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Manacor

El renacer de Ca ses Cusses

El establecimiento comercial más longevo de Manacor, abierto en 1899, resiste y abre un nuevo espacio de degustación

"Mi bisabuela tenía una perrita (cussa en mallorquín) que siempre solía ir con ella a todas partes; incluso la esperaba fuera de la iglesia cuando ella iba a misa... de ahí viene el nombre de la tienda", explica Biel Carrió, propietario de la botiga de ultramarinos con más historia de Manacor. Una herencia con olor a cafés, especias y arenques; los tres productos básicos desde 1899.

Aunque en eso, en la fecha, al no haber un permiso de apertura conservado que lo certifique, también hay un cierto misterio. "Lo más probable es que abriera en 1895, pero como no estamos seguros del todo, decidimos establecer la fecha en que nació mi abuela, en la que sabemos a ciencia cierta que la tienda ya sí que estaba abierta".

Aún así, el establecimiento sigue siendo el más longevo de todo el municipio. El edificio, conjuntamente con una finca de nueva construcción situada en la calle Capellà Pere Llull y una tienda de zapatos (también de la familia) instalada en la calle Jaume Domenge, fue construido en el siglo XV y se utilizó como posada urbana de Sona Moixa, la possessió que el marqués de Cotoner y su familia tenía en Manacor.

La bisabuela de Biel, Margalida Caldentey, fue una persona emprendedora "muy avanzada a su tiempo". A finales del siglo XIX compró con ahorros dos terceras partes de la vivienda y arrancó el negocio. Una tienda enfocada, además de a los vecinos, a mayoristas tanto de foravila como de las pequeñas botigues que se diseminaban por los barrios de la ciudad en un tiempo sin supermercados. "Recuerdo que mi padre Pep se iba con su Ossa hasta Palma a buscar los productos pequeños, y que los más grandes los pedía y llegaban después en bus". En aquella época era frecuente que particulares abrieran en el campo, en sus propias casas, pequeñas tiendas de proximidad para los clientes de la zona.

Durante los años posteriores a la guerra civil y dada la escasez de café, Ca ses Cusses tuvo que ingeniárselas para seguir ofreciendo el producto con la misma calidad. Así que tuvieron que recurrir al estraperlo, a los escondites y a un patio interior para poder tostar el café sin ser vistos. Tal vez por eso nunca faltaron los arenques en la puerta, para camuflar un olor con otro y no ser descubiertos.

"Por las noches se oía como se acercaba un camión y tocaban a la puerta", explica Biel. "Mi familia ya sabía qué hacer: rápidamente los sacos eran entrados con sigilo y escondidos en un hueco pensado expresamente detrás de una de las estanterías". A la mañana siguiente el grano era tostado en el corral, en un bidón rudimentario lleno de agujeros que había que ir rodando poco a poco, para después ser molido y mezclado en la misma proporción como viene haciéndose desde hace más de un siglo. Años después la empresa Cafés Sorbito se encargaría del trabajo para seguir sirviéndoles el mismo café a medida.

Los arenques, siempre perennes en la puerta de entrada desde el principio eran, y siguen siendo, portados desde Isla Cristina, en la provincia de Huelva, a través de las conservas Rosselló. Aún hoy en día se asocia este pescado en salazón solo con Ca ses Cusses. De hecho sigue siendo uno de los productos más vendidos y demandados, ya que no hay otra botiga que los sirva en la zona.

Pese a que algunos elementos de los inicios cambiaran con la reforma que tuvo lugar en los años ochenta, todavía permanecen otros históricos, como una balanza para pesar el café o las especias, que todavía mide en unces y no en gramos, "así que muchas veces tengo que añadir o quitar producto para que concuerde con los pesos de la otra parte de la balanza", siempre teniendo en cuenta que cien gramos equivales a tres unces; recuerda Biel, quien poco a poco va traspasando los ´poderes´ a su hija, Àngela Carrió, quien ha dejado su trabajo como traductora para hacerse cargo del nuevo espacio de degustación abierto a finales de año conectado a la tienda, y donde se sirven desde tés o cafés, a hasta galletas o panes con queso, jamón, camaiot o sobrasada con miel.

Renovarse para continuar

A la pregunta de cómo puede sobrevivir un establecimiento centenario, en el centro de la ciudad, con el mercado de abastos justo al lado y sin apenas lugar cercano donde aparcar, la respuesta es clara: "Aquí no vale eso de ¡especialízate en algo concreto!. No, porque no hay la población suficiente; no estamos en una gran ciudad, así que hay que evolucionar en otro sentido, y esta, la del espacio de degustación, era la única que podía funcionar. De momento estamos contentos".

Ha sido la forma de seguir atrayendo y fidelizando al comprador extranjero, quien desde hacía unos años demandaba poder probar los productos antes de adquirirlos. "Ya era muy difícil llegar a final de mes. Apenas había beneficio. Si lo he mantenido durante los últimos años ha sido más por una cuestión de nostalgia, porque de niño jugaba aquí y siempre lo he visto como algo familiar. Tenía claro que no quería alquilarlo", concluye Biel.

Ca ses Cusses pudo esquivar (junto a por ejemplo ca s´Artanera o ca na Rovellona) el socavón provocado, sobre todo en los noventa, por el auge de las grandes superficies alimentarias. Algo que no pudieron evitar, en cambio, decenas de pequeños comercios abocados al cierre.

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