Corría el año 1992. Sóller soñaba con tener un túnel que acabara con su ancestral aislamiento. Pero las noticias que llegaban a diario de la guerra de los Balcanes sensibilizaron a entidades y personas que no cejaron en el empeño de acoger a víctimas de la última gran guerra europea del siglo XX. El papel de Cruz Roja o del dentista Joan Frau, entre otros, fue trascendental para que ese anhelo se hiciera realidad. En 1992 la guerra de los Balcanes trajo a España a 1.500 refugiados, de los que 34 fueron a Sóller. El 3 de diciembre de ese año, un avión de Air Europa aterrizaba en Son Sant Joan para traer a la isla a las familias que iniciarían una nueva vida en Sóller alejadas de las bombas, la muerte y el sufrimiento. Tal y como manda la regla de prioridad en las evacuaciones, la mayoría de los exiliados fueron mujeres y niños. Más tarde llegarían los hombres.

Algo se debió hacer bien en aquella gesta porque solo siete personas del contingente que se instaló en Sóller decidieron regresar a su país cuando la guerra finalizó.

Cuando se cumplen pues 25 años de esta efeméride, Diario de Mallorca ha reunido a cuatro mujeres bosnias que hablan de sus vivencias de la guerra, su llegada a la isla, su establecimiento y como transcurridos los años han rehecho por completo sus vida como unas ciudadanas más de estas islas. Son Tamara Savinovic (31 años), Nina Kulenovic (41) y las hermanas Tea (35) y Olja Radovanovic (30), para las que la guerra de Bosnia se resume en recuerdos fugaces que el tiempo se ha encargado de ir arrinconando en su memoria.

Las cuatro son naturales de la ciudad de Sarajevo y llegaron a Sóller cuando eran muy niñas. Los recuerdos de sus últimos días en Bosnia son como fotografías en blanco y negro de las que prefieren pasar página. El olvido y una vida completamente nueva en el valle les han hecho madurar sabiendo que una vez sus vidas se fraguaron en una ciudad que quedó devastada por la guerra y en la que los parques se convirtieron en cementerios.

Nina Kulenovic, que estos días viaja por primera vez a Sarajevo tras 25 años para reencontrarse con su ciudad natal, afirma que "para mí llegar aquí fue empezar de cero y olvidar todo aquello, hice borrón y cuenta nueva". Algo similar dice Tamara Savinovic, que visitó su ciudad hace ocho años: "Para mí fue un cambio radical" dejar su país en guerra para establecerse en un municipio como el de Sóller, "en las montañas de la Serra. No sabía dónde me llevaban". Las únicas coincidencias existentes entre aquella ciudad y Sóller "es que ambas ciudades son dos valles rodeados por montañas y que los códigos postales están formados por los mismos números al revés", bromea Nina Kulenovic.

Las cuatro coinciden en afirmar que sus últimos días en Sarajevo fueron tan duros como tristes. Incluso vieron como moría algún amigo víctima de las balas de los francotiradores. Si su salida fue precipitada, su llegada a la isla no fue menos intensa. Tea Radovanovic recuerda que "el idioma fue un gran obstáculo para todos nosotros, pero recuerdo que tras varios meses un día casi sin darme cuenta empecé a hablar como mis compañeros de clase". Su hermana pequeña Olja, que en por aquel entonces tan solo tenía cinco años, añade que "desde el primer día nos sentimos muy bien acogidos y nunca nos sentimos marginados de los demás".

Las cuatro protagonistas tienen muy claro que el grueso del sufrimiento que generó la guerra se lo llevaron sus padres. "Tuvieron que dejarlo todo, su casa, su familia, sus amigos para marcharnos con una maleta llevándonos lo imprescindible", recuerda Tea Radovanovic, quien también quiere refutar el falso mito de que "los que pudimos salir de Sarajevo éramos gente adinerada, eso es completamente falso. Nuestras familias eran personas normales y corrientes. Vinimos aquí con lo puesto y sin nada de dinero". "Me dijeron que íbamos a un pueblo que tenía playa y por eso cargué mis flotadores", añade su hermana Olja.

