Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La Lealtad, fiel al comercio desde hace 167 años

Bartomeu Cortés es el último de la saga que gestiona esta popular mercería que han dado color y calor a la calle Major de forma discreta, abriendo cada día

Bartomeu Cortés, descendiente de los primeros propietarios y actual mercero, muestra una caja de pañuelos tras su antiguo mostrador. P. Córcoles

Cuando Bartomeu Cortés decida cerrar su mercería de la calle Major de Inca se pondrá punto final a una saga de merceros que han dado una identidad propia a la popular vía comercial. Ese momento no está lejano pues, como dice Cortés, ya está en "la jubilación activa". Es decir, ya ha superado la edad de jubilarse y trabaja sólo por placer, por esa fidelidad comercial y esa necesidad que sólo sienten los auténticos comerciantes de abrir cada mañana sus puertas al público.

Eran los lejanos días del año 1848 cuando otro Bartomeu Cortés, antepasado del actual propietario, decidió establecerse como comerciante de hilo, lanas, pañuelos, botones y todo aquello que necesitaban antes nuestras bisabuelas y tatarabuelas, pues tejían mucho en casa. Abrió su mercería con un nombre, quizá profético: La Lealtad, del que el actual propietario no sabe el origen, pero que varias generaciones han respetado con fidelidad.

El primitivo comercio se ubicó en una isleta de casas situada donde actualmente se encuentra la parte pública de la plaza de España. El Ayuntamiento compró esos edificios años después para derribarlos y así construir la actual esplanada. Por esta causa, La Lealtad se mudó a la vecina calle de la Rectoría, hoy calle Major.

Desde entonces ha permanecido en el mismo lugar, en una pequeña casa de reducidas dimensiones y tres alturas.

La segunda generación de merceros la constituyeron Antoni Cortés y Maria Barceló, padres del actual propietario, que junto a él y su hermana habitaron la casa actual.

Bartomeu Cortés recuerda que "se aprovechaban todos los rincones. En la planta baja teníamos la mercería y el almacén en el sótano. En el primer piso había un dormitorio y una salita; en el segundo, dos habitaciones y en el tercero existía un porche para lavar y tender la ropa. Teníamos género incluso aprovechando los rellanos de la escalera".

Actividad

El propietario rememora también que en su juventud La Lealtad era un comercio de una actividad febril. "Cuando llegaba el Dijous Bo nos turnábamos para ir a comer. Era un continuo entrar y salir de gente. ¡Aquello eran ferias! No había tantas como ahora y se aprovechaba para comprar todo lo que necesario", explica.

Los grandes almacenes son ahora una dura competencia para este tipo de pequeños comercios. Cortés dice: "Antes podíamos comprar mucho hilo y lana para vender, así como ropa interior; hoy las mujeres apenas hacen labor y la ropa interior resulta cara porque hay que ofrecer muchas tallas y colores".

También la calle Major ha cambiado mucho desde que La Lealtad es mudo testigo de su evolución. El comerciante comenta que ha visto pasar los coches "en todas direcciones; primero para arriba y para abajo, luego en un solo sentido y ahora peatonal". También recuerda que antes había más mercerías y que curiosamente enfrente tenía una vecina que se dedicaba a lo mismo y cuyo comercio también tenía un nombre pintoresco: La Giralda.

Compartir el artículo

stats