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Una historia de amor (hotelero)

El alemán Walter Reicherter ha visitado en 75 ocasiones el hotel Bahía del Sol de Santa Ponça en los últimos 38 años

El director del Bahía del Sol, Miguel Ángel García Arranz, le entregó ayer una placa a Walter Reicherter. i. moure

Cada mes de febrero y cada mes de octubre, el alemán Walter Reicherter, de 86 años, se levanta en Santa Ponça (Calvià) en una habitación que lleva su nombre. Al salir de su cuarto, le saludan por su nombre. Conoce todas las rutinas cotidianas del lugar. De hecho, algunas de las personas con las que se cruza le conocen desde 1979. Toda una vida. Por la mañana, toma unos baños, descansa, desayuna y, al salir a la calle, si mira al suelo, hay una estrella conmemorativa en la que también figura su nombre.

Durante estos dos meses, Walter vive como en su casa, aunque no esté en su casa. Al menos, no en su casa oficial, que está en el sur de Stuttgart, en Alemania. Pero nadie podrá discutir que un alojamiento al que uno ha acudido 75 (sí, 75) veces en los últimos 38 años ha de ser considerado un hogar. Y así lo reconoce él mismo al hablar del hotel Bahía del Sol de Santa Ponça, donde se ha alojado durante las cuatro últimas décadas casi sin interrupción. Sólo falló un año, y fue porque al establecimiento no le quedaba ninguna plaza.

"Muy orgullosos"

Para reconocerle su fidelidad, el hotel ha querido tener un gesto con él, y ayer, de la mano de su director, Miguel Ángel García Arranz, le entregó una placa conmemorativa por sus 75 estancias, un recuerdo que se añade a la estrella con su nombre colocada hace unos años en la entrada del Bahía del Sol, junto a la de otros turistas que han superado la quincena de visitas al establecimiento. "Estamos muy orgullosos de tenerlo como cliente", señalaron desde la dirección.

Tras recibir el homenaje, Reicherter explicó las razones de esta fidelidad. Razones que se resumen en un solo concepto: "Tranquilidad". Dice que le gusta la calma de Santa Ponça en los márgenes del frenesí del verano y apostilla: "También vengo a Santa Ponça, ¡porque el hotel está aquí!". "Es mi segunda casa, me gusta su trato humano y, al mismo tiempo, profesional", añade Reicherter, vestido con camisa de blanca corta, pantalón oscuro y zapatillas deportivas también blancas.

Con esas zapatillas, sale cada día a pasear. Ésta es una de las actividades que forman parte de su rutina vacacional, junto a la sauna de las 5.30 de la mañana y el baño posterior en la piscina climatizada del hotel. También le gusta ir a Palma en uno de esos autobuses que recorre toda la costa hasta llegar a la ciudad. Pero, sin duda, su momento más zen, el que más le gusta, es ir a una cafetería de la plaza de Santa Ponça y tomar algo en la terraza.

Tras su primera estancia en este núcleo, que data de mayo de 1979 junto a su mujer (ya fallecida), Walter ha podido observar el desarrollo urbanístico del lugar. "Esto estaba vacío", cuenta. Al vacío le sucedió luego un núcleo residencial y turístico que tapiza la costa. A él le llama la atención cómo está hoy en día Costa de la Calma, donde "no había nada".

Su fidelidad irreductible a un mismo destino despierta en ocasiones la curiosidad de familiares y amigos, que le suelen preguntar: "¿Por qué no cambias de hotel?". Y él responde: "conozco a todo el mundo y siempre me siento a gusto". Hasta tal punto lo siente como suyo que a veces ejerce de cicerone de los turistas más noveles, dándoles consejos sobre lugares a visitar.

Tras celebrar ayer su visita número 75, ya tiene en mente la 76. Será el próximo mes de octubre, cuando entre de nuevo en la habitación que lleva su nombre.

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