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Apuntes

Un mallorquín en Washington

La canonización de Junípero Serra ante 25.000 personas en la Basílica de la Inmaculada Concepción de Washington es un buen motivo para puntualizar algunos...

La canonización de Junípero Serra ante 25.000 personas en la Basílica de la Inmaculada Concepción de Washington es un buen motivo para puntualizar algunos aspectos polémicos de la vida, el pensamiento y el legado del santo franciscano de Petra. Ni siquiera los que se esfuerzan por extender la leyenda negra de la Conquista a todo aquél que pisó el continente americano, antes de la aparición de los Estados modernos, pueden evitar mostrar su sorpresa ante el respeto y la consideración de que Serra es objeto en México, en California o en el propio Washington, en cuyo Capitolio tiene erigida una estatua; o ante el hecho de que existan muchos más libros en inglés que en español dedicados a glosar su labor humanitaria en aquellas tierras. Junípero Serra es un santo "de carne y hueso", como diría Unamuno. Un intelectual comprometido que abandonó su cátedra de Prima Teología Escotista en la Universidad de Mallorca para cruzar el charco no en busca de fortuna, sino con la sana intención de construir misiones en las que enseñar a los nativos técnicas de cultivo y domesticación de animales, a fin de convertir un lugar casi desértico en la semilla de lo que hoy son prósperas ciudades como San Diego, San Francisco o Los Ángeles.

Cuando Junípero Serra pisó por primera vez América no lo hizo con la arrogancia de un conquistador, sino con la humildad propia de un franciscano que sentía en lo más profundo de su alma que la reflexión, la plegaria y las buenas intenciones debian de ir siempre acompañadas de acciones concretas que las refrendaran. Por eso, el proceso de evangelización iniciado por Junípero en 1749 significó una sustancial mejora en las condiciones de vida de los autóctonos y el inicio de una nueva etapa en la historia del arte y la cultura del continente. Acciones concretas fueron el aprendizaje de las lenguas de los nativos para poder comunicarse con ellos en su propio idioma; la fundación de las misiones, cuyos edificios de gran valor arquitectónico son desde el año 2000 Patrimonio de la Humanidad; la atención sanitaria de los enfermos; la escolarización de los niños? Y lo que quizá sea más importante, la humanización de las tropas españolas que avanzaban en la zona, como lo demuestra su carta al Visitador General, más tarde Virrey y Gobernador de la Nueva España, Antonio María de Bucareli y Ursúa, en la que lo conmina a respetar por encima de todo los derechos de los nativos, incluso en el caso de que él y los hermanos franciscanos fueran objeto de una agresión.

Las misiones fundadas por Junípero Serra fueron llenando progresivamente de vida, de cultura y de valores humanos una región que desde épocas inmemoriales había permanecido aislada y pobre. A consecuencia de su labor evangelizadora fue posible establecer puentes de comunicación entre las distintas colonias de la Nueva España, mejorando de este modo notablemente el comercio y las condiciones económicas de la zona. De la mano del padre Serra los nativos aprendieron y perfeccionaron su dominio en los diversos oficios, especialmente en la agricultura y la ganadería, convirtiendo unas tierras deprimidas en el embrión de las prósperas ciudades que son a día de hoy, como recientemente ha recalcado Felipe VI durante la cena inagural del XX Foro España-Estados Unidos. No sé si por todo ello Junípero Serra merece ser santo, pero lo que sí es indudable es que se ha ganado por derecho propio un lugar en el corazón de todos aquéllos que sueñan con un mundo mejor.

(*) Autor del libro "De Petra a Califòrnia, vida pensament i llegat de Juníper Serra".

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