El sol sale por Llevant. Las seis y veinticuatro de la mañana de Sant Joan: es el momento de empezar. Veintiocho familias con veintiocho niños aquejados de hernias y veintiocho razones para seguir creyendo en los dos árboles mágicos de la finca de s´Hort des Correu de Manacor. Allí donde hace un siglo hubo un famoso jardín botánico, allí donde hace 58 años llegó la familia Sureda-Sunyer. Justo allí, al lado de las casas, descansan los dos vimers.

Un paso tras otro, el ritual sigue sin cambiar desde el siglo XIX: primero hay que cortar longitudinalmente tantas ramas como infantes vayan a pasar. A cada una se les ata un número y un trozo de tela identificativo con distintos colores. La expectación inicial se transforma en llantos. Los niños deben ser desnudados para pasar por entre esas mimbreras, cuyo corte previo habrá hecho que desprendan la savia que ahora, los miembros de la familia (y solamente ellos), ungirán sobre la zona afectada de los pequeños. Cuestión de fe, milagro o no, se sabe que entre un 80 y un 90% de quienes prueban la tradición consiguen sanar.

Tras el paso, acto seguido, el padre o la madre se encargan de anudar la rama cortada con hilo de rafia, fuertemente, intentando que lo que ha separado el hombre lo una otra vez la naturaleza. De la rotura a la normalidad, alegoría de lo buscado. Si al cabo de un mes, o sea en la festividad de Sant Jaume, la rama ha vuelto a ´pegarse´, el enfermo habrá sanado.

Pero antes un último paso: cubrir la zona atada con barro de alfarero, evitar infecciones y consolidar la unión. De la manta al árbol y del árbol a casa, donde es mejor que los niños no se duchen durante al menos un día, para que, de esta forma, la savia medicinal pueda asimilarse mejor.

Aunque desde hace años no se admiten ni adolescentes ni adultos, sí que en alguna ocasión se han hecho excepciones con personas creyentes llegados expresamente de la península. Y pese a que el ritual del vimer de Manacor sea anterior, cuando de verdad empieza cobrar fuerza es partir de los años cuarenta. Durante los primeros años el paso era muy rápido, porque solo acudían tres o cuatro familias.