Lo perdieron todo

No fue fácil para ninguno de los "acogidos", puntualiza Tea Radovanovic, porque nunca nos consideramos "refugiados". Nina Kulenovic recuerda que lo perdieron "todo" y una vez aquí tuvieron que ponerse a trabajar. La mayoría en oficios que nada tenían que ver con lo que habían estudiado o con el trabajo que desempeñaban en su país. Los que tuvieron casa en Sarajevo la perdieron convertida en escombros por los bombardeos, y con ello el esfuerzo de años de trabajo. Tras dos décadas y media en Mallorca, los padres que un día perdieron su casa en Bosnia, hoy en día gozan de casa y una vida asentada. En Sóller se los reconoce honestas y trabajadoras.

De sus últimos días en la ciudad sitiada, las cuatro protagonistas de este reportaje recuerdan como pasaban las noches en los sótanos de los edificios por ser los espacios más seguros de la casa. "Todavía recuerdo el olor que hacían estos lugares y el ruido incesante de los aviones bombardeando", explican Tamara y Tea, que mantiene como secuela su fobia a los subterráneos.

El paso de los años no ha hecho aflorar la añoranza entre los bosnios que recalaron en Sóller hace 25 años. Muchos de ellos no han regresado jamás a Sarajevo y todos se han forjado una nueva vida en Sóller, Fornalutx o Palma, por citar unos pocos ejemplos. Algunos han viajado a Bosnia para reencontrarse con familiares supervivientes de la guerra o para pasar unos días de vacaciones y redescubrir su pasado. Las hermanas Tea y Olja Radovanovic lo harán a finales de diciembre para celebrar la Nochevieja en su Sarajevo natal. Y poco más. Tienen muy claro que "nuestra vida está aquí. Para nosotras Bosnia es una tierra casi desconocida".

Los que sí es un denominador común entre las cuatro es la gastronomía que dejaron atrás con su marcha. "Aunque cocinemos con los mismos ingredientes, la comida no sabe igual", asegura Tamara Savinovic, que se deleita pensando en la comida que pudo saborear en su última escapada a Sarajevo.

Tamara, Nina, Tea y Olja no olvidan los primeros días tras su llegada a Sóller. "Nos colocaron en casas y pisos que cedieron los sollerics", recuerda Savinovic, mientras que Nina Kulenovic añade que "no nos faltó de nada, la gente se portó muy bien con todos nosotros y se volcó en todo lo que pudieron". Incluso la más joven, Olja Radovanovic, recuerda sus primeras navidades en Sóller cuando casi se quedó sin regalo de Reyes por el desconocimiento de una tradición exclusivamente española.

La muñeca de Tamara

La anécdota más emotiva es de Tamara Savinovic. Rememora que en su precipitada marcha dejó atrás en su casa de Sarajevo su muñeca preferida. Su sorpresa fue mayúscula cuando meses después, y tras recorrer varios países de Europa, "la muñeca llegó a casa hecha harapos tras enviármela mi abuela". Recuerda que al abrir el paquete se fue "corriendo con ella a mi habitación y estuve ahí encerrada durante más de ocho horas. No me lo podía creer". Todavía la conserva.

Retienen su primer día de colegio en Sóller con sus nuevos compañeros y, como el caso de Olja Radovanovic "a mí me enseñaron la frase ´no entiendo´ que pronunciaba todo el rato". Recuerdan en tono jocoso el asco que les hizo probar su primer ´pa amb oli´ ya que para ellos el aceite de oliva no era un ingrediente habitual en su cocina.

Tras repasar el pasado, las cuatro mujeres ven el futuro con esperanza. Y lo ven desde aquí, en Mallorca. Dos ya tienen la nacionalidad española y han formado sus familias. Algunas con hijos a cargo. Todas afirman que su futuro "está aquí, no nos planteamos regresar a Bosnia", un país que "todavía arrastra mucho odio étnico que tardará mucho tiempo en curarse".

Con la perspectiva que dan dos décadas y media, estas cuatro mujeres quieren mirar el futuro con esperanza y el deseo de que la paz se instale definitivamente en su país de nacimiento para que algún día pueda salir del agujero en el que todavía está: "Es un país empobrecido, con mucho paro y todavía con odio", recuerda Nina Kulenovic.