Si pasa un cuarto de siglo sin que no se reforme ni un metro de acera en todo un municipio, la cuestión que debería ser asumible pasa a ser un lujo. "Mucha gente nos para en plena calle para felicitarnos por ello y no sabemos qué decir, porque nos sorprende que algo así sea tan comentado", explica en alcalde de Llucmajor, Bernadí Vives, quien hace unos meses decidió, a través de cuatro cuadrillas municipales formadas por parados del SOIB, empezar a poner en orden bordillos y baldosas.

En dos meses de 2016 se arreglaron hasta dos kilómetros lineales de aceras. Pero la cosa no va a parar al menos hasta que concluya la legislatura. Según explica el concejal de Hacienda, Jaume Oliver, el consistorio prepara una partida de 300.000 euros para hacer frente a una segunda fase.

"Tampoco sale tan caro ya que el material es el de la brigada y reutilizamos todo aquel que podemos", señala Vives, quien alude a que las malas condiciones de algunas aceras son debidas más bien a la pobreza de materiales de las últimas décadas que a la falta de mantenimiento en sí: "Hay algunas de hace siglos que siguen bien". Efectivamente, todos los bordillos que pueden tener una segunda vida la disfrutan. Lo que se completa con cemento, picadís y fibra para colocar bajo las baldosas nuevas.

"Vamos siguiendo un plano para primero intervenir en las zonas que estén más próximas a escuelas, parques o centros de salud, donde creemos que es más necesario", remarca el regidor de Urbanismo, Jaume Tomàs. Sobre todo en Llucmajor ciudad y en la urbanización de s´Estanyol o de Cala Pi. Todo sea por pisar de nuevo en firme.