La responsabilidad de lo que está pasando con el tren es un continuo enganche de vagones inconcretos repletos de evasivas, al frente de los cuales el Govern se niega a ejercer el que sería su función de locomotora en busca de la estación del buen servicio. La culpa, aparte de fea y antipática, también resulta incómoda compañera de viaje. Nadie la quiere y cuando se arrima a la política es objeto de claro repudio marginal.
La presidenta Armengol vincula las mejoras del tren a un hipotético acuerdo con los huelguistas y lamenta que las dificultades de contratación dependan de causas ajenas al Govern. Ella no se paseará por los vagones del diálogo, ni siquiera por delegación, como revisora de la mediación y el consenso. Los trabajadores depositan la responsabilidad del deterioro del servicio sobre SFM y la empresa se declara maniatada de presupuesto y plantilla. El GOB ha terciado en el asunto y detectado una gestión próxima a los intereses de taxistas.
Sobre el Govern de izquierdas con sello progresista de defensa del transporte público descarrila la acusación que más duele, la de acabar "haciendo bueno al PP". Es lo que indica un usuario, molesto como tantos otros, con la reestructuración de horarios, frecuencias y enlaces. La mayoría de impresiones son negativas. Son contados los pasajeros que hallan comodidad en los reajustes de un ferrocarril que, a pesar de todo, va repleto en horas punta. Imagínense lo que será el servicio de tren si un día logra transcurrir sobre vías de fluidez electrificada, la normalidad profesional y la puntualidad horaria.
