Pasa un señor con una carretilla de obra gritando con voz de tenor: "Sandía, melona". Cinco minutos después llega el turno de la masajista china, dispuesta a vaciarte la cartera y dejarte una contractura en los deltoides. Apenas te has recuperado de la paliza económica y física, cuando un morenazo y/o morenaza te ofrece un tique con el que darte un baile en la discoteca de moda -lástima que no entiendas en folleto; no todo el mundo habla la segunda lengua oficial de Mallorca-. Aparece entonces un grupo de africanas dispuestas a llenar tu cabeza de diminutas coletas. Todo eso mientras el hijo de un vecino te reboza en arena mientras juega al fútbol, soportas los decibelios del loro que se han traído unos adolescentes y das gracias a Dios porque el windsurfista no te ha decapitado mientras nadabas.
¡Y pensar que nuestros abuelos iban a la playa a relajarse y tomar baños de sol y mar!
