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Semana Santa

El 'Salpàs', una tradición perdida

En la Semana Santa de antaño era habitual que el Sábado Santo una comitiva eclesiástica bendijera las empanadas a domicilio

Una imagen retrospectiva del Salpàs de sa Pobla. arxiu joan llabrés

Entre las tradiciones, rituales, que formaban parte de nuestro costumario religioso, enmarcadas en los días de la Semana Santa, en el recuerdo de los más mayores permanece todavía la visita del Salpàs a todas las casas del pueblo, durante la tarde del Sábado de Gloria. Definido como una tradición cristiana que consistía "en una visita anual que realizaba el rector durante la Pascua a todas las casas de su parroquia eclesiástica, especialmente a las de las possessions para bendecirlas con agua y sal". Una costumbre que encuentra sus orígenes en la tradición judía en recuerdo de las pintadas en sangre que mandaron hacer los hebreos a las puertas de las casas para liberarse de las plagas de Egipto.

Adoptada aquella costumbre por el cristianismo, el ritual consistía en bendecir un recipiente que contenía agua y un plato lleno de sal, con un cirio ardiendo en medio. Una vez bendecidos estos elementos, se mezclaban el agua y la sal y se esparcía con el salpasser (una escobilla de rafia) en las puertas y lindes de la casa y también en los corrales.

Las diferentes consuetes, libros que recogen las prácticas y ceremonias de una parroquia, manifestaban diversas variantes de aquella tradición que tenía, además, un marcado carácter territorial y administrativo de un término parroquial.

Un pulcro artículo, impregnado de nostalgia, firmado por Jordí Soler Cuart, que de pequeño fue monaguillo y de joven estuvo a punto de ser ordenado sacerdote, publicado en la revista local Sa Plaça (nº 10, abril 1993) nos transporta a rememorar aquella estampa que formaba parte del calendario pascual cristiano, y, con el paso de los años, ya desaparecida en la noche de los tiempos.

El día del Salpàs

"La mañana del Sábado Santo,-dice Soler- la vida del pueblo había recobrado la normalidad, después del silencio, concentración y ayuno del Jueves y Viernes Santos, cuando eran prohibidos toda clase de espectáculo y cines y las emisoras de radio solamente transmitían música clásica. En la iglesia altar fumat y misa de Gloria, y bendición de las aguas. Cuando el párroco acababa de entonar el 'Gloria in excelsis Deo', estallaba el trepidante repique de todas las campanas del pueblo, acallando el agrio son de las massoles, y los cazadores salían a la calle para disparar al aire varios truenos de escopeta. Los niños corrían por las calles chillando formiguetes sortiu del niu que el bon jesuset ja es viu!. Justo al mediodía, cuando la gente se disponía a comer las primeras empanadas, todavía calientes, de la iglesia salía el Salpàs..."

La comitiva la formaban pequeños grupos, cada uno de ellos formado por un cura y tres monaguillos que se repartían la cuadrícula urbana de sa Pobla en sectores que recorrían a pie. El cura iba ataviado con ruquete y estola blanca. Las labores de los monaguillos consistían en portar, uno de ellos, una gran cesta de mimbre con tapadera, en la que se depositaban los huevos que donaban los moradores de la casa, el otro portaba el pequeño pozal, recipiente en el que se llevaba el agua bendita y el salpasser, mientras el tercero se avanzaba a la comitiva para gritar desde el portal de las casas Enceneu el llum que ve el Salpàs.

Entonces la mujer de la casa encendía una vela que depositaba sobre una mesa del primer aiguavés, delante del cuadro del Corazón de Jesús, al tiempo que llegaba el cura diciendo "Pax huic domu", a lo que los acólitos respondían, "Et omnibus habitantibus in ea", que significa: "la paz sea en esta casa"... "y a todos los que habitan en ella".

A ello seguía una breve plegaria, también en latín, y la bendición correspondiente, salpicando de agua bendita a los presentes.

Como dato anecdótico, cabe comentar que la creencia popular, lejos de conocer el significado religioso del Salpàs, al que llamaban, por deformación pronunciativa "solpàs", era la bendición de las panades, sin cuyo requisito no podían comerse.

Eran otros tiempos no tan lejanos, otras costumbres, otras mentalidades, otras creencias, ya solamente presentes, con nostalgia, en la deteriorada memoria de los más viejos del lugar.

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