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Carnaval

Cuando el Carnaval de sa Pobla topó con la Iglesia

Las crónicas de principios del siglo XX mostraban una actitud muy puritana de las autoridades religiosas hacia el bullicio callejero de los desfiles de disfraces de sa Pobla - El vicario Parera se refirió a los bailes como "verdaderas fiestas del diablo"

Una comparsa de muchachas a bordo de un lujoso automóvil. arxiu Joan Llabres

Los actos carnavalescos llenan de colorido, bullicio, música y algarabía las calles y plazas por donde discurren. Pero volviendo la vista atrás y hurgando en el baúl de los recuerdos, a inicios del siglo XX hay constancia testimonial de que los carnavales de sa Pobla gozaron en aquella época de gran popularidad social en toda la isla, hasta el punto que en el año 1934 un equipo cinematográfico alemán que se encontraba rodando un film en la isla filmó un carnaval en sa Pobla, un "espectáculo desenfrenado", decían las crónicas.

Aquellos alegres y desenfrenados carnavales, que hasta tenían ciertos tintes orgiásticos, acabarían en el año 1936 para resurgir tímidamente y sin máscaras (debido a la prohibición del régimen franquista) a mediados de los años cuarenta y alcanzarían su máximo esplendor en la década de los 60, bajo la organización de las dinámicas sociedades recreativas locales 'La Peña' y el 'Moto Club'.

El cese en las actividades sociales, culturales y recreativas de aquellas dos asociaciones puso fin a los brillantes bailes de carnaval, de máscaras y de disfraces con sus respectivos concursos.

Duras críticas

Los comentarios escritos de las primeras décadas de la pasada centuria reflejan claramente el rechazo y la condena por parte de la iglesia y de las autoridades y personas más puritanas hacia aquel bullicio popular y los excesos que conllevaban en muchos aspectos.

En la crónica de la revista Sa Marjal del 22 de febrero de 1910 el vicario Parera se escandalizaba por la vestimenta de algunas jóvenes. "En la Plaza des Vaumar esta tarde se hace una especie de 'colcada' con doce automóviles bien engalanados y con disfraces 'a la guapa', o sea con la cara destapada para divertir al pueblo, que es necesario que se divierta de alguna manera, bien y honestamente: dentro de uno de los automóviles había unas jovencitas que iban demasiado 'a la fresca' (ligeras de ropa) y así como ya hacía bastante frío escalofriaban demasiado a la gente, lo cual convendría tenerlo en cuenta para otras ocasiones". También criticaba el excesivo gasto en confetti.

En otro comentario publicado en marzo de 1910, el cronista veía con muy buenos ojos que el alcalde Pere Serra Rayó publicara un bando haciendo saber al público "que nadie se atreva a lanzar confetti ni polvos" y añadía que aquella costumbre propia de los carnavales era "un poco escandalosa porque toda la plaza estaba llena de fuxell, y venturosa era la joven soltera que regresaba a casa sin los ojos lastimados".

Quince años después, poco o nada habían cambiado las censuras y duras críticas contra las celebraciones festivas de los carnavales, considerados pecaminosos por parte del clero y desenfrenados por parte de las autoridades municipales, que a través de un bando volvían a prohibir los bailes de máscaras, alegrando al vicario Parera, que en febrero de 1925, aplaudía que "este año no se celebran bailes asquerosos, verdaderas fiestas del diablo" de donde "suelen salir tantas almas enmascaradas y ensuciadas por el pecado de impureza".

Pero aquella prohibición cayó en saco roto en los carnavales del año siguiente, lo que provocó una encendida indignación del vicario Parera, que sin tapujos y en un tono exaltado, el 14 de marzo de 1926 lamentaba que aquel año se organizasen más 'balls d'aferrats' que en otras ocasiones.

Con el paso de los años, y pese a las limitaciones que seguían imponiendo las autoridades y la iglesia, se venía observando una cierta permisividad y los bailes de carnaval de sa Pobla. Volvieron a alcanzar su esplendor de antaño, hasta superarlo con creces en las décadas de los años 50 y 60.

La Rua recobró su brillantez y colorido festivo y los niños y niñas se divierten desfilando con sus disfraces mientras aquellos concurridos y elegantes bailes, con máscara o sin ella, fueron pasando de moda hasta su desaparición.

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