona de Mallorca que recoge mayor caudal de aguas, aportadas por los cuatro torrentes que desembocan en s'Albufera, atravesando el término municipal de la villa.

El torrente de Sant Miquel o d' Alcanella nace en las Fonts Ufanes de Gabellí, en Campanet, y de las diversas torrenteras que bajan de la Serra, y después de atravesar tierras del término de sa Pobla, desemboca en s'Albufera. Tiene unos 165 kilómetros cuadrados de cuenca y aporta una media anual de 16 hectómetros cúbicos de agua. Por su parte, las Fonts Ufanes constituyen la surgencia de un importante acuífero, del cual básicamente se nutren los pozos de sa Pobla.

El torrente de Muro, conocido también como torrent d'Almadrà, del Rafalgarcés o de Vinagrella; es el torrente más largo de Mallorca. Nace en el valle d' Almadrà, en Lloseta, y recoge las aguas de toda la comarca del Pla, con importantes afluentes como el torrente de Solleric y el de Pina. Tiene 456 km2 de cuenca y aporta entre 4 y 8 hm3 de agua anualmente. Su cauce señala los límites entre los términos municipales de sa Pobla y Muro.

El torrente de Búger, de Massanella o de Son Vivot nace en Mancor de la Vall, en los contrafuertes de Massanella y Tossals Verds y, después de atravesar Inca y Búger, confluye y desagua en el torrente de Sant Miquel, en el enclave denominado sa Rescló del término de sa Pobla.

El torrente de Siurana, por su parte, de menor recorrido que los cauces anteriormente citados, nace en los contrafuertes de la sierra de Gaieta y desemboca en s'Albufera, discurriendo por el valle de Crestatx.

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