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Apuntes

Canonización extraordinaria

Las paradojas encierran el sentido de la Historia. Cuando en 1767 el rey Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas, fueron los franciscanos los que se encargaron...

Canonización extraordinaria

Las paradojas encierran el sentido de la Historia. Cuando en 1767 el rey Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas, fueron los franciscanos los que se encargaron de sustituirlos en las tierras que hoy conocemos como California. Al frente de ese primer grupo de dieciséis misioneros se encontraba un sacerdote mallorquín, cuyo nombre de religioso era fray Junípero y que ha pasado a la historia como el único colonizador de origen español merecedor de una estatua en el Capitolio de Washington. Dos siglos y medio más tarde, va a ser precisamente un papa jesuita -y de ahí la paradoja- quien canonice a Serra, saltándose las normas ordinarias que exigen como mínimo un milagro previo. No hay milagro en el caso del mallorquín ni necesidad de él. En un giro típico de su personalidad, Francisco escribe recto con reglones torcidos; así que, en esta ocasión, ha decidido utilizar el procedimiento extraordinario de la "canonización equivalente" para ordenar el culto público y universal del fraile petrer. No es la primera vez que Bergoglio emplea esta fórmula -lo hizo, de forma casi inmediata, con su amado Pedro Fabro y también con Juan XXIII- y seguramente tampoco será la última ocasión. Las canonizaciones conforman un territorio exclusivo de la potestad papal. Y Francisco no teme usar a fondo sus prerrogativas.

Sin embargo, la ceremonia celebrada anoche en Washington nos abre la incógnita de sus motivaciones. ¿Por qué se canoniza extraordinariamente a Serra y no a la Madre Teresa de Calcuta, por citar a uno de los iconos católicos del siglo XX? Pregunta sin respuesta, como tantas otras en este pontificado. Quizás Bergoglio busca subrayar la impronta hispana de la evangelización de los Estados Unidos, como una especie de salvaguarda del orgullo latino. O quizás tenga que ver con la cercanía de Junípero Serra al modelo misional que el propio Francisco ha preconizado en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, auténtico programa de gobierno del papa argentino. Ambos motivos no son contradictorios, sino que pueden operar al unísono.

En el imaginario de Francisco, la idea de periferia resulta crucial. Son los excluidos, los marginados, aquellos que luchan a diario por alcanzar la dignidad mínima de las tres "tes" -tierra, techo y trabajo- los llamados a reformar la Iglesia y, en último término, a salvar la humanidad. Canonizando a Junípero Serra, la Santa Sede lanza un mensaje a esa frontera católica de los Estados Unidos que son los hispanos, para recordarles su importancia frente a los privilegios de unas elites despersonalizadas. En esa misma línea, Francisco ha pedido a los movimientos populares que "hagan lío" o, lo que es lo mismo, que se dejen oír con el fin de llevar las periferias al centro de las preocupaciones de los gobiernos. Para un papa definido por la política, como es el actual, tal interés es prioritario, a pesar de las acusaciones de populista. Sabe que el futuro del catolicismo depende de su credibilidad ante los marginados, cuyos distintos epicentros se hallan situados fuera de Europa. En este sentido, el sucesor de Pedro ha logrado con sus gestos convertirse en una especie de abanderado de los nuevos movimientos sociales, algo impensable hace unas décadas. Y colocar de nuevo a la Iglesia en el prime time informativo.

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