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Igualdad

Las mujeres del muelle de Cala Rajada

El activo protagonismo femenino se consolida en uno de los indiscutibles puertos pesqueros de referencia de Mallorca

Vanesa, Rocío y Valeria en el puerto ´gabellí´, en la comarca del Llevant de Mallorca. Biel Capó

Durante los últimos quince años, tres mujeres han recalado en la Confraria de pescadors de Cala Rajada. Una empleada de farmacia, una decoradora y una azafata de eventos, ellas han descubierto en este tiempo, su pasión por la mar y han conseguido hacer de ella su profesión, convirtiéndose en marineras y armadoras de embarcación.

A principios de siglo llegaba a Cala Rajada desde la ciudad de Mar de Plata en Argentina, en un viaje de mochila con una compañera, Valeria Caponero, una azafata de eventos, que al llegar a Cala Rajada conoció al que ha sido el amor de su vida, Jaume, un pescador gabellí quien le enseñaría lo que sería a la postre su otro amor y pasión, la pesca y la mar. En 2005 aprendió a nadar, su ilusión era convertirse en una mujer pescadora. Dicho y hecho, tras aprender a nadar, aquel mimso año se sacó su primera titulación y empezó a realizar cursillos formativos. Actualmente dispone de titulación de marinero pescador y puede manejar embarcaciones de nueve pies de eslora, se siente muy orgullosa de haberlo conseguido. Este hecho la convirtió, según les explicó la capitana de sus pruebas, en la primera mujer de Balears en tener la documentación de este tipo para trabajar en el mar.

En familia

A partir de este instante se enrola con la barca de su marido como pescadora de a bordo, junto con él y otro marinero formarán la tripulación de Vima, empezando a realizar los ciclos de pesca, desde el palangre, pasando por la sepia o la langosta, hasta la llampuga. Pero las cosas del destino quisieron que después de estar un año trabajando en la mar, invitara a su hermana Vanesa Caponero, que estaban de vacaciones en Cala Rajada, a una salida para la pesca de la llampuga. Quedó fascinada del encanto marino.

Poco después su cuñado la invitó a salir a pescar durante una jornada, esto la maravilló tanto que después de regresar a Argentina, donde trabajaba con su padre, decidió dejarlo y regresar a Cala Rajada para dedicarse a la pesca profesional con su cuñado y hermana. Al poco tiempo se sacó la titulación necesaria para ejercer como marinera de a bordo y rápidamente se enroló con su familia. Valeria quedaría embarazada y a pesar que le costó abandonar la pesca durante el embarazo ya que ejerció hasta los casi siete meses de gestación, tuvo que dejar su sito a su hermana Vanesa que actualmente sigue pescando con su cuñado de patrón.

Por otro lado, a finales de la primera época del 2000, una empleada de farmacia, con un padre y hermano marineros y una madre muy vinculada a la mar, María del Rocío Pérez Muñoz, dejaba su trabajo para iniciar una aventura de pesca, con su padre y hermano. Nos cuenta que el gran deseo de la matriarca de la familia, después de que su padre vendiera la copropiedad que tenían con su socio en una barca de bou, era que la familia tuviera una propia. Así empezó una larga aventura al tiempo que una lucha, para poder trabajar en Cala Rajada con Myri, la embarcación de arrastre adquirida en Palma. Conseguir la documentación necesaria para faenar en el puerto gabellí fue largo y costoso. En 2012 lo conseguió y poco después falleció su madre. Desde aquel instante y después de un periodo en que había alquilado la barca al antiguo propietario, se convrtió en la armadora de la Embarcación y su hermano en el patrón sirviendo de orgullo y entretenimiento a un padre, ahora pescador jubilado.

Mostrando ejemplares en el punto de venta de ´peix fresc´.

Rocío reconoce que el trabajo burocrático de la embarcación es muy costoso, tanto económica como profesionalmente, pero esto le permite trabajar en tierra y cuidar a sus dos hijas, mientras que su hermano al que llama, cariñosamente, el patrón capitán trueno, hace el resto en la mar.

Pros y contras

Las tres historias coinciden prácticamente en el tiempo, con sus pros y contras en cada una de las situaciones. Para Rocío, tener sobre si la responsabilidad económica de la embarcación familiar, gestionar la documentación, pagar las averías, solucionar problemas de toda índole, se cierra el canal para la pesca, llegan gastos imprevistos o hacer frente a facturas cuantiosas y no estar tranquila hasta ver llegar el bou a puerto sin novedad, le provoca estrés y esta es la parte negativa de su oficio. Pero hay muchas otras que recompensan, trabajar en tierra con un horario flexible para cuidar a sus dos hijas o ir un día de mar tranquilo con la barca contemplando los delfines.

Para Valeria, disfrutar del mar, de la gente, aprender cómo localizar las f ites, al margen del GPS, los dichos populares (el que más le gusta, el que dice: vent serverí ni peix ni cuní), interpretar la metereología con solo mirar al cielo y cuando llegas al cole las mamás te pregunten ¿qué tiempo hará hoy?, o trabajar en un entorno bonito, son los buenos momentos de su profesión.

Vanesa recuerda el compañerismo que hay entre los pescadores, lo que define como parte de colegas, estás ahí con ellos y tienes la sensación de que te cuidan, la ayuda que te prestan en caso de avería en alta mar. También le ha cautivado el paisaje, la tranquilidad o la quietud que brinda la mar, son momentos inigualables.

La embarcación ´Vima´ pintada de rosa.

Las tres historias también tienen sus anécdotas. Rocío en sus primeros años de armadora, se encontró atrapada entre el palo del alumbrado de la gasolinera del puerto con su embarcación, todo quedó en un susto, pero el médico no daba crédito a lo que oía cuando al preguntar a la paciente qué le había ocurrido, le explicó "me ha atropellado la barca del bou en la gasolinera". "¡Cómo una barca la va a atropellar en tierra!", exclamó el facultativo. Valeria llegó a celebrar tres bodas con Jaime, una por lo civil y dos por la Iglesia, una en Cala Rajada y otra en su Argentina natal. La que celebró en Cala Rajada, con la complicidad de familiares, incluida la hermana Vanesa, permitió que sus amigos les gastaran una broma pintándole la barca de color rosa. Los novios no daban crédito a lo que veían, pero lo peor fue que aquella pintura que en teoría se quitaba con la manguera y agua, no se quitó y navegaron cerca de un año con la barca pintada de color rosa, convirtiéndose en la comidilla del puerto. La llamaban la pantera rosa o la barca del orgullo y hasta los turistas se paraban para sacarse fotos con ella.

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