Damià Payeras Capó, en su libro 'Festes i balls populars a Muro', explica que en 1929 el pueblo de Muro se convirtió en propietario de 1.251 cuarteradas de la finca de Son Sant Martí, siendo alcalde Gabriel Sastre i Capó, después de firmar un acuerdo con el propietario Martí Alòs de Santa Margalida en el que el Ayuntamiento renunciaba a la servitud de leña del resto de la finca.

Desde 1272 hasta el primer tercio del siglo XX, según estableció el conde de Ampurias, los habitantes de Muro solo podían aprovechar la leña del bosque comunal. En estas tierras comunales, denominadas el Braç, había una caseta rústica propiedad de los señores de Son Sant Martí que utilizaban los capellanes de Muro para pasar unos días de descanso durante el verano. De ahí el nombre de uno de los espacios más singulares del municipio y de Mallorca. Años más tarde, los vecinos de Muro empezaron a veranear en el lugar alzando las casetas de autoconstrucción.

Las casetas iniciales se elaboraban con telas de saco, y solo servían para pasar unos días. Después, con el tiemp, se fueron consolidando con cañizo, vencejos, adobe y cal, con el suelo sin embaldosar, hasta formar un pequeño núcleo de población de 141 casetas, una de ellas municipal, situada en el centro del núcleo, y cuatro bares. Con el paso del tiempo, especialmente después del fuerte temporal de 2001 que azotó el norte de la isla, las casetas se han ido convirtiendo en pequeños chalets, con las comodidades de cualquier residencia vacacional, y los chiringuitos en 'beach clubs' y restaurantes de renombre.

Los pinos caídos por el temporal provocaron el derrumbe de muchas casetas y los vecinos aprovecharon para alzar pequeñas casas construidas con bloques de hormigón, e incluso ampliando y apropiándose de zonas comunales y dunas, sustituyendo los pinos por moreras y otra vegetación intrusiva que nada tiene que ver con el paisaje autóctono.

La falta de unas normativas legales, tanto jurídicas como urbanísticas, que regulen sa Caseta dels Capellans, así como la picaresca de los vecinos y la permisividad del Consistorio, han convertido un núcleo idílico y singular, donde los 'murers' disfrutaban de sus vacaciones estivales en un oasis de naturaleza y tranquilidad, en un lugar algo caótico. Incluso sus vecinos han tenido que luchar con manifestaciones, alegaciones e intentos de declarar el núcleo como Bien de Interés Cultural contra la demarcación de Costas, cuando incorporó hace pocos años las casetas en el dominio público marítimo-terrestre.

Aunque dentro del desorden exista un cierto orden, no siempre se respetan las normas verbales establecidas antaño. Tanto las de construcción, sin licencia pero con consentimiento municipal, como las de convivencia, lo que provoca crispación entre vecinos y visitantes.

La condición turística del núcleo costero ha llevado al Ayuntamiento a controlar el tráfico adecuando zonas ACIRE y contratando agentes de seguridad privados que estarán hasta finales de verano vigilando la entrada de vehículos, lo que supondrá un gasto importante para los 'murers'.

Por otra parte, desde hace unos años también han proliferado los casos de alquiler de casetas, sobre todo con el auge de las viviendas vacacionales, aunque el acuerdo de cesión prohíba explícitamente el alquiler a terceros bajo la amenaza de perder los derechos de ocupación. El Ayuntamiento alega que es difícil demostrar la infracción, incluso cuando algunas de ellas han aparecido en redes sociales de agencias immobiliarias.

La falta de regulación urbanística también ocasiona conflictos vecinales a la hora de hacer obras de reforma. Muchas zonas de paso se han convertido en zonas privadas, algunas de ellas atajadas con soluciones bárbaras como la construcción de un muro de separación entre dos casetas que no permite la apertura de ventanas. O la aparición de jardines y aparcamientos privados de la noche a la mañana, apoderándose de zonas comunes.