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Bienvenidos a las ruinas del año 3000

Hace 30 años el futuro sobrevino de repente, sin internet y sin móviles, 'sólo' laberintos, pirámides, decibelios y una torre en espiral con cañones láser - El 24 de julio de 1986 la macrodiscoteca Dhraa abría sus puertas

A finales de 1984, el kilómetro cuatro de la carretera entre Porto Cristo y Cala Millor era un lugar insustancial. En los terrenos de 17.000 m² propiedad de Andreu Pascual se alzaban el restaurante Sol Naixent, los vestigios de una plaza de toros y una casa donde había vivido durante una temporada su amigo Tomeu Penya. Pero todo iba a cambiar de repente. Un joven empresario de 33 años vinculado a una serie de negocios en la zona, Romeo Sala, vio algo más. Hacía dos años que buscaba el lugar apropiado para una macrodiscoteca al aire libre, una ciudad de noche que rompiera con el esquema clásico y cerrado. Y curiosamente la encontró a pleno sol.

El restaurante le podía dar pie a la obtención de una licencia en rústico, así que contactó con dos socios más y presupuestó su idea: 250 millones de pesetas. "Algo mediterráneo que fuese la mayor innovación creativa posible, que fuera tremendamente espectacular" le dijo al arquitecto madrileño, José Ángel Suárez, famoso por sus viajes africanos en busca de ideas y por haber trabajado dos años en Nueva York.

Llegados a este punto no era necesario escatimar en gastos si se quería, como era la consigna, aglutinar en el complejo música, cultura y arte contemporáneo. Suárez entendió la táctica y conformó su equipo. Llamó a Guillermo Pérez Villalta para que diseñara un laberinto que finalizara en un torre en espiral, mientras Miquel Barceló, José Maldonado o Javier Mariscal exponían sus ideas y creaban obras, espacios, baños mixtos sin techos, piscinas, calles, paseos, fuentes, escenarios, esferas o pirámides. "Dhraa se concibió en clave urbana, fue una locura técnica sin ningún precedente en Mallorca", reconocía Suárez un año después. Una ciudad mágica y futurista para más de 10.000 personas, levantada en solo cinco meses por 70 obreros trabajando día y noche.

El propio director de la obra sugirió el nombre. Contaba que a unos 80 kilómetros de Marrakech, tras cruzar el Atlas, existía un gran oasis de 200 metros de ancho con un imponente palmeral, llamado el valle del Dhraa.

Hecho lo importante, era el momento de darle forma a la primera noche de, como rezaba la publicidad, 'Las ruinas del año 3000'. Ataron al disc-jockey Gerardo Queiruga, que acababa de ser invitado por el Studio 54 de Nueva York y convencieron a faquires, acróbatas, malabaristas y el grupo de moda en esos momentos en España: Objetivo Birmania... todos preparados.

Eran las once de la noche del jueves 24 de julio de 1986 y allí se acabó el presente hasta que el sol volviera a brillar. Unas puertas de cinco metros de altura se abrieron para las 7.000 personas invitadas y las más de 3.000 que fueron llegando después. Había dos potentes rayos láser sobre la torre apuntando al cielo (y que provocaron numerosas denuncias de vecinos, hoteleros e incluso pilotos), una pantalla de vídeo de 12 m², un proyector de imágenes hacia una pista de baile de 600, una instalación de luces de 15.000 vatios, cuatro barras fijas y dos móviles.

Dos días antes, el periódico ABC se hacía eco de la inauguración definiendo la nueva macrodiscoteca: "La nueva ciudad de noche impresiona por su modernismo y vanguardia. Para darle más realismo, una parte de la discoteca simula un derrumbe. Hay una torre con una escalera de caracol, una pirámide en cuyos escalones cubiertos de cojines descansarán los ajetreados melómanos, dos rayos láser que tanto divierten a algunos noctámbulos, un laberinto para el que quiera perderse, una pista 'open air', un escenario con 6.000 vatios de potencia y unos sofisticadísimos lavabos con música, incensarios y obras de arte en el techo".

Los decibelios y el ocaso

Era solo el principio. Durante los tres primeros años los billetes se amontonaron tanto como los problemas. Los promotores consiguieron a Radio Futura, Nacha Pop, Kid Creole and the Coconuts, Immaculate Fools (en dos ocasiones), Nina Hagen o Miguel Bosé, quien logró llenar la pista central con 15.000 personas. En cartera estuvieron Everything but the girl, los Talking Heads, Sade o los mismísimos Queen. El dinero salía a espuertas en bolsas de deporte a la hora de cerrar y los clientes adoraban sus fiestas temáticas: "Todo era excesivo. Incluso podía pintarse toda la discoteca de otro color y de arriba a abajo en solo unos días, si la fiesta de la semana siguiente así lo requería". Pero los accidentes dentro, en forma de peleas e incipientes balconings de las terrazas a la piscina y fuera con numerosos problemas de tráfico, aceleraron una muerte por éxito y lujuria. En menos de una década las ruinas se adelantaron más de mil años.

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