La importancia y la capacidad de renovarse es particularmente válida en el mundo del turismo. Es así porque se trata de un ámbito repleto de competencia, con multitud de ofertas y una demanda exigente, muchas veces experimentada y siempre ávida de nuevos atractivos. Por todo ello, el consabido renovarse o morir se vuelve vital en el mundo de la hostelería, sobre todo cuando los establecimientos tienen historia, tradición y una solera que se vuelve legado y patrimonio colectivo vinculado a la cultura. Es el caso del hotel Formentor que, además, está ubicado en el paraje privilegiado de la península del mismo nombre.
Los hoteles necesitan vida, no pueden quedarse como museos o instalaciones a modo de catálogo de las grandes personalidades que se han hospedado en él, de los encuentros literarios que ha acunado o de las cumbres políticas que ha facilitado. El hotel Formentor corría este peligro, pero todo indica que no será presa del estancamiento. Su ilustre pasado debe ser compatible con la modernización y los nuevos atractivos turísticos al uso. Ahora, la propiedad, el Grupo Barceló, se dispone a afrontar una reforma del establecimiento, cuyos detalles todavía se desconocen, pero que tiene posibilidades de prosperar después de varios intentos anteriores fallidos. Será así si sabe adaptarse a los nuevos patrones urbanísticos de Pollença y al plan especial de la bahía de Formentor.
Los detalles y el entorno son determinantes en este caso. No hablamos de un hotel común en una urbanización comercial para turismo de masas. Hablamos de un establecimiento insignia en un paraje privilegiado. Se interviene sobre el medio ambiente y la historia turística de la isla. Casi nada. Por tanto se deberá tener en cuenta que también se actúa sobre una de las fachadas preferentes de la imagen de la isla. De ahí la importancia de moverse con pies de plomo, manos de precisión delicada y criterios profesionales y de respeto al medio ambiente.
