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Historia

Cien años de la visita de Unamuno a Manacor

El gran escritor de la Generación del 98 pasó el verano de 1916 hospedado en casa de un familiar, en "un pueblo tranquilo y feliz"

Miguel de Unamuno, fue, en distintas etapas, rector de la Universidad de Salamanca. ssv

Un hombre serio de vestimenta luterana mira a los lados mientras con los dedos amasa una pequeña bola de pan. Da un sorbo al café ya frío... apunta y dispara. El lanzamiento es certero y logra su objetivo: despertar de la siesta a un despistado cliente de s'Agrícola, en pleno centro de la plaza de sa Bassa de Manacor. El hombre serio de 51 años, barba y gafas redondas atiende al nombre de Don Miguel y hasta hace poco era rector de la univesidad de Salamanca. Sin embargo, tras unas semanas de coincidencias de bar, por aquí ya se le conoce como el "desenfeinat des cafè des senyors".

No gasta mucho, de hecho también es famoso por ello. Es capaz de estar jugando al ajedrez con el señor Nadal cuatro y cinco horas sin parar ("jugador belicoso, siempre a la ofensiva"). Cada tarde. Se aloja en casa de un familiar, registrador de la propiedad que vive en el número cuatro de la plaza Constitució, un casal inmenso del que se libera cuando no tiene que escribir. Su último libro se titulará Andanzas y Visiones Española, un recorrido personal por tradiciones y estancias estatales, guía viajera de la Generación del 98.

¿Podría vivir aquí?

En él escribe: "¿Podría vivir mucho tiempo en este apacible, respetuoso y no demasiado curioso pueblo mallorquín?", se pregunta, "Si un día la batalla de la vida me rinde, si mi coraje flaquea, si siento en el corazón del alma la vejez, me acordaré, estoy de ello seguro, de este pueblo tranquilo y feliz", concluye.

Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) despierta filias y fobias en Manacor. Dentro de la Iglesia, por ejemplo, es amigo de mossèn Joan Aguiló, famoso por el reciente descubrimiento y estudio de la basílica paleocristiana de Son Peretó y su mosaico de la mártir Baleria. Sin embargo no se puede decir lo mismo de su relación con mossèn Antoni Maria Alcover "el vicario general de Mallorca, un formidable catalanista, más bien que mallorquinista, que cree que en Barcelona no se puede vivir sin saber catalán".

La quietud de las tinieblas

Don Miguel también pasa sus horas caminando. Los kilómetros se consumen hasta el Castellot de sa Roca: "¡Qué grato es contemplar tumbado arriba los quietos rebaños de almendros, de higueras, de algarrobos, de vides, de pinos, que arraigan en las mansas oleadas petrificada de la tierra de la roqueta". Ve el mar y se siente atraído por él. Sabe del puerto "y de las famosas cuevas del Drach". "Llevado por el guía, que a ratos enciende una bengala para proporcionarnos el más extraordinario espectáculo de un escenario, de hadas o de gnomos".

De las grutas le llama la atención "la quietud del agua y el silencio absoluto de aquellas tinieblas", y se sorprende por el lago de la Gran Duquesa de Toscana (ahora lago Martel): "la tal laguna es, sin duda, una de las mayores maravillas que puede verse en el mundo. Parece cosa de las mil y una noches. ¡Si me hubiese sido posible quedarme allí solo, a oscuras, en absolutas tinieblas, en el infinito silencio, en el bote flotante que habría quedado, a falta de viento y de corriente, inmóvil!".

Unamuno loa las arrugas; cree que los pliegues en la piel denotan aquí tranquilidad, lo que, a su vez concede unos años extra de vida: "¡Hermosa tierra para envejecer despacio!. Es donde más viejos sanos y bien conservados se ve. Anteayer, día del Corpus, estuve un rato contemplando en la plaza de esta ciudad de Manacor a un grupo de ancianos, que, sentados frente a un café, esperaban el paso de la procesión. Y era algo para apegarle a uno a la vida que pasa, a la vida de todos los días, a una vida pacífica, y, por decirlo así, insular".

Los recuerdos

Años después de su viaje, Joan Puerto Morey, describía al hombre, al escritor y al rector que volvería a ser, como "poco hablador, observando mucho, tendido casi en una butaca, hundida barba y barbilla en el pecho, su aguda mirada saltando sobre los cristales de sus gafas y dedicado a su distracción favorita: confeccionar pajaritas de papel; o fabricar con los envoltorios del azúcar, bolitas que masticaba y lanzaba luego con la ayuda de su índice y pulgar al cielo raso del salón".

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